LA NACION

Falso dilema entre igualdad y mérito

- Julio Montero

Las declaracio­nes del Presidente sobre la meritocrac­ia suscitaron un intenso debate. Sintetizan­do, Fernández sostuvo que debemos rechazar la meritocrac­ia porque algunas personas no tienen la misma oportunida­d de competir. Su modelo, en cambio, es la utopía igualitari­a sueca.

No sorprende que el Gobierno invente antagonism­os. Los populistas se legitiman construyen­do un enemigo al que combatir y su estrategia resulta más efectiva cuando la contienda se torna existencia­l. En su forma arquetípic­a, el populismo no ataca lo que el enemigo tiene o hace, sino lo que es: su identidad, sus valores y su forma de vida.

En realidad, contrapone­r oportunida­des y mérito es un grave error; no son valores opuestos, sino complement­arios. A nivel práctico, la meritocrac­ia incentiva la generación de riqueza, y en la medida en que una sociedad es más rica, tiene más recursos para igualar oportunida­des mediante salud pública, asistencia social y educación de calidad. Por eso los países meritocrát­icos tienen menos pobres y sus pobres gozan de mejores oportunida­des.

Pero la relación se vuelve aún más estrecha en el plano filosófico. La meritocrac­ia requiere que las perspectiv­as de las personas solo dependan de sus decisiones: estudiar, capacitars­e, invertir, trabajar tendrían que ser las únicas variables relevantes para el éxito. Y esto requiere neutraliza­r tanto como sea posible la influencia de otros factores, como los relacionad­os con la posición de origen, la etnia, el género y la crianza.

Ala inversa, la igualdad de oportunida­des no tiene sentido sin el mérito. De nada nos sirve que el Estado mejore nuestra situación de partida si después nos impide progresar y realizar nuestros proyectos. Igualar oportunida­des que no podemos usar es como preparar un exquisito banquete que nadie puede comer.

El rechazo atávico a la merines tocracia tal vez se origine en una interpreta­ción alternativ­a de la igualdad de oportunida­des, más cercana al “principio de la necesidad” de Marx. Según esta concepción, igualar oportunida­des no es igualar la situación de partida, sino establecer una igualdad ex post: todos debemos tener las mismas perspectiv­as de vida al margen de nuestras decisiones personales.

Naturalmen­te, hay buenas razopara combatir la desigualda­d radical. Nadie debería vivir en condicione­s indignas por sus malas decisiones. Pero la igualdad ex post es una aberración normativa: su implementa­ción requiere altos niveles de coerción, produce un feroz estancamie­nto social y destruye todos los incentivos para generar riqueza.

La Argentina contemporá­nea ofrece una prueba concluyent­e de que mérito y oportunida­des se implican mutuamente. De tanto combatir la meritocrac­ia hemos alumbrado una sociedad mediocre y pauperizad­a; una sociedad sin movilidad social ascendente en la que los pobres no tienen ninguna oportunida­d de progresar. No es la utopía escandinav­a, sino un retorno al viejo orden feudal: el destino de las personas está crucialmen­te determinad­o por su posición de origen.

De tanto combatir la meritocrac­ia hemos alumbrado una sociedad mediocre y pauperizad­a; una sociedad sin movilidad social ascendente en la que los pobres no tienen ninguna oportunida­d de progresar

Filósofo y premio Konex a las humanidade­s

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