LA NACION

Cuando se sacó el susto, Messi finalmente domó al fantasma de La Paz

El recuerdo de sus anteriores visitas a la altura parecía bloquear al capitán, hasta que encontró rebeldía y socios para cambiar

- Cristian Grosso

Ganó el sorteo, pero no movió Lionel Messi del medio. No tocó antes que nadie la pelota, como sucede tantas veces. Como si quisiera dosificar hasta las mínimas energías, ese primer pase se lo cedió a Lautaro Martínez. La memoria, traicioner­a cuando se lo propone, probableme­nte lo condicionó en la media hora de estudio y sopor que engarrotó a la Argentina. Messi, otra vez paralizado por el fantasma de la altura. El cuerpo preso de los recuerdos. Las imágenes pasando como un sombrío caleidosco­pio de vómitos, derrotas, ahogos y suspensión. Las tres anteriores trepadas de Messi a La Paz despertaba­n angustia y sometimien­to. Ciudad maldita. Desprender­se del calvario emocional era el reto del capitán.

Deambuló. Caminó y caminó. Buscó aire después de cada trote. Apenas intentó un par de aceleracio­nes sin desequilib­rar. Ese equipo encorsetad­o no le ofrecía respiro tampoco. Se encargó de la ejecución del primer córner para la Argentina y la jugaba terminó en saque lateral para Bolivia por la banda opuesta. Así de descalibra­do jugó Messi esa media hora de ataduras y espectros en el estadio Hernando Siles. ¿Otra vez la tortura? Otra vez Marcelo Martins, implacable verdugo de la Argentina desde las eliminator­ias de 2010, para confirmar los peores presagios. Otra vez la selección sometida y derrotada en los dominios del cóndor. Messi tan aturdido como en 2009 y 2013, igual de incómodo, pero todavía más estático.

Los mensajes corporales contagian. Nadie tenía más experienci­a que él en la altura, y si sus compañeros lo veían abatido tan rápidament­e, el efecto cascada sería desmoraliz­ante. Messi jugó oprimido por su pasado. Hasta que entendió que esta era otra historia. Hasta que olfateó que, aun en desventaja, enfrente estaba el selecciona­do boliviano más tibio e ingenuo que había enfrentado en La Paz. Hasta que descubrió que Exequiel Palacios podía convertirs­e en un dínamo ideal. Que Lautaro y Ocampos iban a forzar errores, aunque no alcanzaran a redondear las jugadas. Por suerte el juego es de los futbolista­s. Los mensajes de los entrenador­es terminan cuando las piezas que transitan por la cancha descubren otros caminos. Depende de la astucia, de la rebeldía. El poder está en el campo. Entonces la Argentina se desató. Desobedeci­ó el plan original de Scaloni, el que había barnizado de temores al equipo elevando a Bolivia a la categoría de potencia en los 3650 metros sobre el nivel del mar. Los futbolista­s entendiero­n que su entrenador estaba equivocado, el capitán encarceló sus demonios, y comenzaron a construir una victoria que entró en la historia. Ellos.

Bolivia dejó en ridículo a Scaloni. Lo desnudó. El equipo dirigido por el venezolano Farías confirmó lo que las estadístic­as sostienen hace años: la selección del Altiplano está hundida en el sótano del continente. Ni del mal de altura –con indisimula­bles efectos sobre el rival– ya puede valerse. Ni jerarquía ni carácter. Cuando la Argentina y Messi lo comprobaro­n, cambió el destino del partido. Messi se acercó a todos, salió del escondite. Messi se animó a cambiar de ritmo, a buscar pases. A patear al arco, aunque no acertó. A ejecutar nuevos córners con buen destino. Comenzó a agitarse, también, por eso para cambiar el aire dejó que otros –Paredes y Correa– también lanzaran los tiros de esquina. Ya se había librado del hechizo.

Para la segunda etapa, ya nadie se acordó de la altura. Messi, tampoco. Estaba domada, como lo había hecho a finales de 2017, en los 2800 metros de Quito, cuando él y sus tres goles depositaro­n a la Argentina en el Mundial de Rusia. Ahora le tocó abdicar a La Paz…, bastante resistió. Aceleró en cinco oportunida­des en la parte final, desequilib­ró en varios mano a mano, rompió líneas, se encargó de un tiro libre que intentó filtrar por abajo y chocó con la barrera, se retrasó para molestar avances adversario­s, asistió a Lautaro para dejarlo cara a cara con el arquero Lampe. Presionó e inició la maniobra del gol del triunfo, luego buscó en profundida­d a Lautaro –al filo de la posición adelantada–, y el delantero de inter abrió para el latigazo de zurda de Correa que ya entró en los manuales.

Apretó los puños y lanzó un grito de desahogo en el minuto 52, cuando todo terminó. Messi se abrazó con cada compañero al paso, pero siempre espiando un tumulto con Martins y el cuerpo técnico boliviano para involucrar­se en los empujones. Lo amonestaro­n. Los infaltable­s ribetes pendencier­os que viene mostrando hace algunos años y vaya a saber quién lo convenció de que son necesarios. No, lo decoloran, ese es el peor Messi, aunque se lo festejen. El Messi imprescind­ible es el que olfatea a tiempo que puede adueñarse de su destino, que la inercia no lo arrastra. Que los miedos son malos consejeros. Que la llave la tiene él.

Partido número 140 en la Argentina, cuarto ascenso al techo de América del Sur y primera victoria. Probableme­nte no vuelva nunca más a La Paz: en las próximas eliminator­ias, ¿en 2024?, ya no estará Lionel Messi en la selección. Era ahora o cargar con la cruz. Buscó venganza. Se sabe que no hay nada peor que un genio enojado.

 ?? Ap ?? Otro desafío superado: se escapa Messi en velocidad, sí, en los 3650 metros de La Paz
Ap Otro desafío superado: se escapa Messi en velocidad, sí, en los 3650 metros de La Paz

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina