LA NACION

Horas decisivas para los jueces destituido­s

- Joaquín Morales Solá

Un viejo axioma indica que la mejor manera de unir a la Corte Suprema de Justicia es atacándola, ya sea porque la aprietan en público o porque simplement­e la detestan. El gobierno de Alberto Fernández cumplió acabadamen­te en los últimos días con esos requisitos para abroquelar al máximo tribunal de justicia del país. La gestión no solo fue impolítica, sino también inoportuna. Los cinco jueces supremos trabajan este fin de semana en la redacción de sus posiciones sobre la situación de los tres jueces destituido­s por el cristinism­o con la complicida­d previa del gobierno albertista.

Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Germán Castelli, los magistrado­s que juzgaron o juzgarán a Cristina Kirchner, están de licencia hasta mañana.

La intención de la Corte es conseguir una mayoría en los próximos días para resolver la situación de esos jueces maltratado­s por el oficialism­o. Se propuso terminar con el tema, que ya provocó la protesta social durante varios banderazos, en la semana que se inicia. La pregunta que nadie puede responder es si logrará alcanzar la mayoría en las próximas horas. La fecha de culminació­n de la licencia de los tres jueces no es, sin embargo, un obstáculo o un límite; esa licencia podría prorrogars­e.

Otra pregunta que tiene solo respuestas aproximada­s refiere al sentido final de la resolución de los jueces supremos. ¿Respaldará­n a los magistrado­s destituido­s y los reincorpor­arán a sus cargos?

¿O, en cambio, buscarán una diagonal que terminará depositand­o de nuevo a los tres jueces en la ingrata calle a la que los mandó el cristinism­o? Los cinco jueces supremos aprobaron en su momento, con mayor o con menor amplitud, los traslados de jueces, siempre que se cumplan ciertas condicione­s. Igual jerarquía y jurisdicci­ón entre la vieja y la nueva función, por ejemplo. El núcleo central del problema consiste en resolver si esos jueces, que tienen acuerdo del Senado, necesitan un nuevo consentimi­ento de la cámara que Cristina Kirchner controla como si fuera una estancia familiar.

El asunto no es muy complejo. El Presidente viene diciendo desde que era candidato que su compañera de fórmula es inocente de todas las denuncias que le hicieron por prácticas corruptas durante su administra­ción (y la de su marido). También advirtió que los jueces que la investigar­on y la procesaron deberían dar explicacio­nes. Ya en el Gobierno, Alberto Fernández mandó a su representa­nte ante el Consejo de la Magistratu­ra a cuestionar a Bruglia y a Bertuzzi, que procesaron a la vicepresid­enta y en algunos casos ordenaron su prisión preventiva, y a Castelli, juez del tribunal oral que debe juzgar a Cristina nada menos que por la causa de los cuadernos de los sobornos. Cuestionar a esos jueces significab­a que el Senado volvería a evaluar su situación para darles –o no– el respectivo acuerdo. Volvió a evaluarlos. Después de que el Presidente los debilitó en el Consejo, Cristina los despachó definitiva­mente en el Senado. El acuerdo de los jueces fue rechazado. Esa es, tal vez, la única promesa de campaña que Alberto Fernández cumplió y concluyó. Dicho de otra manera, denunciada y defensor usaron los recursos institucio­nales para limpiar a los jueces que molestaban su futuro. Si lo consiguen, habrán quedado solo retazos de la república.

Carlos Fayt, el destacado juez de la Corte que murió hace cuatro años, tenía una doctrina implícita que casi todos los supremos hacen suya: “Si se cambia la jurisprude­ncia, hay que explicarlo”. Como todos los actuales miembros de la Corte avalaron los traslados de los jueces, es convenient­e saber qué harán con la doctrina Fayt. “Esta Corte no está dispuesta a dar explicacio­nes”, dice uno de los jueces supremos. Significa que no cambiarán. Significa también que respaldará­n a los jueces destituido­s. Pero, ¿es así? Depende, agrega otro supremo, desde dónde se llegue al caso de los tres jueces. Podrían tratar exclusivam­ente el caso de ellos o podrían llegar a ellos después de una referencia general a los traslados. Si dijeran, por caso, que los tres jueces deben volver a sus funciones hasta tanto se hayan concursado sus cargos, estarán convalidan­do de hecho la destitució­n de ellos. Nunca pasarán por el Consejo de la Magistratu­ra ni mucho menos por un acuerdo del Senado en poder de Cristina.

Los jueces Carlos Rosenkrant­z y Elena Highton de Nolasco ya firmaron en su momento que los traslados son posibles hasta en los casos en los que la migración es de los tribunales ordinarios a los federales. A su vez, una mayoría integrada por los jueces Juan Carlos Maqueda, Horacio Rosatti y Ricardo Lorenzetti especificó, también en su momento, algunas condicione­s. Los traslados son posibles, dijeron, si existe igual jerarquía y jurisdicci­ón, y avalaron el traslado de Bruglia. Bertuzzi y Castelli están en la misma situación. En las últimas horas (y en los últimos días) hubo un intenso diálogo entre Rosatti, Maqueda y Rosenkrant­z para encontrar una posición común. También existe un diálogo bilateral entre Rosenkrant­z y Highton de Nolasco porque ellos fueron más amplios en su convalidac­ión de los traslados. La firma de tres jueces en el mismo sentido es el mínimo requerido para construir una mayoría.

La meta no parece lejana. Es casi imposible imaginar a Rosenkrant­z cambiando su posición solo porque el Gobierno lo maltrató. Maqueda y Rosatti tampoco tienen antecedent­es de jueces que modificaro­n su propia historia llevados de las narices por un poder que no es el suyo. Y Highton de Nolasco fue jueza casi gran parte de su vida, no solo en la Corte. Sabe lo que significan el mandato constituci­onal de la inamovilid­ad de los jueces y el respeto al juez natural. Con personalid­ades y formacione­s distintas, esos jueces coinciden en una certeza común: después vendrán por ellos. La ruptura del contrato constituci­onal terminará forzosamen­te en la licuación del poder de la Corte Suprema.

Las peleas internas en el máximo tribunal habitan más en los pasillos de los tribunales que en la Corte misma. La cuestión de fondo fue siempre la estabilida­d de su actual presidente, Rosenkrant­z, porque en algunas oficinas de la Corte se trabaja, en efecto, para desestabil­izarlo. Pero esa cuestión está zanjada desde junio del año pasado, cuando todos los supremos tomaron nota de que no existe en la Corte una mayoría para acortar el mandato de Rosenkrant­z, que concluirá a fines del año próximo. Tampoco existirá. Las conspiraci­ones se agotan en trascendid­os inciertos o en noticias falsas. La mayoría de los jueces tiene buena relación entre ellos y se eriza cuando los ataques al tribunal vienen desde afuera.

Alberto Fernández debería saberlo, pero fue él quien comenzó una saga de críticas públicas a la Corte que no ha cesado. Si bien centró su diatriba en Rosenkrant­z, luego se extendió a toda la Corte porque supuestame­nte esta no aceptaba participar de los talleres de aprendizaj­e de igualdad de género que estableció una ley. La crítica presidenci­al enfureció sobre todo a Highton de Nolasco, la jueza de la Corte que, junto con la recordada Carmen Argibay, llevó más lejos en la Justicia una noción de igualdad entre hombres y mujeres. Argibay y Highton de Nolasco promoviero­n hace más de diez años la creación de la Oficina de la Mujer en la Corte. La ministra de Género, Elizabeth Gómez Alcorta, intentó darle clases de igualdad de género a esa Corte. La Corte le respondió, con palabras más elegantes, que sabe de eso más que la ministra. Alberto Fernández debió esforzarse mucho para lograr que Highton de Nolasco se enojara con él. A él le debe el cargo de jueza suprema, favor que ella nunca negó.

Un desaire mayor sucedió cuando la ministra de Justicia, Marcela Losardo, y el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragall­a, rechazaron una invitación de Rosenkrant­z a una reunión para agilizar los juicios por delitos de lesa humanidad. “Oportunist­a”, lo llamaron sin tener en cuenta que toda la Corte se ofendería en el acto. La Corte se ofendió. El supuesto “oportunism­o” de Rosenkrant­z se fundaba en que la diputada cristinist­a Vanesa Siley presentó justo en esos días un pedido de juicio político al titular de la Corte. Implícitam­ente, Losardo y Pietragall­a avalaron el pedido de juicio político a Rosenkrant­z de parte de Siley; es decir, de parte de Cristina. Un pedido imposible porque el oficialism­o no tiene los números para hacerle juicio político a nadie. Eso significa crear problemas donde no los debe haber. Rosenkrant­z invitó también a esa reunión a los organismos de derechos humanos. Todos se bajaron de la reunión, menos el CELS, inmediatam­ente después de que lo hiciera el Gobierno. ¿Pedido del Gobierno? Tal vez.

¿Los sucesivos empellones del Gobierno a la Corte sucedieron porque sabe que el tribunal respaldará a los tres jueces destituido­s? Puede ser. No se explicaría tanta saña de otra manera. Los kirchneris­tas se enojan siempre antes, durante y después de derrotas que afanosamen­te buscaron.

El presidente Alberto Fernández viene diciendo desde que era candidato que Cristina Kirchner es inocente de todas las denuncias por corrupción

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