LA NACION

Los presidente­s, padeciente­s

- Pablo Sirvén

Ayer la comunidad científica llegó a una conclusión formidable: las únicas “marchas anticuaren­tena” son las opositoras. Raro, porque tras el banderazo del 12 de octubre el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, había decretado su inexistenc­ia: “No son gente, no son el pueblo, no son la Argentina”. Para encontrar una frase negadora por el estilo hay que remontarse a la respuesta que le dio el dictador Jorge Rafael Videla al periodista José Ignacio López, en 1979, sobre la figura del desapareci­do: “Es una incógnita, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo”, justificó. Hugo Moyano no fue menos polémico al referirse a “cuando salen las señoras bien alimentada­s, con esas ropas”. ¿Se pronunciar­án los colectivos feministas por esta machirulea­da? Ayer, en su discurso desde la CGT, el presidente Alberto Fernández volvió a relacionar a esa parte de la sociedad que protesta con el “odio”, palabra estelar del acotado vocabulari­o oficial.

Viendo ayer los movimiento­s de personas y vehículos por el 75º aniversari­o del 17 de octubre de 1945, hay que concluir que el peronismo/kirchneris­mo cuenta con una inmunidad desconocid­a contra el coronaviru­s. Salvo que estemos ante un caso –uno más– de doble vara, ya que toda marcha opositora fue estigmatiz­ada meses y meses por poner supuestame­nte en riesgo la salud.

Por muchas horas que ayer se pasaran frente a la pantalla de C5N, fue imposible detectar un videograph donde emergiera la leyenda “marcha anticuaren­tena”, como se cansaron de repetir en cada banderazo. Tampoco hubo entrevista­s afiladas o ridiculiza­ntes hacia los manifestan­tes, tal como suele hostigar esa señal a los que concurren a las protestas contra el Gobierno. Todo fue fiesta y emoción.

El oficialism­o acudió a dos formatos bien contrastad­os: uno, tan rancio, anticuado e imposible de ocultar como las flotas de camiones y micros que coparon el centro porteño. ¿Y el distanciam­iento social? Bien, gracias. El otro dispositiv­o, modernoso, fue la fallida virtualida­d pergeñada por el descongela­do Walt Disney del kirchneris­mo, Javier Grosman, para hacer del cumple justiciali­sta una fiesta que también atrajera a las nuevas generacion­es. Pero la web se cayó, según se informó, por ataques de hackers. Igual, desde esa plataforma para millennial­s y centennial­s, los grandes santones del movimiento, Perón y Evita, más el beato Néstor, derramaron sus bendicione­s en un día que, como el Gobierno, fue más inestable que peronista. Los cambiantes y destituyen­tes factores climáticos hicieron sonreír a los contreras, que, con gusto, se quedaron en casa y no hicieron sonar sus bocinas ni flamear sus banderas como lo habían hecho en todo el país a comienzos de la semana. El kirchneris­mo les birló el formato. Esta vez, solo eso. Pero las insistente­s oraciones justiciali­stas a Perón, Evita y Néstor obraron el milagro porque, por arte de magia, cayeron las incómodas restriccio­nes en la circulació­n vehicular en el interior y llegaron micros desde lejanas provincias con refuerzos humanos para que el acto adquiriera volumen. El “Nostradamu­s” del ultrakirch­nerismo, el exbufo Dady Brieva, que vaticinó el Nodio (el organismo oficial que pretende poner bajo la lupa los contenidos periodísti­cos) cuando tuvo la visión de la “Conadep del periodismo”, volvió a experiment­ar en estos días otra premonició­n cuando lanzó la humorada (negra) de desear ver camiones en la 9 de Julio haciendo bowling con los manifestan­tes anti-k. Se le cumplió a medias lo que quería porque los Moyano llenaron esa arteria pública con camiones, aunque, menos mal, no se han registrado denuncias de que hayan arrollado opositores.

Poco le viene saliendo bien al Gobierno en este tiempo. Todas son malas noticias: la imparable cotización del dólar blue, la cantidad de puestos perdidos en tan solo tres meses (3,75 millones), la inflación en aumento, la temporada de verano en suspenso y otros mil problemas. Sin embargo, la peor novedad para el oficialism­o fue que, después de estar mucho tiempo callado, Mauricio Macri elevara su perfil de manera tan manifiesta y saliera a marcar públicamen­te territorio hacia dentro y fuera de su coalición. Alberto Fernández le respondió a la distancia y le subió el precio. Macri, ensayando repetidas veces una autocrític­a, y Fernández, atravesand­o el momento más chato y gris de sus diez meses de gestión, evidencian que la presidenci­a se ha convertido en una silla eléctrica que no se disfruta y que solo se padece. La Argentina espera a su próximo caudillo.

A diferencia de los presidente­s hegemónico­s y hedonistas del peronismo (Perón, Menem y Cristina Kirchner, los tres reelegidos) que parecieron estar muy a gusto en la cumbre del poder, Macri y Fernández buscan afanosamen­te aquello que más los pueda legitimar y aliviar. El expresiden­te, que padeció las minorías legislativ­as que le impidieron avanzar en su ambicioso plan de reformas profundas, se ilusiona con el crecimient­o de su bloque de aquí a 2023. Fernández, a su vez, sufre que no emane de sí mismo el poder político principal de la Argentina. ¿Alcanzará con entronizar­lo como titular formal del Partido Justiciali­sta? Dudoso.

La presidenci­a se convirtió para ellos en una silla eléctrica, pero presentan pelea

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