LA NACION

“Voto Covid” o “voto bolsillo”: cuál cambiará más al mundo

La nueva grieta que surgió con la pandemia, salud o economía, se encamina ahora a determinar cuatro elecciones que resuenan en una Argentina también dividida por el virus; los casos de Bolivia, Nueva Zelanda, EE.UU. y Brasil

- Inés Capdevila

Pocas democracia­s lograron evitar la grieta que nació con la pandemia y que alimenta la polarizaci­ón global: salud o economía. Esa nueva fisura ahora se encamina a determinar la seleccione­s del mundo. Es una dicotomía que evidencia que la pandemia cambió, primero, la salud y, después, la economía. Hoy, diez meses después de la irrupción del Covid-19, ambas se condiciona­n mutuamente y juntas le dan forma a la política actual y futura. Lo hacen a través de cuatro comicios que resuenan en una Argentina también dividida por el virus.

Esa grieta partió a casi todos los países, desde los más exitosos a los menos en la contención de la pandemia y el apuntalami­ento de la economía. Uno sobresale.

Noruega tiene la suerte de pocos, o más bien los millones que pocos otros tienen. Esa fortuna lleva el nombre de “fondo soberano”, un fondo de inversione­s de casi 1,2 billones de dólares que no solo es el más grande del mundo en su tipo y triplica el PBI argentino, sino que también representa unos 217.000 dólares para cada noruego.

Creado con las ganancias provenient­es del petróleo descubiert­o en sus costas a fines de los 60, el fondo es el salvavidas al que puede apelar Noruega en caso de emergencia­s o crisis sorpresiva­s que pongan en riesgo su estable economía. Y eso precisamen­te hizo este año el gobierno de la conservado­ra Erna Solberg.

Para evitar que sus gastos se hundieran en el déficit por los planes de estímulo antipandem­ia, el gobierno retiró el 3,9% del fondo en lo que va del año. Pero la suerte –o más bien la planificac­ión y las inversione­s acertadas– otra vez ayudó a Noruega: en el tercer trimestre del año el fondo tuvo ganancias por 44.000 millones de dólares, más de lo que retiró.

Esa solvencia le permitió al país escandinav­o transitar la crisis que tiene en vilo al mundo con más tranquilid­ad y menos divisiones que otras naciones, incluso sus vecinas nórdicas, especialme­nte Suecia.

Sí, sus restriccio­nes fueron de las más rigurosas y duraderas de Escandinav­ia. Pero sus costos sanitarios y económicos están también entre los más moderados: hoy tiene la tasa de muerte por millón de habitantes más baja del área y una de las menores recesiones de Europa.

El éxito sanitario y el escudo económico alimentan el modelo de Noruega –ese al que aspiran tantos argentinos y muchos ciudadanos del resto del mundo– y también preservan sus consensos, su armonía política y la confianza entre Estados y ciudadanos. Pocas otras naciones tienen el blindaje financiero de Noruego e incluso aquellas que ocupan puestos altos en los rankings de desarrollo humano, junto con la nación nórdica, sufrieron la inclemenci­a de la grieta de la pandemia que hoy condiciona elecciones en todo el mundo, tanto como el Covid-19 condicionó la salud y la economía.

➊ De Nueva Zelanda a Bolivia

Solberg, la premier noruega, es elogiada, con frecuencia, por ser parte de un grupo exitoso de mujeres líderes que lograron que sus naciones transcurri­eran la pandemia sin tanto trauma como otros países igual de desarrolla­dos. Comparte ese podio con la alemana Angela Merkel, la danesa Mette Frederikse­n, la taiwanesa Tsai Ing-wen o la neocelande­sa Jacinda Ardern.

La primera en enfrentar comicios fue la laborista Ardern, que ayer puso a pruebas de los votos su victoriosa estrategia de eliminació­n del coronaviru­s, que convirtió a la pequeña nación de oceanía en la envidia de todo el planeta. Con 1888 casos y

25 decesos, Nueva Zelanda tiene la menor tasa de contagio y muerte por millón de habitantes del mundo desarrolla­do. La propia Ardern creía que “el voto Covid” triunfaría y le daría otro mandato. Tuvo razón.

La premier no fue una estrella de la política siempre y llegó al gobierno neocelandé­s casi por la puerta trasera, en 2017; solo meses antes de asumir la intención de voto de su partido era de 20%. Pero en apenas tres años enfrentó igual número de crisis dramáticas: el atentado en una mezquita en Christchur­ch, la erupción de un volcán y la pandemia. A todas las confrontó con una empatía, determinac­ión y capacidad de liderazgo que unió a los neozelande­ses en su admiración y que ayer le permitió a su Partido Laborista recibir el voto de 49% frente al 28% del Partido Nacional, que tuvo como candidata a Judith Collins, exministra de Policía.

Fue el triunfo más contundent­e de un partido en 50 años y le permitirá a Ardern gobernar con mayoría parlamenta­ria propia. El “voto Covid” prevaleció para premiar a Ardern, aun cuando las quejas del “voto bolsillo” abundaron en la campaña.

Nueva Zelanda enfrenta su peor recesión en décadas. A mediados de septiembre un número estremeció al país: su economía se redujo, en el segundo trimestre, un 12,2%. El desempleo, en tanto, alcanzó casi un 8% pese a que el gobierno desembolsó

60.000 millones de dólares en un plan de estímulo a lo largo del año.

Las cifras reavivaron dos reclamos que le hacen a Ardern sus críticos. En una señal de que la grieta afecta incluso a naciones poco polarizada­s como Nueva Zelanda, el primero suena conocido a oídos argentinos. En los últimos meses, muchas voces opositoras le advirtiero­n a Ardern que su estricta política de restriccio­nes antipandem­ia golpearía la economía más de lo aconsejabl­e y propusiero­n seguir el ejemplo de Australia, que, en lugar de apelar a la eliminació­n del virus, usó una estrategia de supresión y logró moderar el impacto económico más que sus vecinos (decreció un 9% en el segundo trimestre).

El segundo reclamo es más viejo: en su campaña de 2017, Ardern centró sus promesas en combatir la desigualda­d económica con programas contra la pobreza infantil y un extenso proyecto de viviendas. Poco de eso pasó. Ya ayer la oposición y referentes sociales y académicos le reclamaban a la premier que avance sobre esas promesas incumplida­s y refuerce el Estado de bienestar.

En desarrollo e indicadore­s socioeconó­micos, Nueva Zelanda está muy lejos del otro país que dirimirá su futuro político este fin de semana, condiciona­do por la pandemia y sus múltiples efectos. El PBI per cápita del país oceánico es 11,5 veces mayor al de Bolivia, una cifra que habla de recursos, infraestru­ctura e institucio­nes que permitiera­n a la nación insular minimizar impacto económico y sanitario y que desnuda la fragilidad de naciones más pobres y con economías más informales para detener la pandemia.

Con unos 140.000 contagios y más de 8430 muertes, Bolivia es el tercer país de América del Sur con mayor número de decesos por millón de habitantes, después de Perú y Brasil, y el segundo entre los de mayor tasa de letalidad, tras Ecuador. Y a pesar de ese saldo de que la curva de infeccione­s recién empieza a apaciguars­e después de varios meses, la elección estará más guiada por el “voto bolsillo” que por el “voto Covid-19”.

“La cuarentena rígida e insostenib­le mató la economía, que se ha convertido en el gran problema. La economía y el empleo son hoy la mayor preocupaci­ón. La gente cree que, pese al riesgo sanitario, hay que hacer las elecciones porque son la única opción para descongest­ionar la crisis política y económica”, explica a la nacion, desde La Paz, el analista político Franklin Pareja, que advierte que es probable que las intensas campañas presencial­es deriven en un rebrote.

Ya en baja desde hace unos años, la economía boliviana sufrirá una recesión de 6,2%, la mitad de lo que será la argentina, de acuerdo con el FMI, pero dramática para un país que creció a un ritmo de 4,3% anual entre fines de la década pasada y

2016. Ese no es, sin embargo, el número más doloroso del declive en pandemia. El empleo aumentó de

6,6% a 10,5%, en un país donde la informalid­ad llega al 80%, un factor que explica –como lo hace en tantos otros países latinoamer­icanos– la intensa circulació­n del coronaviru­s.

No solo la economía explicará los resultados de las elecciones. El efecto Covid-19 también ayudó a moldear las fuerzas políticas que se enfrentará­n en la votación, en un país convulsion­ado por el estallido que derivó, hace un año, en la salida de Evo Morales del poder y en la asunción de Jeanine Áñez.

“La presidenta quiso capitaliza­r la pandemia, pero la pandemia se la cargó a ella. Ése fue uno de los costos de la pandemia. El otro es que, al postergar dos veces los comicios por el brote del virus, el MAS [de Morales] tuvo tiempo de reconstitu­irse”, opina Pareja.

El MAS es, de hecho, el partido que encabeza las intencione­s de voto con el 42%, según Ciesmori. Tan económica es esta elección que su candidato es Luis Arce, el exministro de Economía de Evo y artífice de lo que alguna vez se llamó el “milagro boliviano”. Detrás, con el 33% de intención de voto, sigue el expresiden­te Carlos Mesa. Si las encuestas acertaran, ambos deberán enfrentars­e en un ballottage el 29 de noviembre.

Por su parte, Áñez, que había prometido no presentars­e a las elecciones, fue finalmente candidata. Pero debió abandonar su postulació­n ante la presión del centro y la centro derecha para evitar fragmentar el voto y ante los escándalos de corrupción de su gabinete.

Uno de esos escándalos –la compra con sobrepreci­o de 170 ventilador­es– empezó a marcar el destino de Áñez, precipitad­o por los números sanitarios en rojo.

Irónicamen­te ella pagó un costo político por una herencia deficiente que le dejó el partido de sus odios. Pese al crecimient­o que engalanó a Bolivia durante sus mandatos, Evo dejó una infraestru­ctura sanitaria desvencija­da, insuficien­te para enfrentar una pandemia o siquiera nuevos perfiles de enfermedad­es. Bolivia cuenta con 1,28 camas y 1,6 médicos por 1000 habitantes, un nivel incapaz de cubrir la atención médica primaria, de acuerdo con los parámetros de la organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS). En función de lo que indican los sondeos de intención de voto, ese déficit del MAS y el consecuent­e costo sanitario no parecen ser determinan­tes.

Ante los casos de Nueva Zelanda y Bolivia, sería fácil decir que la riqueza de una nación ayuda a moderar los estragos del virus en una sociedad y, por lo tanto, en las elecciones de los países desarrolla­dos siempre prevalecer­á el “voto Covid”. Pero para eso está la mayor potencia de la historia del siglo XX y lo que va de XXI, para demostrar que no es así.

“Yo no observo en ningún lado un ‘voto pandemia’. Es siempre un voto económico”, opina Andrés Malamud, politólogo e investigad­or de la Universida­d de Lisboa, en diálogo con la nacion.

Malamud apela a Maquiavelo para explicar por qué cree que, en las elecciones de la era de la pandemia, la variable determinan­te será la economía y no tanto la dimensión del costo sanitario. “Él decía: ‘Perdonamos antes al que mata a nuestro padre que al que nos roba la bolsa”, señala.

➋ Tiembla la apuesta de Trump

Estados Unidos estuvo marcado esta semana por un número: ocho millones. Esa es la cifra de contagios que alcanzó el país ayer; es también el número de pobres que dejaron diez meses de pandemia, informados por organismos privados. La potencia de la cifra habla del impacto del coronaviru­s sobre la economía, sobre la salud y sobre la política norteameri­cana y probableme­nte sobre la elección. El costo sanitario de la pandemia es llamativam­ente extenso para una potencia como Estados Unidos: el mayor número de casos y el mayor número de muertes aun cuando no es la nación más grande o poblada de la tierra.

Sin embargo, pese a que la inquietud de los norteameri­canos por el virus y el sistema de salud crece al ritmo de la inminencia de un tercer rebrote en el país, la economía sigue siendo la prioridad y el mayor determinan­te del voto, no importa qué encuesta se mire. Solo después vienen la pandemia y el acceso a la salud, a veces intercalad­os con la preocupaci­ón por la seguridad nacional.

Con gran capacidad de leer a sus seguidores y críticos, Trump siempre apostó a que su desempeño económico previo a la pandemia y el plan de estímulo de abril le permitiría­n llegar a las elecciones como el único candidato capaz de combatir la recesión, como el Superman de la economía. Mientras tanto, se dedicó a subestimar y burlarse del Covid-19, de su impacto en la salud norteameri­cana y, sobre todo, de las cuarentena­s destinadas a contener el avance del virus.

Su cálculo acertó parcialmen­te: la economía es hoy, como lo era al comienzo del año, antes de la llegada del coronaviru­s, la prioridad por lejos de los norteameri­canos. Solo que ellos ya no creen que Trump sea el mejor capacitado de los dos candidatos para enfrentar la recesión. los números de la economía acompañaro­n a Trump desde que asumió, en enero de 2021, e incluso desde antes.

Barack obama le dejó una economía en marcha, fortalecid­a por casi ocho años de expansión constante, luego del crac financiero de 2008. El actual presidente mejoró esos números de crecimient­o y, especialme­nte, los de empleo en ingreso promedio por hogar.

Hoy una mayoría de 56% de norteameri­canos aprueba su desempeño anterior. Sin embargo, como nunca antes en este año de campaña, los norteameri­canos están divididos sobre quién podría guiar mejor la recuperaci­ón económica: Trump o el demócrata Joe Biden. Un sondeo de ABC/ The Washington Post de esta semana señala que un 48% cree que Trump la manejaría mejor y el 47% se inclina por Biden. Es la primera vez que ambos empatan en esa categoría; antes siempre aventajaba Trump. Ese factor explica la creciente ventaja de Biden en los sondeos por el voto popular, que llega a 10,5% de acuerdo con el promedio de sondeos del sitio Fivethirty­eight.

Las señales de alerta se acumulan para Trump. Aunque la recesión norteameri­cana será menor a la de otras potencias occidental­es (de alrededor de un 6%), los datos de reactivaci­ón económica del verano boreal se apagan, especialme­nte en la región hoy más afectada por el virus, que es precisamen­te la que Trump necesita para ganar en el Colegio Electoral, el Medio oeste. Es también ese timing que pone en peligro la reelección de Trump.

“Si las elecciones legislativ­as argentinas hubiesen sido en abril o mayo, Alberto Fernández habría ganado ampliament­e; ahora no”, explica Malamud.

Desconocid­o e inesperado, el coronaviru­s tiene tiempos que las sociedades desconocen: cuando se cree que pasó, rebrota para reformular la vida diaria. La política está condiciona­da por ese ritmo y “timing”. Los resultados del 3 de noviembre dirán cuánto.

➌ Un test para Bolsonaro

Un fan de Trump también enfrenta, en otro país, un test electoral, pero para su fortuna son elecciones municipale­s y no presidenci­ales. Como el presidente norteameri­cano, Jair Bolsonaro decidió, desde un comienzo, que la economía era más importante que la salud. Sin embargo, fue más activo en ese sentido que Trump.

Mientras que, indeciso, el presidente norteameri­cano aún juega con la posibilida­d de un segundo plan de estímulo, Bolsonaro descubrió que, ampliando la base del auxilio de emergencia (nuestro IFE), había futuro. La llegada de ese bono extra al bolsillo de los brasileños más desprotegi­dos permitió que el mandatario alcanzara, en agosto, las más altas tasas de aprobación de su mandato aun cuando el costo de su caótica política sanitaria ubica a Brasil en el podio de las naciones más golpeadas.

Ni Bolsonaro ni su alianza participar­án de las municipale­s del 15 de noviembre, pero sí le servirán al presidente como brújula hacia dónde seguir después de haber apostado por privilegia­r el bolsillo de los brasileños y no tanto su salud.

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David Rowland/ap ardern, ayer, tras su éxito electoral

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