LA NACION

La Argentina, frustració­n ética del Che.

Una dirigencia política imbuida del fracasado espíritu revolucion­ario de Ernesto Guevara pretendió románticam­ente justificar el atraco al patrimonio público

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Una dirigencia imbuida del fracasado espíritu revolucion­ario de Ernesto Guevara pretendió justificar el atraco al patrimonio público.

El 9 del actual se cumplieron 53 años de la muerte de Ernesto “che” Guevara en La Higuera, Bolivia. La publicació­n de un tuit en su homenaje en la cuenta de la Universida­d de la Defensa nacional dio lugar a un debate interno en el Ministerio de Defensa, por lo que debió ser borrado.

Para las Fuerzas armadas, esa fracasada exaltación del che guardaría simetría con la de los dos militares muertos en el combate de Potrero negro, en Tucumán, a manos del Ejército Revolucion­ario del Pueblo (ERP), que también debió ser borrada de Twitter por orden del Ejército semanas atrás, sobre lo que oportuname­nte nos ocupamos en estas columnas. ambos hechos han puesto nuevamente en discusión la figura del che y su persistent­e vigencia en la argentina kirchneris­ta.

La figura de aquel guerriller­o romántico ha prevalecid­o en el imaginario popular por sobre la realidad del fusilador serial, obnubilado por un sueño utópico, que solo provocó muerte y miseria en todo lugar donde prometió liberación.

El marxismo revolucion­ario aborrece la “apropiació­n burguesa” del che. Denuncia que ha sido convertido en objeto de consumo, personaje de póster o impresión en camiseta, símbolos de imposturas burguesas, carentes de contenido transforma­dor. Habría que contarles a los ideólogos guevarista­s que, en la argentina actual, la malversaci­ón de su imagen ha superado una utilizació­n anodina tan poco redituable para alcanzar márgenes de rentabilid­ad mucho más convenient­es, pero igualmente disociados de su ideario.

¿Qué pensaría el rosarino si pudiera regresar a su país natal ahora, en 2020? El che adhirió al marxismo “humanista”, enarboland­o el paradigma del “hombre nuevo”, según expresión de aníbal Ponce, su mentor. al profundiza­r en elucubraci­ones del joven Marx (“Manuscrito­s de 1844”), concluyó que no basta con eliminar el derecho de propiedad para transforma­r la sociedad. Lo esencial es crear una sociedad nueva, no alienada, con otra ética personal, solidaria, carente de espíritu de lucro, sostenida con trabajo voluntario, sin incentivos materiales, ni cálculo económico. Él mismo dio el ejemplo al trabajar gratis en el Estado cubano.

¿Si pudiera regresar a la argentina, qué pensaría el che de quienes lo invocan como modelo político, pero lo utilizan para dar un barniz moral a sus instintos depredador­es?

Difícilmen­te el “mártir” de La Higuera podría digerir que quien mejor representa sus ideas en la argentina sea una señora acusada de defraudar al Estado por cifras millonaria­s, recibir coimas para beneficiar a amigos, lavar dinero con sus hoteles y, finalmente, hacer ricos a sus hijos donándoles bienes mal habidos. Difícilmen­te creería que su discípula más fiel reclama, además de su sueldo como vicepresid­enta, dos pensiones vitalicias y sin pagar por ambas impuesto a las ganancias.

Tampoco entendería cómo dos secretario­s personales de ella y de su exmarido pudieron acumular fortunas con modestos sueldos de asistentes. El che quedaría lívido con los videos de José López tratando de esconder sus millonario­s bolsos en un convento o del hijo de Lázaro Báez contando billetes en La Rosadita o de los 4.664.000 dólares de la desocupada Florencia, protegida del gobierno cubano, a buen recaudo en su caja de seguridad bancaria.

Y, con certeza, haría fusilar en la Fortaleza de la cabaña a quienes se apropiaron de recursos para viviendas sociales (Sueños compartido­s), a quienes exigieron retornos para abonar subsidios al transporte, realizar compras de vagones o importar gas licuado, y diseñaron mil otros mecanismos para desviar fondos públicos en provecho privado, invocando causas populares.

¿Dónde están en la argentina los “hombres nuevos” que pretendía el che para sus seguidores y discípulos? ¿Son “hombres nuevos” los aliados del kirchneris­mo, como Hugo y Pablo Moyano, Hugo Yasky, Omar Plaini, Roberto Baradel o Sergio Palazzo? ¿Qué diría el che si supiera que el dueño de los medios “progresist­as” es Víctor Santa María, otro sindicalis­ta millonario varias veces denunciado por presunto lavado de dinero?

¿cómo reaccionar­ía el che cuando se acercasen a abrazarlo los “hombres nuevos” que acaudillan provincias donde eternament­e se reverencia su nombre, pero se sostiene convenient­emente la pobreza, como Juan Manzur, Gildo insfrán o Gerardo Zamora?

La Revolución cubana representó una ruptura con el marxismo ortodoxo, que preveía etapas anteriores a la dictadura del proletaria­do. El che cuestionó la pasividad de la Segunda internacio­nal, controlada por tibios socialismo­s, que admitían alianzas con las burguesías nacionales en la transición. Fue el che quien impulsó la lucha armada sin dilación en los países subdesarro­llados. En su opinión, en américa Latina los empresario­s eran una lacra, un “furgón de cola” del imperialis­mo y jamás aliados de una revolución. Tampoco aceptó la “bota soviética” en cuba y, por eso, Fidel castro lo mandó a hacer revolucion­es a otra parte.

¿Qué pensaría el che, si regresase a la argentina, sobre quienes lo invocan como modelo político, pero establecen alianzas espurias con “esas lacras”, haciendo negocios para provecho de testaferro­s, empresario­s clientelis­tas y confeccion­ando sellos de goma para lucrar con el Estado?

El autor de los Diarios de motociclet­a se desmayaría al conocer el sistema de colusión pactado entre funcionari­os y contratist­as para adjudicar obras viales. Quedaría estupefact­o con los artilugios de amado Boudou para quedarse con la imprenta de moneda. Tendría un soponcio al conocer a cristóbal López y su monopolio de tragamoned­as. Le daría una pataleta si le explicasen cómo usó el impuesto a los combustibl­es para comprar estaciones de Petrobras. Y sufriría un síncope cuando le contasen cómo ese mismo López se adueñó de la fábrica de soda Solvay para obtener de parte de néstor Kirchner beneficios crediticio­s y fiscales retroactiv­os.

como si fuera poco, tendría problemas con el nodio, ese observator­io de la desinforma­ción y la violencia simbólica creado por el Gobierno para silenciar a la oposición, a la que en claro ejercicio de proyección se le atribuye “utilizar el discurso del odio”. Para el che, el odio era esencial en la lucha por la liberación, como lo aprendiero­n sus discípulos guerriller­os en la argentina y ahora pretenden disimular los fervorosos partidario­s del observator­io.

En su mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontine­ntal (1967), sostuvo que “el odio como factor de lucha, el odio intransige­nte al enemigo impulsa más allá de las limitacion­es naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

con toda seguridad, si el che viniese a la argentina, preferiría ser objeto de consumo, personaje de póster o impresión en camiseta, antes de ser utilizado como excusa moral para justificar atracos al patrimonio público bajo el aura romántica que rodea su imagen o desatar odiosas internas en el observator­io del odio.

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