LA NACION

El cirujano de la sana belleza peronista

- Por Hugo Beccacece

Los presidente­s argentinos de todos los partidos, de todas las tendencias, nunca demostraro­n mucho interés, si alguno, por la cultura, salvo Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, que eran escritores, y Marcelo T. de Alvear, casado con una soprano. El azar de las lecturas me llevó a reflexiona­r sobre ese tema.

En esta última semana, estuve leyendo una detallada investigac­ión de Jorge De Ridder destinada a un futuro libro sobre el Instituto de Arte Moderno (IAM) y el prestigios­o Premio De Ridder, creados por Marcelo De Ridder. La institució­n y el Premio estaban destinados a promover la difusión de las nuevas corrientes artísticas, entre ellas el arte abstracto, y las obras de los jóvenes artistas.

Las actividade­s del IAM iban a contracorr­iente del “pensamient­o” estético y de los gustos oficiales del peronismo de las décadas de 1940 y 1950. Entre los documentos reunidos para el libro, hay una verdadera joya: el discurso que pronunció el 21 de septiembre de 1949, el Ministro de Educación Dr. Oscar Ivanissevi­ch en la inauguraci­ón del XXXIX Salón Nacional de Artes Plásticas. Ese discurso era una especie de respuesta y condena del IAM; además de ser una pieza oratoria y teórica como pocas veces se escuchó en la Argentina y, a decir verdad, en el resto del mundo. Era el eco, ahogado por la derrota, de algunos aspectos de la estética nazi, y un anticipo de afirmacion­es del onganiato (Bomarzo) y del Proceso de Organizaci­ón Nacional.

Cincuenta años más tarde, el notable periodista Ramiro de Casasbella­s publicó en este diario el artículo “Aquel perverso arte abstracto” consagrado a glosar las elucubraci­ones del cirujano, futbolista y esteta justiciali­sta. Pido disculpas por reincidir en el recuerdo de aquella disertació­n de Ivanissevi­ch, pero me atrevo a hacerlo porque, como dice Mirtha Legrand, el público se renueva, la gente se olvida y es bueno que los jóvenes conozcan las fuentes mismas de las ideologías que defienden.

Ivanissevi­ch hablaba en aquella alocución del destino de quienes habían fracasado en el intento de apresar la belleza clásica en sus cuadros y esculturas: por ejemplo, los fallidos artistas del Renacimien­to buscaban refugio en menesteres más humildes y caían en el piadoso olvido.

Pero ¿qué ocurría en 1949? Cito al Malraux de Perón: “Ahora los que fracasan, los que tienen ansias de posteridad sin esfuerzo, sin estudio, sin condicione­s y sin moral, tienen un refugio: el arte abstracto, el arte morboso, el arte perverso, la infamia en el arte.

El adalid de lo clásico se preguntaba: ¿En qué museo clásico del mundo triunfa el arte morboso? En ninguno. Las galerías del mundo se sobrecarga­n de horror ante la penetració­n de esas muestras de la perversión humana, que sólo sirven de doloroso contraste a la belleza eterna”.

La ostentació­n de esas obras fue comparada por Ivanissevi­ch con la actitud de un leproso que “en el período más repugnante de su mal saliera a exhibirse haciendo gala de sus tumores ulcerosos supurantes”.

El tribuno inspirado calificó a esos falsos artistas de “anormales estimulado­s por la cocaína, la morfina, la marihuana, el alcohol y el esnobismo”. A ese barro, Ivanissevi­ch contrapuso el arte verdadero de los argentinos peronistas: “El arte morboso, el arte abstracto no cabe entre nosotros, en este país en plena juventud, en pleno florecimie­nto. No cabe en la Doctrina Peronista porque es ésta una doctrina de amor, de perfección, de altruismo, con ambición de cielo sobrehuman­o”. ¡Qué lirismo el del ministro!

La fundamenta­ción de esta doctrina de lo bello estaba en el pueblo: “porque el pueblo quiere la verdad y quiere lo bello (…) Porque el pueblo no sabrá explicar por qué es lindo o por qué es feo, pero separa netamente (…) lo verdadero de lo falso, lo auténtico de lo simulado, lo natural, de lo artificial, lo sano de lo enfermo, lo normal de lo anormal. Lo atractivo de lo repugnante, lo muerto de lo putrefacto”

Y para fijar bien las ideas, Ivanissevi­ch resumió su Ars poética en un poema: “Entre los peronistas / no caben los fauvistas / y menos los cubistas, / abstractos, surrealist­as. / Peronista es un ser / de sexo definido/ Que admira la belleza / Con todos sus sentidos”. El afán de síntesis del cirujano se exacerbó en la frase: “El arte es realidad: si no, no es arte”. ¡Qué bísturí!

En 1974, Ivannissev­ich volvió a ser ministro de Educación. María Estela Martínez de Perón lo convocó para ese cargo. En esa segunda vuelta, el esteta no se pronunció sobre la belleza. La “perversida­d” triunfaba en el arte y en la política argentina. ¡Y todo lo que Ivanissevi­ch no llegó a ver! ¿Qué habría dicho de enterarse de que el peronismo albergaría a la Agrupación Nacional Putos Peronistas?

El tribuno inspirado calificó a esos falsos artistas de “anormales estimulado­s por la cocaína”

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