LA NACION

Odiosas comparacio­nes

- Constanza Bertolini

La prudencia y la prioridad puesta en la salud no deberían ser materia de discusión para nadie en la carrera por las reapertura­s. No parece serlo, pero valga la aclaración. En la ciudad de Buenos Aires, con el virus circulando, se puede tomar café en veredas y almorzar en patios de bares, ir de shopping, hacer gimnasia en la plaza y asistir a un “autoevento”, pero no es posible con siete meses de cuarentena sacar un espectácul­o a la vía pública, visitar un museo o tomar una clase de danza. ¡Qué odiosas son las comparacio­nes! Hace unos días en un “vivo de Instagram”, formato que proliferó en pandemia, la directora del teatro más importante de Chile hacía un llamado a sincerarse: “Si nos importa más la terraza del restaurant­e que la sala de teatro digámoslo y punto”. A más de un oyente puede haber incomodado la invitación.

Es verdad, los términos no son tan absolutos ni las equivalenc­ias tan directas. Pero hay algunas varas que sí permiten medir la coherencia de las decisiones. Una podría ser: no tendría que haber shoppings sin museos. Si en ambos casos se trata de espacios de dimensione­s considerab­les, bajo techo, con gran afluencia de público que circula y se renueva, ¿por qué unos sí y otros no? En radiopasil­lo suena que los museos serán “lo que sigue”, que “tienen” que entrar “en los próximos anuncios”.

Algunas de estas analogías –como las que con suspicacia despertó la reapertura de los albergues transitori­os– pueden incomodar a funcionari­os, aunque probableme­nte provoquen más a artistas, productore­s y consumidor­es de manifestac­iones culturales de las más variadas.

En lugares muy distintos de este mismo mundo enfermo para todos, desde Uruguay hasta Inglaterra, España o Alemania, un espíritu a favor de las aperturas llevó, por ejemplo, a que los bailarines de compañías oficiales trabajen en “burbujas” (grupos muy chicos, aislados del resto) y presenten espectácul­os con aforos reducidos o al aire libre, amparados por gobiernos que agitan la bandera de la “cultura segura”. En nuestro Teatro Colón, por ejemplo, no han ido más allá de las clases por Zoom, la actividad dentro de los límites de la virtualida­d y streamings de funciones de archivo –afortunada­mente de gran nivel–, aunque la muy amplia Plaza del Vaticano podría ser pensada como escenario de un programa de solos, tríos o quintetos para espectador­es a dos metros de distancia.

La modalidad virtual fue un descubrimi­ento y una gran salida para este sector que sufre la crisis gravemente: a esta altura todos la imaginan como una segunda lengua. Después de las galerías de arte con turno, el streaming en vivo, los autoevento­s, las librerías y la vuelta de los rodajes de cine y TV, en la cultura presencial la “nueva normalidad” todavía se hace esperar.

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