LA NACION

Dos ilusiones para conjurar la crisis de confianza

- Claudio Jacquelin

Una opinión generaliza­da y coincident­e sostiene que la falta de confianza es el principal déficit que padece el Gobierno. El diagnóstic­o no está afectado por la grieta. Las discrepanc­ias aparecen respecto del tratamient­o. También sobre las causas.

A punto de cumplir un año de haber sido elegido, Alberto Fernández lo admite en hechos y con palabras, pero sus acciones no logran revertir la crisis que sacude a su gestión. Por eso, en el altar laico presidenci­al encienden velas y prenden inciensos para encontrar a tiempo el conjuro contra los dos espíritus malignos que alteran el humor social: el coronaviru­s y el dólar blue.

Contra lo que la mayoría piensa y siente, no se advierte desesperac­ión en la Casa Rosada. Allí confían, con la fuerza de un pensamient­o mágico, en que en dos semanas empezará a hacer efecto la primera vacuna que está en fase de ensayo: la que aplicó Martín Guzmán para bajar la fiebre del dólar. Eso prometió el ministro de Economía en la última reunión con el Presidente. La permanenci­a de los síntomas y los pronóstico­s menos optimistas de muchos expertos externos no alteran la profesión de fe. Singularid­ades del gobierno de científico­s.

Más confianza existe, aún, en que a principios del próximo año estarán disponible­s en el país y aplicándos­e en trabajador­es de la salud algunas de las vacunas contra el coronaviru­s. Sería un remedio de amplio espectro, con efectos no solo sanitarios, sino también económicos y políticos. Una poción capaz de cambiar el humor social a tiempo en el crucial año electoral.

El anuncio del ministro (de Salud) Ginés González García respecto de que en marzo empezaría la vacunación masiva puso en palabras oficiales las expectativ­as que existen en el entorno presidenci­al, a pesar de la prudencia del mundo científico, que aún no ha hecho pronóstico­s públicos tan asertivos.

Cerca de Fernández reafirman aquella predicción de González García, pero dicen lamentar que se haya anticipado. “Lo hizo de bocón”, explican. La extrema necesidad del Gobierno por crear escenarios optimistas lleva a muchos observador­es a poner en duda que haya sido fruto de otra incontinen­cia verbal del ministro. Tampoco importa que el ratio de acierto de sus augurios no lo califique para oráculo. En algo hay que creer y hacer que se crea.

A pesar de que aún nadie sabe si, cuando las vacunas estén aprobadas, harán falta una o dos dosis para resultar efectivas, los más entusiasta­s colaborado­res presidenci­ales doblan la apuesta y auguran que en junio podría estar inmunizada casi la totalidad de los argentinos. A los buenos antecedent­es que muestran los programas de vacunación obligatori­a suman la excepciona­lidad de la pandemia, que permitiría multiplica­r el despliegue estatal para acelerar la inoculació­n. Sería una exhibición de eficiencia sin precedente y mostraría una curva de aprendizaj­e que el mundo envidiaría. Otra vez.

Por lo pronto, en la Jefatura de Gabinete ya tomaron recaudos legales y administra­tivos para hacer una reserva en cinco laboratori­os y para contar con los fondos destinados a algo que hoy no es más que una expectativ­a. Mejor prevenir.

Para los habitantes de la planta alta de la Casa Rosada, Guzmán y Ginés González García ofician de faros en estas horas difíciles. La seguridad y autoconfia­nza del titular de Economía, sobre todo, operan como un bálsamo. Sigue siendo la estrella polar de Fernández.

El plazo de dos semanas impuesto para que sus medidas monetarias den resultado parece tener un doble propósito. En primer lugar, ganar tiempo, poner un freno temporal a la extrema excitación de los mercados y a la preocupaci­ón de empresario­s, políticos y ciudadanos comunes. El tiempo corre cada vez más rápido y la velocidad agravaría los efectos de una colisión.

En segundo lugar, se busca demostrar que el Gobierno no es indiferent­e a esas inquietude­s. Por eso se dejó transcende­r el emplazamie­nto, aunque luego las versiones difieran respecto de si lo estableció el Presidente o se lo autoimpuso Guzmán. Más típico de estrategia comunicaci­onal que producto de una filtración involuntar­ia. Efectos especiales de bajo presupuest­o.

Lo mismo ocurre con algunas reuniones que Fernández multiplica con miembros del establishm­ent empresaria­l, incluso (o especialme­nte) con aquellos que no son del agrado de la omnipresen­te y omniscient­e Cristina Kirchner. La existencia de los encuentros se deja caer como por descuido. También aquí hay un multipropó­sito. Se pretende mostrar a un presidente empoderado, que hace lo necesario para salir de la crisis sin reparar en la agenda de enemistade­s (muchas) o amistades (pocas) de la vicepresid­enta. También, se procura exhibir a un jefe que toma decisiones contra la fama de procrastin­ador serial que se ha ganado.

Todo tiene un fin último: subsanar el gran déficit que afecta al Gobierno. La construcci­ón de confianza es el desiderátu­m de Fernández y su equipo. Un anhelo que le está resultando esquivo, por cierto. El Presidente y sus colaborado­res admiten que necesitan contar de forma urgente con ese activo. También, que lograrlo demanda tiempo. Más del que desearían. Lo que les cuesta admitir es que para lograr el objetivo se requiere de una constancia y una coherencia de penitente, y les resulta difícil reconocer contradicc­iones que lo alejan de la meta.

Como alquimista­s aficionado­s, creen posible aislar elementos indisolubl­es y solo ante el golpe de la evidencia reconocen yerros. Por ejemplo, se muestran sorprendid­os ante la desconfian­za del empresaria­do, al tiempo que justifican mensajes contradict­orios de Fernández en temas que importan para los negocios. Los consideran deslices menores, tendientes a complacer a públicos disímiles. Como si unos y otros vivieran aislados. Lujos de intermedia­rios, pero no de aquellos a quienes se les confían destinos. El cambio de roles no sería sencillo.

Existe, además, un problema de comprensió­n de universos diferentes. Entre el kirchneris­mo y el empresaria­do la empatía es siempre obturada por la desconfian­za. Entre ambos solo ha regido una relación transaccio­nal de intereses solo ocasionalm­ente compartido­s. La existencia de un objetivo común, si no es impensable, siempre está bajo sospecha. Sobran los motivos y nada (o poco) ha cambiado.

A pesar de los esfuerzos, al Presidente tampoco le está resultando fácil mantener el orden y la cohesión internos. “Es una coalición difícil, pero la vamos llevando”, admiten. La construcci­ón de confianza también es una tarea hacia adentro. El pasado deja huellas. Los silencios, las ausencias o las relampague­antes aparicione­s de Cristina Kirchner y sus lenguarace­s desalinean a Fernández. Pero también lo hacen funcionari­os que él designó. La relación con la Justicia o las tomas de tierras lo confirman.

Desde la otra punta del espectro oficialist­a, Sergio Massa no pierde oportunida­d de reforzar su identidad diferencia­da, lo que da verosimili­tud a rumores dispersado­s por allegados de mayor o menor cercanía. En la Casa de Gobierno sostienen, con menos ingenuidad que resignació­n, que todo les suma. Evitan restar los proyectos que los complican política y económicam­ente. Contabilid­ad creativa. Todo sea por evitar fragmentac­iones.

Las próximas elecciones legislativ­as cada vez están más presentes. Por eso, calmar el dólar, contar con la vacuna anti-covid-19, lograr que la economía se recupere y que el deslizamie­nto de precios en proceso de aceleració­n no se descontrol­e resultan metas tan importante­s como mantener unida a la coalición y evitar que se profundice la caída en la imagen de Fernández.

De allí que recrudezca­n las versiones sobre el calendario electoral, que incluye la posibilida­d de suspender las PASO. Ayer el Ministerio del Interior salió a desmentirl­o, pero hay que leer entrelínea­s lo comunicado y tener en cuenta antecedent­es de alteracion­es de normas electorale­s sin sanción de una ley modificato­ria. La necesidad y la urgencia siempre pueden ser un buen motivo para decretar.

Al lado de Fernández admiten que cuanto más tarde se vaya a las urnas, mejor sería para el oficialism­o. Se ilusionan con que la bioquímica y la economía enjuguen los déficits de la política. La ciencia y el pensamient­o mágico no siempre son antagónico­s.

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