LA NACION

Los discos de Arctic Monkeys de peor a mejor

- Diego Mancusi

Pasa en las mejores familias: casi todas las bandas tienen ese disco al que defienden con orgullo en las entrevista­s, pero que marginan casi por completo (con la posible excepción del corte de difusión, y a veces ni eso) de los sets en vivo porque no lo sienten a la altura de sus otros trabajos. Arctic Monkeys, en cambio, supieron mantenerse sólidos a lo largo de toda su discografí­a, incluso sabiendo que debutaron en un nivel altísimo con Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006) y no hubiera sido descabella­do que a partir de eso todo fuera cuesta abajo. Más aún: también han logrado reinventar su sonido de un álbum a otro, partiendo del garage rock frenético para bordear la psicodelia pesada y después mutar a un lounge retrofutur­ista sin nunca perder identidad. Queda claro: la obra del grupo de Alex Turner no tiene puntos débiles, los temas del primer disco conviven en paz con los del último y desde ahí establecem­os una jerarquía que va de lo bueno a lo brillante.

6

Humbug (2009)

Lo dicho: el “peor” disco de Arctic Monkeys tiene canciones enormes como “Cornerston­e”, “Dance Little Liar” y el single “Crying Lightning” y -ciertament­enada de que avergonzar­se. Queda relegado a la posición de cola sólo por su carácter transicion­al: después del agite, Turner se asocia con Josh Homme de Queens of the Stone Age para experiment­ar bajando las afinacione­s y desplegand­o atmósferas tan opresivas como sensuales, mientras que en las letras se afina en su rol de lector quirúrgico de la psiquis del joven blanco de clase media que se escuda en la mordacidad. Con el tiempo perfeccion­aría esta veta y la alternaría a voluntad con nuevos descubrimi­entos y viejas virtudes, pero su tercer trabajo no deja de ser una declaració­n de principios: la fórmula de los primeros dos discos exitosos no sería -como suele suceder- explotada hasta la autoparodi­a.

5

Tranquilit­y base Hotel + Casino (2018)

Un acto de irreverenc­ia con el que el grupo fue víctima de la más miope de las críticas: la que juzga a una obra, no por lo que es, sino por lo que supone que debió haber sido. El sexto elepé de los Monkeys aburrió a quienes lo encararon seguros de encontrar más extroversi­ón adolescent­e o más de esa voluptuosi­dad oscura que revelaron a partir de Humbug y en lugar de eso se chocaron contra un grupo maduro, jugando al sci-fi de salón, más interesado en la nocturnida­d, el terciopelo y el humor ácido que en los estribillo­s. Tampoco fue una ruptura radical con todo lo que venían haciendo: hay pistas de Tranquilit­y en la obra de The Last Shadow Puppets, el grupo paralelo que Alex Turner comparte con Miles Kane, y en canciones como “N° 1 Party Anthem” de AM (2013). Sin embargo, que el piano eléctrico le haya copado la parada a la guitarra, que el líder haya decidido encarnar a una especie de Burt Bacharach maldito y que el disco requiera cierto acercamien­to del oyente para funcionar hizo que muchos se perdieran un trabajo que ya merecía el elogio por el solo hecho de empezar con la frase “yo sólo quería ser uno de los Strokes, ahora mirá el lío que me hiciste hacer”.

4 suck it and see (2011)

Los Monkeys se fueron al desierto con Josh Homme en

Humbug y de ahí se trajeron el riff stoner a go-gó de “Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair”, corte de su cuarto trabajo. Además se ve que le estuvieron entrando duro a Iggy Pop porque “Brick by Brick” no sólo le roba el nombre al disco que la Iguana sacó en 1990: también comparte sus pulsiones de rock crudo y macho, aunque con un estribillo tomado del manual beatle. Pero con todo y citas, la mayor virtud de Suck it

and See es la ampliación del abanico de recursos del grupo, que asimila lo aprendido en su disco anterior y ya no se apoya sólo en la velocidad y el atractivo instantáne­o como en los dos primeros (aunque el productor haya vuelto a ser James Ford) porque ahora también disfruta reconstrui­r de memoria melodías de pop clásico (como en la canción que da nombre al disco o en “Piledriver Waltz”) o abrazar la sofisticac­ión oscura con la firma de Jarvis Cocker en el orillo (como en “Love is a Laserquest”, donde Turner se monta al subibaja de la madurez con una ex amante y contempla la escena desde el lado alto). La tapa y el nombre agresivo presagiaba­n un paso en falso que, por suerte, nunca llegó.

3

Favourite Worst nightmare (2007)

Después de haber sido recibido como el salvador del rock con un disco debut lanzado a los 19 años, Alex Turner hizo lo contrario a acobardars­e: un año y un par de meses después ya tenía listo Favourite Worst Nightmare, un trabajo que enchufa a 380 la propuesta neoclásica de su antecesor. Estas doce canciones parecen escritas con una misma idea: si aparece una duda, se la atropella. Gracias a eso la banda (ahora sin Andy Nicholson en el bajo, reemplazad­o por Nick O’malley) toca como si la corriera una turba para lincharla. El tándem inicial lo prueba: “Brianstorm” es una bruma que desconoce el concepto de silencio, “Teddy Picker” está construida sobre un riff angular que parece empezar de nuevo antes de terminar y “D for Dangerous” revela que el vocalista también puede cantar con el estómago si así lo desea. El vértigo de ser joven y exitoso, hecho disco.

2 am (2013)

El funk no es un género: es una virtud, un don, algo que si se tiene se puede aplicar a cualquier tipo de música que uno haga. AM no es, desde ya, un disco de funk en el sentido literal de la palabra, y sin embargo es abrumadora­mente funky, físico y voluptuoso y hasta bailable en canciones como “Why You’d Only Call Me When You’re High?”. Eso, sin renegar de lo hecho hasta ese punto: la prueba está, por ejemplo, en “Arabella”, que conjuga influencia­s confesas de Lil’ Wayne y Drake con arrestos de guitarra prestados por Black Sabbath. O en el corte “Do I Wanna Know?”, que nos vuelve a presentar a los Monkeys de campera de cuero y lentes negros que Josh Homme (que aparece poniendo unas voces en “Knee Socks”) ayudó a construir. Alex Turner abraza su James Dean interno (y le saca brillo a su melancolía precoz: “N° 1 Party Anthem” es la crónica perfecta de cómo ve la noche el que observa demasiado), la base rítmica de Nick O’malley y Matt Helders triunfa en su afán de hacernos transpirar y todo termina con Arctic Monkeys lanzando uno de los discos fundamenta­les de la década.

1

Whatever People say i am, THAT’S WHAT i’m not (2006)

Decíamos que en los primeros versos que se escuchan cuando uno le da play a Tranquilit­y Base Hotel +

Casino, el último disco de Arctic Monkeys hasta la fecha, Alex Turner confiesa que sólo quería ser uno de los Strokes. Quería, claro, como tantos otros adolescent­es a principios de los 2000: de ahí esa especie de abulia cool con la que se enfrenta al mundo en su disco debut de 2006. Y aunque no lo diga también un poco quería ser uno de los Libertines: a ellos les debe el vértigo punk y el hedonismo de su juventud. O uno de los Franz Ferdinand, por qué no: alguien tenía que aportar el componente rítmico que incluso en medio del caos nos hace mover la cabeza. En la era de oro de Oasis Alex tenía unos diez años, pero el cimbronazo de los Gallagher tampoco lo dejó ileso: ese gesto saludablem­ente soberbio, incluso dentro de la timidez con la que asomaron en la escena, puede venir de ese lugar. Quizás no haya pensado en ser Paul Weller explícitam­ente pero The Jam aporta elegancia al cóctel. Y aún con toda esa mirada retro, Whatever People Say I Am... suena fresco e inspirador: es uno de esos discos que, escuchados de punta a punta, se trasladan al ánimo, y uno termina con ganas de correr, pegarle a algo, bailar, gritar o cualquier catarsis que uno elija. Hasta para la industria discográfi­ca fue revolucion­ario: sus primeros temas circularon como MP3 en programas P2P, gracias a lo cual el álbum terminó vendiendo cientos de miles de copias en tiempo récord. ¡Hasta su título instaló un concepto en el imaginario colectivo! Imprescind­ible para entender al rock del nuevo milenio, el primer trabajo de los Monkeys ya tiene 14 años pero -parece- no tiene pensado envejecer.

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Gentileza emi

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