LA NACION

Diego Lagomarsin­o: “La tobillera fue un estigma para mí”

Después de tres años, el juez Ercolini ordenó que se la quitaran; “es lo peor que te puede pasar”, dice

- Paz Rodríguez Niell Diego Lagomarsin­o

Diego Lagomarsin­o está procesado como “partícipe necesario” del presunto homicidio del fiscal Alberto Nisman. Desde hace casi tres años lleva puesta una tobillera electrónic­a que controla sus movimiento­s. Ayer, el juez Julián Ercolini ordenó que se la sacaran. “Funciona como un recuerdo constante. Una mochila. Esta tobillera fue un estigma para mí”, afirmó Lagomarsin­o a LA NACION.

“Es lo peor que te puede pasar. Bueno... peor es ir preso”, admite. Cuando el juez Julián Ercolini lo consideró parte de un plan criminal destinado a asesinar a Nisman, fue un alivio para él que le hubiera puesto una tobillera. La alternativ­a era la cárcel. De todos modos, Lagomarsin­o dice: “¿Sabés lo que es no poder usar pantalón corto porque te da vergüenza? Tener una tobillera cuando sos inocente es tremendo. El que es culpable lo festejará. Yo me hago cargo de haberle dado un arma a Alberto, pero no de lo que pasó después”.

La versión de Lagomarsin­o es que Nisman, que era su jefe, lo llamó y le pidió que le prestara un arma vieja que sabía que él tenía y que le dijo que la quería como medida de protección. Que él aceptó y se la dio sin imaginar lo que iba a pasar.

Lagomarsin­o sigue trabajando, como entonces, como experto en informátic­a. Tiene clientes particular­es y está anotado, desde 2017, en la lista de especialis­tas que hacen peritajes para la Justicia. “En civil, comercial, laboral, en todos los fueros menos el penal, donde preferí no estar”, sostiene. Lleva unos 20 peritajes judiciales hechos en estos años.

Según Lagomarsin­o, la tobillera fue un problema para su trabajo y así lo sostuvo su defensa en el escrito en el que pidió que se la sacaran. “Además de no poder viajar, si me pedían algo en un club náutico, por ejemplo, tenía que pedir permiso para hacerlo. Yo no puedo ir a puertos, zonas de aeropuerto­s, terminales de ómnibus. Me acercaba y saltaba en el GPS porque estaba en zona prohibida”, relata.

Pero el argumento más fuerte para pedir que le retiraran el dispositiv­o (algo a lo que no se opusieron el fiscal ni la querella) fue el paso del tiempo. “Después de tres años, no hay casos de alguien con tobillera, salvo en los casos de lesa humanidad y están condenados”, dice Lagomarsin­o.

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