LA NACION

Hombres de hierro

- Ezequiel Fernández Moores

Fracasado el objetivo de entrevista­r a Pelé, que cumplió 80 años el viernes pasado, el periodista puso la mira sobre Diego Maradona, que cumple 60 este viernes. “¿Y cuántos pedidos de nota tuvo Pelé?”, inquirió su interlocut­or. “Dicen que doscientos cincuenta”, respondió el periodista. “Ah, Diego tuvo muchos más”. El mundo mira a Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Pero Diego y Pelé siguen en lo suyo. Diego más símbolo que DT en Gimnasia. Pelé asegurando que irá al Mundial de Qatar. “D10S” uno. “O Rei” el otro. Pero ya frágiles. En fuerte contraste con su obligación de ser inmortales. “Pelé no es eterno –escribió Juca Kfouri–. Eterno es ser Pelé”. A Diego le gritamos que no se muera nunca, pero hasta lo mataron en una placa de Crónica TV y en Rusia. O Rei, a su vez, desmintió la frase mítica del artista Andy Warhol de que todos merecíamos tener alguna vez nuestros quince minutos de fama”. Fama, idolatría y eternidad. ¿Y número uno? ¿Qué es ser número uno?

Pocas veces vi un Titán tan frágil como Guillermo Vilas en el emotivo documental que estrenó ayer Netflix. Frágil no por la salud (un asunto privado que requiere cuidados especiales), sino porque el Gladiador de los 62 títulos necesita, aunque haya pasado casi medio siglo, que la ATP rectifique sus viejos rankings y le reconozca que en 1975 fue número uno del mundo, como lo demuestra la investigac­ión tenaz que realizó durante doce años el periodista Eduardo Puppo, biógrafo además de Vilas, a quien entrevistó noventa y seis veces en su casa, a razón de cuatro horas por jornada. Creemos que somos nosotros los que necesitamo­s de ellos. Los creemos invencible­s. El tenista que se entrenaba hasta ocho horas diarias. Que cumplía treinta horas semanales para practicar la precisión de un solo golpe, como cuenta su entrenador Ion Tiriac. Y, también, el poeta que conoció a Krishnamur­ti y fue amigo del Flaco Spinetta. Y que, ya curtido, llora desencajad­o la tarde que le anuncian que su reclamo por el número uno por fin parece triunfar. Falsa ilusión de la ATP, a esta altura, más odiosa que la FIFA.

Y allí está también Maradona. Daniel Arcucci me recuerda de qué modo solían terminar siempre las entrevista­s que le hacía a Diego en los ’90. “¿Qué te falta?”, preguntaba el periodista. “Que me quieran más”, respondía Diego. Los tiempos, es cierto, cambiaron y mucho. Hoy, era de redes sociales, todos podemos ser famosos. Pero esa fama (y le cambiamos el sentido a la frase de Warhol), durará apenas quince minutos. Todo es más ruidoso. Todo más fugaz. “No se si yo podría haber sobrevivid­o en esta época”, reconoce el gran Michael Jordan, muy comparado en las últimas semanas con Lebron James. No se trata sólo de números. Jordan será poster eterno de Nike. Pero jamás “la voz” de la NBA como sí lo es hoy Lebron, y no sólo por sus cuatro anillos y sus números también tremendos. Hablo del liderazgo fuera de la cancha. Si antes todos los jugadores querían ser Jordan para vender zapatillas, ahora quieren ser Lebron para que se vaya Donald Trump.

También son opuestos Pelé y Maradona. Uno sonriente y amigo de Henry Kissinger. Casi Dios. El otro, contradicc­iones incluidas, más rebelde. “Dios sucio, Dios más humano”, lo definió Eduardo Galeano. Edson entregó su vida a Pelé. Diego a Maradona. Cuando era tarjeta de crédito, Pelé señalaba que Diego no era “un buen ejemplo para los jóvenes”. Pero O Rei también tuvo hijos extramatri­moniales. Y tardó años en reconocer a Sandra Regina. Cuando Sandra murió, a los 42 años, de un cáncer, la familia devolvió la corona que Pelé envió al entierro. Ambos de orígenes humildes. Ambos hablando de sí mismo en tercera persona. Uno más atlético. El otro más malabarist­a. Y la visión periférica. Apenas recibe la pelota, Pelé (que no salió de Santos, pero ganó tres Mundiales) “ya tiene un largometra­je en la cabeza”, decía el ex crack Nilton Santos. Maradona, contaba a su vez el médico italiano Antonio Dal Monte, tenía un campo visual similar al de un piloto de prueba de aviones de guerra. Millones de pibes y garotos soñando con ser Maradona o Pelé.

¿Y cuántos soñaron con ser Vilas, con el póster en su habitación, como cuenta en Netflix el sueco Mats Wilander, que hasta envió un video personal a la ATP para pedirle que de una vez por todas haga justicia con el argentino? El primer tenista latinoamer­icano número uno del mundo, formalment­e reconocido por la ATP, fue en 1988, por apenas seis semanas: el chileno Marcelo Ríos. El último fin de semana viajó hasta Santiago para participar del plebiscito que aprobó una nueva Constituci­ón en su país. Ríos voló desde Miami, donde reside, porque Chile, dijo, se estaba jugando su futuro y él no quería “que termine como Venezuela”. Llegó demasiado temprano y la mesa no estaba lista. Cuando volvió, la fila era larga y prefirió irse, temeroso de sufrir burlas. Ríos siempre tuvo una convivenci­a difícil con la fama. Vilas, cuenta Puppo, reconoce en sus memorias que él también fue difícil. Egoísta, tacaño, ambicioso, tozudo. Pero que esa misma tozudez lo ayudó a ser número uno. Al ver tanto sacrificio, y conocedor de su hijo, Roque, su padre le avisó un día que “de esto no podrás escaparte”. Tenista para siempre. “Serás lo que debas ser –se llama el documental– o no serás nada”.

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Sebastián Domenech
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