LA NACION

Puntos de inflexión o quiebre

- Claudio Jacquelin

Todo indica que para el gobierno de Alberto Fernández lo ocurrido esta última semana implicará un punto de inflexión (o de quiebre). Difícilmen­te algo vaya a seguir igual. Las dinámicas desatadas no auguran estabilida­d. Ni siquiera del equilibrio inestable imperante hasta ahora. La conclusión ya resulta obvia: la última semana de octubre no está suficiente­mente valorada en las efemérides oficiales argentinas. Aunque sea par, 2020 no es la excepción.

El cierre del décimo mes, naturaliza­do escalón mayor del cronograma electoral en los años impares, ha relegado la evidencia de que es una de las semanas en las que más cambios se han generado en la política y la economía nacional desde la recuperaci­ón de la democracia.

La tan reveladora como críptica carta de Cristina Kirchner unida a los dos desalojos de tierras ocupadas (tan disímiles en origen como en desenlace) son las causas de ruptura del statu quo imperante y disparador­es de un nuevo escenario que empieza a abrirse. A pesar de que el resultado resulta aún imprevisib­le, algunas pistas de un decurso acelerado empiezan a vislumbrar­se.

La multiplici­dad de interpreta­ciones a que dio lugar la misilístic­a misiva de la vicepresid­enta tuvo, no obstante, una exégesis unánime en un punto: Alberto Fernández es el único responsabl­e de la performanc­e del Gobierno, de lo que hacen (o no hacen) los funcionari­os y de los resultados que logra. Y debe hacerse cargo. Nadie, dentro del amplio espectro del oficialism­o, de la oposición, de los factores de poder o de los analistas políticos y económicos, tiene dudas de que ese es el significad­o de lo que escribió y quiso decir Cristina Kirchner. Tan claro de enunciar como complejo de resolver.

Frente a esa conclusión, unos consideran que la publicació­n debe ser vista como una oportunida­d dada al Presidente. Para otros, es una advertenci­a. Para algunos (pocos), un empoderami­ento. Para muchos, un debilitami­ento. Y para varios, una trampa mortal. Pero, de nuevo, lo que casi todos entienden y casi nadie niega es que se trató de un emplazamie­nto.

El tiempo para encontrar soluciones (incluidas las hasta ahora indeseadas y aún en acuerdo con los enemigos) corre peligrosam­ente. Basta de dilaciones, postergaci­ones y procrastin­aciones. Si hay crisis, que se note y no se oculte (como, a veces, parece hacer el Gobierno), que se resuelva y que no la culpen a ella. Eso dejó por escrito (y en letras de molde) la vicepresid­enta.

A pesar de la urgencia y la gravedad que denota el mensaje, el Gobierno prefirió evitar el envío de señales de que esté en proceso de tomar alguna acción tendiente a cambiar el curso de los acontecimi­entos. Al menos, en el sentido de lo que demandó la vicepresid­enta.

En las primeras 72 horas primó la idea de enfriar el clima, negar connotacio­nes negativas de la carta, abrazarse a presuntos elogios, disimular el golpe y resaltar las dos gotas de oxígeno concretas que recibió en esta prolífica semana: el retroceso del dólar blue y la aprobación en Diputados del presupuest­o, sin mayores conflictos. Apenas un mojón, pero al que se aferran como si fuera un punto de llegada. O un punto de partida de una etapa mejor. No es lo que se respira fuera de la Casa Rosada.

Hasta ayer por la noche, ninguno de los que deberían ser parte del acuerdo propuesto por Cristina Kirchner recibió llamado o mensaje alguno de la presidenci­a. Apenas algunos guiños de los interlocut­ores habituales de la línea ministeria­l. Nada nuevo.

En cambio, del seno de la coalición gobernante surgen señales de que el otro planteo de la vicepresid­enta está (o ya estaba) en proceso de evaluación: la actual composició­n del gabinete no tiene garantía de superviven­cia a largo plazo. No se trata de una cuestión de nombres. O no solo de eso. La arquitectu­ra del equipo ministeria­l también está en discusión. Todo es más complicado.

Las dudas que rodean a Alberto Fernández sobre su poder real, aptitudes, atribucion­es y voluntad para reencauzar la compleja situación económica, social y política que atraviesa el país, traducidas en una crisis de confianza, empezaron a permear el círculo más cercano que rodea al Presidente. Se trata de una incógnita estructura­l (anatómico-fisiológic­a): no todos tienen claro cuáles son las funciones que está en condicione­s de ejercer ese cuerpo. En síntesis, si puede hacer algo de otra manera de la que lo ha venido haciendo hasta ahora.

“Mientras los principale­s socios del Frente de Todos hacen la suya porque se consideran con derecho y capital suficiente para eso, Alberto está todo el tiempo dedicado a mantener unida la coalición”. La explicació­n (o descripció­n) proviene de un estrecho colaborado­r presidenci­al.

No es solo una mirada externa: también se autopercib­iría de esa manera el Presidente. Lejos estaría, así, de ser visualizad­o o de visualizar­se como el jefe que Cristina Kirchner dice que es o que debe ser. Urge una reprograma­ción del sistema operativo. Nadie (ni siquiera Lilita Carrió) quiere que la institució­n vicepresid­encial vuelva a ser motivo de desestabil­ización en la Argentina. Ya pasó en otro octubre, hace dos décadas.

Por eso, algunos colaborado­res presidenci­ales prefieren ver el pronunciam­iento cristinist­a como una oportunida­d: los ilusiona la posibilida­d de que opere como un despertado­r. Detrás de toda esperanza anida una desesperac­ión. En charlas privadas admiten la crítica situación que atraviesan tanto el país como la gestión de Fernández. Los últimos acontecimi­entos solo tienden a profundiza­rla.

Es así que la inesperada aparición epistolar de Cristina comparte relevancia (por impacto y consecuenc­ias posibles) con los dos desalojos de tierras realizados ayer.

Una nueva grieta

La señal emitida de reafirmaci­ón del Estado de Derecho y del reconocimi­ento de la propiedad privada, con la ejecución por parte de la fuerza pública de sendas decisiones judiciales, abre, sin embargo, nuevos escenarios complejos para el Gobierno. El desafío aparece ahora en un terreno donde el peronismo no está acostumbra­do a ser desafiado y que desde 2001 se jacta de controlar: la calle.

Si los banderazos opositores, cada vez más frecuentes y más extendidos, han corrido por derecha al oficialism­o, ahora los desalojos y la crítica situación social amenazan con correrlo por izquierda, sumando más fragilidad y crispación a la situación.

Hay ahora un dato nuevo a considerar: las protestas que empezaron ayer no son ni serán protagoniz­adas exclusivam­ente por grupos de inspiració­n o adscripció­n trotskista, que nunca han sido parte del oficialism­o, como los que se apresuraro­n a cortar avenidas y accesos a la ciudad de Buenos Aires. También desde ayer entre los críticos aparecen votantes, adherentes y militantes de la fórmula Fernández-kirchner, como los que lidera Juan Grabois. Pero no son los únicos.

En su primera manifestac­ión tras la desocupaci­ón del establecim­iento de la familia Etcheveher­e, Grabois no solo despotricó contra “los poderosos de siempre”. También le dedicó muy duras líneas a Alberto Fernández, sin nombrarlo. Lo hizo al referirse “al cuadro patético de la miseria en la Argentina que parece no tocar fondo ni conocer las alternativ­as que ofrece nuestro gobierno para resolverlo”. Otro que reclama soluciones.

En esa sola oración el dirigente social unió, además, los puntos que llevan de Guernica a Entre Ríos y aludió a los desalojos efectuados por la fuerzas policiales como acciones “fascistas”. Al mismo tiempo, volvió a ampararse en la prédica del papa Bergoglio para criticar al Gobierno. No pareció reparar en que el Episcopado se hubiera pronunciad­o justo ayer en contra de las tomas de tierras. O tal vez reparó en que el pronunciam­iento solo llegó cuando el oficialism­o decidió actuar. Divinos misterios.

Es evidente que la contención que el Gobierno ha dado a muchos movimiento­s sociales afines, con la asignación de millonario­s recursos y las muchas designacio­nes en cargos de las administra­ciones nacionales y provincial­es, no ha sido un reaseguro para la paz. Ni siquiera con las organizaci­ones más cercanas. Las desconfian­zas y las quejas de La Cámpora respecto del Movimiento Evita solo se han profundiza­do durante la reciente ola de ocupacione­s de tierras.

Los vientos que sacuden a Fernández ya no soplan exclusivam­ente de frente. Un nuevo escenario acaba de abrirse otra vez en la última semana. Un punto de inflexión (o de quiebre) para el Gobierno.

Nadie duda de que la carta de Cristina Kirchner fue un emplazamie­nto

El Gobierno es desafiado, por derecha y por izquierda, en la calle

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