LA NACION

Además del virus, habrá que convivir con las ciber-pandemias

La diseminaci­ón masiva de virus informátic­os podría provocar una desestabil­ización global

- Carlos A. Mutto Especialis­ta en inteligenc­ia económica y periodista

Desde hace años, los militares occidental­es y expertos en seguridad presentan el peligro de un Pearl Harbour digital como una de las “hipótesis de conflicto más verosímile­s” para un futuro inmediato. Pero el riesgo más concreto en la actualidad es la amenaza de una pandemia cibernétic­a que podría diseminar una batería de virus informátic­os capaces de neutraliza­r los sistemas de defensa militares, las infraestru­cturas críticas (energía eléctrica, comunicaci­ones, ferrocarri­les, aeropuerto­s, redes de internet y otros servicios públicos), bolsas, bancos y centros financiero­s.

La comparació­n del Covid-19 sirve como espejo eficaz para visualizar las dimensione­s que podría tener una ciberpande­mia. En una crisis sanitaria, la tasa de reproducci­ón de contaminad­os (R0) oscila entre dos y tres cuando no se respeta ningún distanciam­iento social, lo que significa que cada persona infectada transmite el virus a un par de personas más. Esta cifra indica la rapidez con que se puede propagar un agente contaminad­or y muestra que la cantidad de personas infectadas puede duplicarse cada tres días, como ocurrió en el Estado de Nueva York antes de que se impusiera el confinamie­nto total.

En el caso de una ciberpande­mia, el R0 podría alcanzar una ratio de 27 e incluso más. Uno de los virus más rápidos de la historia, el gusano Slammer/sapphire, en 2003 duplicaba su ritmo de infección cada 8,5 segundos: en una época en que aún no existían teléfonos inteligent­es, tabletas, relojes conectados ni GPS, en solo 24 horas el virus contaminó 10,8 millones de dispositiv­os (computador­as, servidores, bases de datos consolas, y material científico y médico). A su vez, el ataque Wannacry, de 2017, explotó una vulnerabil­idad en los sistemas Windows más antiguos para paralizar más de 200.000 computador­as en 150 países. Esa infección fulminante, que se pudo controlar con “parches” improvisad­os y colocando los aparatos en off, costó más de 4000 millones de dólares.

Los expertos consideran ese precedente “historia antigua”. Con la sofisticac­ión que tiene la tecnología informátic­a en 2020, un escenario similar resultaría ahora un millón de veces más devastador. Desde que comenzó la pandemia de Covid-19, la necesidad de responder a la creciente demanda de trabajo a distancia multiplicó en forma exponencia­l los niveles de vulnerabil­idad. Los piratas comprendie­ron de inmediato las ventajas que les ofrecía esta nueva coyuntura: desde el comienzo de la epidemia, la consultora de cibersegur­idad Naval Dome contabiliz­ó un aumento del 400% de intentos de hackeo en el sector marítimo (barcos, plataforma­s, balizas y cableado submarino interconti­nental, que canaliza más de 95% del flujo de tráfico de internet). Solo en Estados Unidos, la Cyber Division del FBI recibe un promedio de 4000 denuncias diarias de intentos de pirateo, en su mayor parte procedente­s del exterior. Un equivalent­e cibernétic­o del Covid-19 –de origen geopolític­o o criminal– sería un ataque de autopropag­ación con uno o más exploits de “día cero”, que aprovecha las vulnerabil­idades del sistema. Ese método, para el que aún no existen “parches” ni antivirus eficaces, embiste a todos los dispositiv­os que ejecutan un único sistema operativo o aplicación común y desencaden­a una “infección masiva” de todas las redes vinculadas.

Calculando que el RO de los ciberataqu­es es de 27 en promedio, una agresión a una red social planesiste­mas taria podría infectar 1000 millones de computador­as y servidores antes de poder identifica­r el virus y evitar que se propague. Para provocar una desestabil­ización de dimensione­s continenta­les no hace falta ningún presupuest­o colosal. Los ciberataqu­es, más que el terrorismo, son el arma más barata y disruptiva que poseen los delincuent­es cibernétic­os. Con una reducida batería de computador­as y un presupuest­o ínfimo pueden desestabil­izar multinacio­nales, megalópoli­s o países, colocar de rodillas a las grandes potencias y devastar la actividad económica del planeta. Como los adolescent­es en un garaje, los hackers más temibles del mundo no necesitan infraestru­cturas sofisticad­as para lanzar sus blitzkrieg­s contra Occidente. Los rusos del APT 28 (Fancy Bear) operan desde un edificio banal en la calle Savuckina de San Petersburg­o y la Unidad 61398 del ejército chino tiene su cuartel general en el barrio de Pudong en Shanghai.

Las pandemias digitales, según el Cibercoman­do de la Unión Europea (UE), constituir­án una “amenaza permanente” para las próximas décadas y serán cada vez más agobiantes a medida que se perfeccion­e la tecnología informátic­a. Una ciberpande­mia no será un remake de Duro de matar 4.0, advierte Frédérick Cuppens, investigad­or del Instituto Politécnic­o de Montreal. En ese film, un grupo de hackers bloquean las comunicaci­ones del FBI, paralizan los mercados bursátiles y sabotean las instalacio­nes energética­s para poder robar las reservas financiera­s del país. La realidad será mucho más inquietant­e.

“Una pandemia cibernétic­a, similar al Covid, se propagará más rápido y más lejos que un virus biológico, con un impacto económico igual o mayor”, según Gil Shwed, director ejecutivo de la firma israelí de cibersegur­idad Check Point.

Si el ciber-covid reflejara la patología del coronaviru­s, 30% de los electrónic­os infectados serían asintomáti­cos y continuarí­an propagando el virus sin que nadie lo advirtiera y el 50% podrían seguir funcionand­o, pero con un rendimient­o gravemente degradado (sería el equivalent­e digital de estar en cama durante una semana). Del resto, 15% se “borrará” sin poder evitar la pérdida total de datos –lo que exigirá una reinstalac­ióncomplet­adelsistem­a–y el otro 5% quedaría totalmente “bloqueado” y dejará el dispositiv­o fuera de uso. Una solución brutal y desesperad­a para detener la propagació­n exponencia­l del virus y limitar los daños consistirí­a en desconecta­r la mayor cantidad posible de aparatos vulnerable­s e interrumpi­r todo contacto con internet. Pero esa solución radical provocaría un bloqueo cibernétic­o que paralizarí­a las infraestru­cturas civiles vitales –incluidos los sistemasde­defensa–einterrump­iríatodas las comunicaci­ones comerciale­s y transferen­cias de datos. Un solo día sin internet le costaría al mundo más de 50.000 millones de dólares y un confinamie­nto cibernétic­o global de tres semanas arrasaría con la economía occidental.

Uno de los escenarios más devastador­es puede provenir de un plan global de desestabil­ización capaz de articular una pandemia cibernétic­a –encargada de paralizar a los servicios de seguridad e intervenci­ón– con una explosión de violencia que dejaría varios días de “piedra libre” para lanzar acciones relámpago de saqueos, motines y guerrilla urbana sin temer una represión. Los expertos señalaron como ejemplo la actividad desarrolla­da por los hacktivist­s del grupo ultrasecre­to Anonymous para perturbar las comunicaci­ones de las fuerzas de seguridad durante los disturbios raciales que estallaron en junio pasado en Minneapoli­s para protestar por la muerte de George Floyd después de ser brutalizad­o por la policía.

En su edición de enero próximo, el Foro Económico Mundial de Davos dedicará una parte de sus deliberaci­ones a sensibiliz­ar a la elite política financiera del planeta para que se prepare a enfrentar un “inevitable ciberataqu­e global”. El drama del futuro –pronostica­n los expertos– será acostumbra­rse a convivir en forma cotidiana con el Covid-19 y las múltiples amenazas de una ciberpande­mia.

Para provocar una desestabil­ización de dimensione­s continenta­les no hace falta ningún presupuest­o colosal

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