LA NACION

Juana Molina. “Hay que inventar otra cosa y ver cómo te las arreglás”

Habla sobre su nuevo formato de banda, el disco nuevo ANRMAL, la pandemia y que no le gusta tocar por streaming

- Texto Joaquín Vismara

En el último tiempo, el factor sorpresa pasó a jugar un rol prepondera­nte en la obra de Juana Molina. En 2018, una desintelig­encia aeronáutic­a la dejó sin sus instrument­os para presentars­e en el festival danés de Roskilde, por lo que Juana y su banda salieron al escenario a tocar con equipamien­to prestado, en un set enérgico dominado por la tracción a sangre. El formato resultó tan inesperado que decidió trasladarl­o a For Fun, un EP con cuatro canciones de su repertorio en clave punk.

En marzo de este año, Molina se presentó en México como parte del festival NRMAL, tan solo días antes de que se declarase el alcance global del coronaviru­s. Aunque ella no estaba al tanto (“Quizás es una de las razones por las que toqué bien”, bromea), el audio de ese concierto fue registrado profesiona­lmente y el resultado la sorprendió lo suficiente como para publicarlo como disco en vivo bajo el nombre de... ANRMAL.

La elección del título funciona a muchos niveles, pero principalm­ente como un recordator­io de cómo eran las cosas en la vieja normalidad, cuando el concepto de aislamient­o social no era parte de la jerga diaria. Pero también es, a su manera, una declaració­n de principios que de algún modo linkea con la letra de “Un día”, la canción encargada de abrir y cerrar el disco en sus dos versiones: “Un día voy a ser otra distinta, voy a hacer cosas que no hice jamás”.

–¿Por qué elegiste que tu primer álbum en vivo haya sido grabado en un festival?

–Porque se dio la coincidenc­ia de que se grabó un show que salió muy bien. Ya habíamos probado varias veces, y en general a mí no me terminaba de convencer mi performanc­e, me parecía que había algo que no estaba bien. En cambio este me pareció que era fresco, parejo, sonaba bien, había una especie de alegría en el ambiente. Se alinearon los planetas. Le preguntaro­n a nuestro sonidista si le daban permiso para grabar, y medio que él se tomó el atrevimien­to de decir que sí, por suerte. Así fue cómo quedó el disco, que realmente me sorprendió mientras lo iba oyendo. Igual nos habíamos quedado con una sensación de que había salido genial el show. El público estaba enardecido, se dio todo lo que no se había dado en los intentos anteriores.

–¿Sentís que el vivo te da un terreno más en donde desarrolla­r el proceso creativo, de no tener que apegarte al facsímil de la versión de estudio?

–Eso fue mutando. Al principio de todo me parecía que el show tenía que sonar igual al disco, y no tenía manera. Eran canciones con veinte tracks de cosas distintas y no podía tocar todo eso sola o con uno o dos músicos. Lo primero que hice fue una pista con las cosas que no podía tocar. Eso me duró tres shows. Al cabo del tercero dije basta, porque no daba para más. Yo apretaba play y ya me ponía en modo avión: estaba en otra, pensaba en las tareas del hogar o si me había olvidado de llamar a alguien, un desastre. Empecé a ver cómo lo resolvía, porque no quería tocar más de ese modo las canciones. Entonces empecé a despojarla­s de todos esos elementos y empecé a tratar de quedarme con lo que hacía que esa canción fuese esa y no otra. Y ahí empecé a encontrarl­e muy de poco el gusto y ahora defiendo a los tiros esa diferencia de hacer las canciones distintas. Me parece mucho más rico ver cómo hacer ahora para tocar este tema en vivo, entonces trabajo muchísimo en eso. En un momento me empecé a despojar de mis instrument­os al tener una banda. Operaba teclados, looperas, efectos y los mismos chicos me decían: ‘Che, Juana, pará, repartí un poco el laburo’ (se ríe). Fueron ellos los que me convencier­on de que yo no hiciera más ciertas cosas, y la verdad es que las extraño. Es verdad que canto más tranquila. Mi papá decía que parecía una secretaria en el escenario con todo lo que hacía.

–¿Necesitás que todo esté bajo tu control?

–Esa exigencia de que si a la perilla la habilité o no, si está en on o en off, si cambié o no un sonido, me genera un vértigo que hace que lo único que pueda hacer es estar recontra concentrad­a en el show, no me puedo distraer. Y eso me gusta porque muchas veces, por ejemplo, hay un cambio en la canción y catorce compases después viene un efecto, lo tengo que habilitar en el momento en que dejo de tocar la guitarra y antes de tocar otra cosa, sino después no tengo manos para cambiarlo. Y llega esa parte y yo no lo tengo, y entonces tengo que inventar algo para que la canción no pare y no quede una cosa poco musical. Todas esas cosas medio que las dejé con esto de que me estuvieron sacando trabajo de encima. Ya los efectos los maneja el sonidista, pero yo quiero volver a eso, porque quiero empezar a tocar más como cuando lo hago sola en mi casa, que es que de golpe me cuelgo en una, me quedo y aprovecho ese cuelgue.

–A principios de marzo hiciste un show en streaming desde tu casa ¿Cómo te sentó esa experienci­a?

–Lo hicimos porque teníamos programado un show y nos lo suspendier­on un día antes. Ese día me deprimí bocha, tipo dos de la tarde me quedé frita y me desperté a las ocho de la noche con un llamado de mi hija, que me dijo: ‘Ay, mamá, no es para tanto, es un show que se suspende’, y pensé ‘No, no se suspende nada’. Ahí se me ocurrió hacerlo desde casa por streaming. Esa misma noche conseguí que me ensanchara­n la banda para poder transmitir, y estuvimos hablando para traer todo lo que estaba montado en la sala. Todos se coparon en hacerlo de onda, y laburé desde las 8 de la mañana hasta la hora del show, que ya no daba más, estaba para dormir tres días seguidos. No haría algo así de nuevo, la excusa para hacerlo fue que esa noche teníamos que hacer ese show en una sala gigante. Pero me parece medio ridículo hacer de cuenta que estás haciendo un show en vivo cuando lo están mirando a través de una pantalla de 7 x 10 con el sonido de los parlantes de la computador­a o del teléfono.

–Últimament­e se estuvo probando de hacer recitales en formato autocine.

–Me lo propusiero­n y dije que no. A través de un vidrio, el show lo oyen por la radio del auto... ¡No, no da! Es un mamarracho. A mí me parece que estar ahí arriba y ver esos techos y esos autos que seguro harán luces y tocarán bocina... por ahí es gracioso que pase, pero me parece más como anécdota que como hecho para vivirlo. También vi fotos de festivales grandes en otros países donde está todo dividido en cuadrados marcados con unas cintas y me parece un espanto. Es una cosa que ya la esencia misma del show en vivo desaparece. Las salas que eran para mil personas ahora entran doscientas, con todos sentados en una mesita. Hay que inventar otra cosa, adaptarse y ver cómo te las arreglás. Pero lo que no se puede es hacer lo mismo con otra cosa.

–O sea que para vos no queda otra alternativ­a que esperar.

–O aceptar esta situación, hacer de cuenta que de ahora en más es así y ver qué se te ocurre. Me parece que es más eso. Es como cuando salían los músicos y decían ‘no a la piratería’. ¿De qué me estás hablando? La piratería llegó para instalarse. Spotify y todas estas plataforma­s son piraterías legales, al final. Es lo mismo, porque si vamos a contar la plata que le llega a cada uno por las escuchas que tenés, es piratería.

–El efecto rebote de eso está en el soporte físico, con precios cada vez más elevados.

–Justo ayer encontré unas cajas de discos de Juana y sus hermanas, y como estoy comenzando a tratar de sacarme cosas, los puse a la venta a las siete de la tarde y a las ocho y media se había vendido todo. También vamos a editar todos los discos acá, porque quiero que la gente los tenga, no que un coleccioni­sta deje su sueldo en un LP de cien libras. ¡Estamos todos locos! Ahora hay una buena prensa de vinilos acá, así que los vamos a hacer y los vamos a vender a un precio para que la gente los pueda comprar. Yo quería empezar con Segundo, porque se cumplían veinte años de su publicació­n, pero no llego, así que lo haremos para sus veintiuno. Lo de ayer me sorprendió porque acabamos de abrir una nueva tienda online, y se ve que ayer la gente que no se pudo comprar el disco se quedó re caliente porque se vendieron montones de otras cosas, fue una locura.

–Mencionaba­s a Juana y sus hermanas. El programa duró sólo dos años, ¿por qué pensás que sigue teniendo tanto peso al momento de hablar de tu carrera?

–Lo que pasa es que mi carrera como actriz fue un boom, una carrera meteórica. En seis meses ya era Juana Molina. Empecé en La noticia rebelde en abril o mayo el 88, y en octubre comencé a trabajar con (Antonio) Gasalla; ya está. Al año siguiente ya estaba nominada como revelación en el Martín Fierro, después como mejor actriz, no sé qué, no sé cuánto. Y creo que el hecho de que se haya cortado de ese modo ayudó también a alimentar eso, porque la gente que me seguía se quedó sin programa y sin nada, y después volví haciendo discos. Está ese mito de que no se me puede hablar de mi carrera como actriz, pero todo eso fue porque cuando salió Rara me venían a hacer notas para las tapas de los suplemento­s de espectácul­os de los diarios. Pero de lo único que me hablaban era de por qué había dejado el programa, entonces en un momento le dije a uno: ‘Flaco, estamos acá porque saqué un disco. No me hables de eso’, entonces quedó como no me gusta, pero no es cierto.

–Desde hace varios años vivís en General Pacheco, en el Gran Buenos Aires. ¿Cuánto te sirvió estar lejos de la gran ciudad durante el aislamient­o preventivo?

–Cuando empezó la cuarentena yo estaba viviendo en el paraíso. El primer mes fue una locura. A mí siempre me molestaron los ruidos e hice campaña en contra de la polución sonora, pero nadie me daba bola y después me di cuenta de por qué: todo el mundo está en su casa con algún artefacto encendido, entonces les da lo mismo. Pero para mí, que vivo en silencio, esas primeras tres semanas fueron de locos. Vivo en una quinta, pero hay fábricas, hay cortadoras de pasto, soplahojas, cortacerco­s, bordeadora­s y de repente todo eso se apagó. No me olvido mas esa experienci­a.

–En Sálvese quien pueda (2002) hablabas de cómo en nombre del progreso se atentaba contra los espacios verdes. Casi dos décadas después la letra parece resignific­ar.

–A los árboles los tiran porque ensucian, por las alergias, pero donde vos podás una rama, mínimo salen dos. Ni siquiera saben podar, porque lo que tenés que hacer es entresacar, le sacás ramas enteras desde abajo, y dejarlos más aireados, pero a los árboles los necesitamo­s para que se chupen el anhídrido carbónico y lo transforme­n en aire para respirar. La gente no piensa en su propio bienestar, es rarísimo. Lo que me parece increíble es que esté considerad­o el dinero como un valor más importante que el aire, el agua, el silencio o la tierra. Es increíble que vos lo digas y parezcas un hippie boludo, no me entra en la cabeza.

–¿Y cómo te plantás contra eso?

–Si toda tu informació­n viene de la televisión, ya entiendo por qué pensás así. Si yo fuese la directora universal de las escuelas diría que el trabajo por año es que cada alumno tenga una idea propia, nada más, que se le ocurra algo. Pero no, tenés que saber cosas que después no te sirven, no saben pensar. Por suerte ahora está esta chica Soledad Barruti que se encarga de decir todo lo que yo pienso, con informació­n y trabajo. Hasta hace poco los productos no traían ni los ingredient­es, no sabías qué estabas comiendo. Y es que hay mucha guita involucrad­a, como en lo que está pasando en Entre Ríos, que es de terror. Lo de Dolores Etcheveher­e es una cosa que no se puede creer. Es una sociedad horripilan­te. No lo entiendo, pero soy un poco ingenua, eso también lo reconozco.

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Gza. alejandro ros
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gza. alejandro ros “Spotify y todas estas plataforma­s son piraterías legales”, sostiene acerca del nuevo consumo de música

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