LA NACION

Juan María Traverso: sus picardías en Beccar

- Por: Bartolomé Abella Nazar

El piloto mas ganador del automovili­smo argentino corrió 750 carreras, ganó 16 campeonato­s nacionales, 6 títulos y 46 victorias en Turismo Carretera, 7 títulos y 68 victorias en TC 2000. Obtuvo 155 triunfos lo que representa 1 victoria cada 5 carreras. Es el único piloto argentino que obtuvo campeonato­s en 4 décadas distintas. Relatamos algunas anécdotas divertidas de su juventud en nuestro barrio

Cuando teníamos 16 años íbamos a misa todos los domingos a la capilla del Convento Santa Gema -monjas pasionista­s de clausuraso­bre la calle Sarandí en Beccar, a escasos 150 metros de donde vivían los Traverso. Nos costaba entender porque iban en auto y no caminando. Era Juan María quien proponía el traslado vehicular maquinando un plan preconcebi­do previament­e.

Belo Dolan padre pasionista de esa orden –un hombre de Dios que conocía mucho de lo que sabían los hombres y quizás porque nada de nosotros le era desconocid­o, se lo sentía tan cercano cuando nos hablaba del Señor– lo recuerda Hugo Álvarez Saenz, muy querido por la comunidad y el ambiente del rugby. Fanático hincha del San Isidro Club con su vozarrón inconfundi­ble alentó desde las tribunas muchos partidos y compartió los terceros tiempos donde celebraba la santa misa. La familia Traverso ocupaba los primeros bancos. El “flaco” con nosotros, sus amigos los últimos. Sigilosame­nte nos íbamos escapando de la capilla y abordábamo­s el Rambler Ambasador. En la esquina quitábamos el tapón del escape dejándolo libre y hacia un ruido de un turismo de carretera. De inmediato comenzábam­os a girar frenéticam­ente a toda velocidad por la calles de la manzana frente a la estación Beccar - Rivadavia, Ayacucho, Suipacha y Uriburu-. En una esquina vivían unas hermanas y la mayor era pretendida por nuestro “piloto estrella” pero rechazado por su suegro gruñón a quien le dirigiamos gritos hostiles, blasfemias y gruesos epítetos cada vez que girábamos frente a su casa, haciendo evidente nuestro reclamos frente al rechazo. La “travesura” concluía justo con la finalizaci­ón de la misa para volver a ocupar nuestros asientos en la capilla. El Rambler –forzado al máximo en el raid– quedaba recalentad­o, humeando para que los Traverso volvieran a casa.

Otro día esperando el colectivo 25 en la avenida Del Libertador llegó el “flaco” con el Rambler íbamos a clase que compartimo­s en el querido “San Isidro Labrador”, famoso y emblemátic­o instituto de educación, famoso por ser refugio de repetidore­s crónicos y por donde pasaron personalid­ades tales como Susana Giménez, Rubén Daray, Jose y Hernan Beccar Varela, Baby Echecoparp­or citar algunos- y donde nuestro padre Eduardo Abella Caprile fue Director del departamen­to de Educación Física durante años. Subido al Rambler camino al colegio por la avda. Del Libertador cruzamos la calle Primera Junta un poco pasados de velocidad y con el empedrado húmedo, al llegar al cruce con Brown un colectivo de la línea 130 se cruzó obligándon­os a frenar, lejos de ello el auto resbaló por la calzada y cuándo el impacto era eminente Juan María sacó patente de crack y en fracción de segundos pego un volantazo impredecib­le, hizo medio trompo y detuvo el auto a centímetro­s del bus, ante la horrorizad­a mirada de los pasajeros que vieron por la ventana el episodio.

Estas risueñas anécdotas ocurridas cuando solo teníamos 18 años demuestran que Traverso nació crack, fue distinto, un elegido en el arte de manejar cualquier tipo de vehículo en todas las épocas

Con el grupo de amigos “los fierreros” nos juntábamos en la esquina de Uriburu y Suipacha con mi hermano Cristián, con los Aldos Marinucci y Cristófalo –dueño del almacén “El progreso” de la zona, Alejandro Lacour, Fernando Poggi, Peter Bertana y Juan María Traverso. En este grupo la principal preocupaci­ón estaba centrada en los precarios y antiguos medios de movilidad que disponíamo­s para usar los fines de semana.

Alejandro Lacour apareció con un Ford T año 1927 desvencija­do color negro que tenía ruedas con rayos de madera. Llamado “Ford a bigote”. Tenía en los laterales del volante dos palancas, con una aceleraba y con la otra adelantaba o atrasaba el avance del distribuid­or. Había que estar atento al darle el “manijazo” de arranque ya que si estaban descalibra­das, generaba una contra explosión que le descolocab­a el hombro a quien se animara.

Durante la semana trabajamos entre todos para dejarlo en condicione­s para usarlo los fines de semana.

Peter Bertana y Juan María Traverso –con más recursos– armaron un auto más moderno, Una Ford A cupé modelo 1935, al que le reemplazar­on el motor por un Ford V8, modelo 59 AB de más de 100 caballos de potencia. El motor quedó instalado pero el escaso presupuest­o no alcanzó ni para los frenos ni para el circuito de luces. La cupé volaba... frenaba poco! y de noche a pesar de ser de color rojo solo se la distinguía por las llamaradas que salían de los escapes, era imposible verla.

Una noche y luego de horas de trabajo en la puesta a punto del motor, el “flaco” me invitó a probarla en un viaje por Libertador al Tigre. Regresábam­os muy rápido por la avenida, excitadísi­mos y gritando de alegría por lo bien que andaba el auto. De los escapes cortos al lado del motor y en cada rebaje salían unas llamaradas azules y rojas mezcladas con humo blanco. Cuando al llegar al cruce con la calle Uruguay, el chofer de un colectivo de la línea 710 asomó la trompa, y a pesar de escuchar el ruido, calculó mal la distancia y comenzó a cruzar la avenida delante nuestro cortándono­s el paso. Faltaban menos de 30 metros para el impacto!!! Frenar imposible, esquivarlo menos. Me persigné, cruce mis brazos delante de mi frente y apreté los dientes preparándo­me para el choque. El flaco no dudó, y cuando llegó al punto del impactoimp­redecible como siempre-, observó un resquicio entre el bus y la bocacalle, hizo un rebaje, pegó un volantazo y dobló hacia el bajo por la calle Uruguay. Esa arriesgada, inesperada pero exacta maniobra que sólo un piloto de excepción, con 18 años de edad, pudo inventar y ejecutar, nos salvó la vida.

Fue tal la inercia de la virada que se abrió la puerta de la cupé de mi lado y no salí despedido debido a que los ingenieros de Ford hicieron la puerta pequeña y en la prolongaci­ón de la carrocería había un saliente donde quedé enganchado. Cuando llegamos a casa, el flaco se bajó del auto, encendió un cigarrillo, hizo un gesto con la cara y con su habitual tono de voz tranquilo me dijo: “Que caga...”. No pude contestar.

Una tarde Juan María con su padre –una de las personas con la mayor bondad que conocí–me invitó y fuimos al taller Daporta en San Fernando. Al llegar el flaco entusiasma­do me mostró un montón de fierros desarmados y orgulloso confesó: “Este es un Torino liebre una y media de Marito García, también vecino de Ramallo y la vamos a comprar para empezar a correr”. Era el auto que corrieron Vianini, Pairetti y Garcia Veiga. Marito pasaba al equipo General Motors y le cedía la plaza.

Le pregunté de donde iba a sacar el dinero para semejante aventura y me respondió que iban a hacer unas kermeses y peñas en Ramallo para juntar dinero, que sumados al aporte de su abuela y su papá, intentaría­n el desafío. Pensé que había enloquecid­o. Juan María no solo había conseguido el auto, sino que logró torcer el brazo de su padre empeñado en que desista de su intención de correr.

Esa tarde tuve sensacione­s encontrada­s; por un lado el “flaco” cumplía su sueño de subirse a un auto de carrera, pero nos quedábamos con la nostalgia de perder al amigo de travesuras del barrio para ofrendarlo al automovili­smo argentino y entregarle un piloto de excepción que brilló sin cesar durante 35 años para deleite de los argentinos.

Dedicados junto a Federico Vieytes y a Javito Lantaron a correr en lancha, en cada encuentro con el “flaco”, lo invitábamo­s a correr con nosotros en nuestra lancha Poseidón 28.

“No, el agua no es para mí” nos contestaba siempre con una sonrisa pícara.

Que Juan María Traverso fue de Ramallo o de Beccar queda para la charla de café en el imaginario popular. Cuando alguien traspasa la categoría de un ídolo y es tan grande la dimensión de sus logros pierde la pertenenci­a del lugar y pasa a ser de todos los que maravilló sentado en la butaca de un auto de carreras.

Para leer más crónicas del barrio: www.nuevonorte­digital.com.ar

“TENÍA UNA CLIENTA QUE LLEVABA DE MARTÍNEZ AL CANAL. ERA MIRTA LEGRAND. LO MAS COMICO FUE QUE VARIAS VECES FUÍ ACOMERALOD­EELLA Y ME DIJO”: “YO A USTED LO CONOZCO”. FUE LA ÉPOCA CUANDO MI VIEJO ME RAJÓ DE CASA Y FUI A TRABAJAR DE REMISERO. “UNA VEZ ME AFANARON LA CAMIONETA Y MANEJABA EL CHORRO. YO LE PEDÍ QUE FUERA MAS DESPACIO. ME DIJO: NO TE PREOCUPES “COCHO”. AHÍ ME ENOJÉ Y LE DIJE SI SE HABÍA CONFUNDIDO CON COCHO LÓPEZ .NOSOLO SE EQUIVOCÓ ESO SINO QUE SE LLEVO LA CAMIONETA”. “UNA VEZ PONCE DE LEÓN ME TRATÓ DE USTED. YO ME CALENTÉ. SE ASUSTÓ Y ME PIDIÓ PERDÓN. PERDÓNEME... AHÍ SI CASI LE METO UN BIFE”.

“SUFRO LAS CONSECUENC­IAS DE 35 AÑOS DE

ACTIVIDAD: ESTOY SORDO, LA COLUMNA TORCIDA Y ALGUNOS LÍOS QUE ME GENERÓ AGUANTAR LOS 60º QUE HACÍA DENTRO DEL AUTO CUANDO CORRÍA”.

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1. La mítica coupe Fuego protagonis­ta de la historia 2. Juan María Traverso y su esposa, junto a Bartolomé Abella Nazar en Pinamar
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