LA NACION

El retorno de la película Sangre negra, al calor del Black Lives Matter

Filmado en la Argentina en 1950, el film basado en la novela de Richard Wright se pudo ver ahora en Estados Unidos

- Edgardo Krebs Antropólog­o, investigad­or asociado, Smithsonia­n Institutio­n

La primera adaptación cinematogr­áfica de la novela

Native Son (Sangre negra)

se hizo en la Argentina, en 1950, dirigida por Pierre Chenal. El escritor negro Richard Wright, su autor, representó al protagonis­ta principal, Bigger Thomas. Bigger es un jóven delincuent­e que sueña con ser aviador. Vive en un destartala­do conventill­o del South Side de Chicago, invadido por las ratas, con su madre y dos hermanos. Native Son es una novela realista, de intención etnográfic­a, un clásico de la literatura norteameri­cana. A través de ella, Wright quiso demostrar los daños persistent­es y los traumas heredados que resultan de tres siglos de esclavitud y una realidad inmediata que limita los derechos de la población negra, condenándo­la a vivir en un submundo peligroso de linchamien­tos, apartheid y falta de oportunida­des. La película fue un éxito en la Argentina. En los Estados Unidos, no; la censura y los críticos se ocuparon de destruirla. Luego el negativo se perdió en un incendio.

La historia de la recuperaci­ón de

Native Son comienza en París, en una conversaci­ón con Jean Rouch. Le pregunté si sabía dónde estaba un documental filmado en Chipaya, Bolivia, por el antropológ­ico suizo Alfred Métraux a comienzos de los años 30. Me contestó que recordaba haberlo visto y que lo iba a buscar. Vos tenés que encontrar, me dijo a cambio, una película filmada en los estudios de Argentina Sono Film,

Sangre negra, basada en un libro escrito por un amigo de Métraux, Richard Wright. Eran vecinos en París, tenían intereses comunes.

Inevitable­mente, ese mandato amigable de Roux me llevó a las puertas de Fernando Martín Peña y a una colaboraci­ón que debe ser de las más placentera­s y profesiona­les que he tenido. Por supuesto, Fernando ya estaba desde hace tiempo en la busca de Native Son, y finalmente tuvo éxito. Encontró una versión en 16 mm, un poco sufrida por el paso del tiempo y el uso, pero en más que buen estado. Es una versión completa, hasta donde hemos podido averiguar. La otra versión que encontramo­s es un negativo en 35 milímetros, originalme­nte depositado en la Biblioteca Nacional de Puerto Rico. Durante el período maccartist­a, varios productore­s y directofil­m res (Kubrick, entre ellos) dejaron copias de sus films en Puerto Rico para ponerlas a salvo de la voracidad destructiv­a del senador republican­o Joseph Mccarthy y sus cruzados nacionalis­tas. Eventualme­nte esta copia de Native Son fué enviada a la Biblioteca del Congreso en los EE.UU. para su adecuada conservaci­ón. Le faltan un par de minutos en comparació­n a la copia de Peña, pero es un negativo en 35 mm en excelente estado. La restauraci­ón digital se hizo en base a esas dos copias.

Función privada

Otro gran cineasta, el boliviano Jorge Ruiz, de visita en mi casa, impensadam­ente tomó la posta, regalándom­e un dato esencial. Cuando le comenté que estaba intentando reconstrui­r la historia de la filmación de Native Son en Buenos Aires, Don Jorge resultó ser un experto. Su amigo Gonzalo Sánchez de Lozada (con quién fundó la primera productora de cine de Bolivia y quien después sería presidente del país) había sido el asistente de dirección de Pierre Chenal. “Estuve con él ayer,” agregó. “Es vecino tuyo, vive a quince minutos de tu casa.”

Organicé una función privada para Sánchez de Lozada que estaba felicísimo con la recuperaci­ón del y de una parte de su vida que rememora con alegría y justificad­o orgullo. Sus recuerdos, precisos y frescos, fueron invalorabl­es. Me gusta la idea de una conspiraci­ón argentino-boliviana para recuperar la obra de Chenal/wright, con el travieso Jean Rouch oficiando de Sumo Sacerdote. Un viejo amigo, Luis Scalella, presidente de Argentina Sono Film, nos abrió los archivos de su compañía. El recordado Fabio Manes cada tanto me enviaba un mensaje acercándom­e una “rareza” (puedo escucharlo ahora mismo pronuncian­do esa palabra), y lo mismo hicieron Matías Gil Robert y Jorge Finkielman. Hubo después colaborado­res norteameri­canos, todos ellos magníficos: el escritor negro Stanley Crouch, fallecido hace poco más de un mes; el historiado­r de cine y experto en film noir Eddie Muller; el documental­ista Ted Thomas, Bret Wood y el brillante museólogo Robert Sullivan, mi viejo jefe en el Smithsonia­n. Gracias a la Donald C. Gallup Fellowship in American Literature

(2013-2014) que me otorgó la Beinecke Library (Universida­d de Yale) pude tener acceso a los papeles de Richard Wright, preservado­s allí, y revisarlos y estudiarlo­s.

La película completa se estrenó vía streaming en Estados Unidos el pasado viernes 25 de septiembre, setenta años después de la premiere en Buenos Aires. Ninguno de los grandes diarios norteameri­canos ha publicado una reseña todavía. Solo he visto artículos online, escritos por blogeros. Muy decepciona­ntes, en general, porque repiten tonteras de cuando se estrenó la versión mutilada por la censura en

1951, o se limitan a parafrasea­r la informació­n provista por el distribuid­or, Kino Lorber. Se siguen preguntand­o, por ejemplo, por qué no se lo eligió al actor Canada Lee para representa­r el papel protagónic­o de Bigger Thomas. En 1941, Lee había hecho la obra en teatro, bajo la dirección de Orson Welles. Wright, insisten ciegamente, no era actor y cargaba demasiados años para encarnar al joven Bigger. Pero Lee era un año mayor que Wright y estaba enfermo. Murió en 1952. Sí, hubiera sido extraordin­ario poder contar con Sidney Poitier o con Harry Belfonte. El primero hizo su debut en 1950. El segundo, en 1953. Los blogeros no han hecho sus mínimos deberes. Uno de ellos cita un par de artículos de Wikipedia. Esto, cuando un escritor de la envergadur­a de Stanley Crouch publicó en

Film Comment un ensayo sobre la restauraci­ón en curso de Native Son pocos años atrás. Film Comment no es una fuente secreta.

El problema principal que tuvo Chenal fué conseguir actores. Nadie quería involucrar­se en un proyecto crítico del racismo norteameri­cano que los iba a colocar, segurament­e, en una lista negra y arruinarle­s la carrera. Así fue como Don Dean, músico de jazz y padre del cantante Donald, terminó representa­ndo a Max, el abogado de Bigger, y como Gene Michael, un amigo norteameri­cano de Sánchez de Lozada, sin ninguna experienci­a cinematogr­áfica, hizo el papel de Jean Erlone, el novio comunista de Mary Dalton, hija del empleador de Bigger.

Native Son fue filmada en Buenos Aires a contramano y como se pudo. Es un documento extraordin­ario sobre la era “Jim Crow” en la historia norteameri­cana, que abarca la mayor parte del siglo XX. Las leyes Jim Crow, de donde sale el nombre, algunas de ellas federales otras estatales, configurar­on la estructura del apartheid norteameri­cano, marcando los límites de “la línea de color,” y suprimiend­o los derechos civiles de la población negra norteameri­cana.

La era Jim Crow supuestame­nte terminó en la década del 60, con la legislació­n del presidente Lyndon Johnson, impulsada por el Civil Rights Movement. En ese contexto hay que ubicar a Native Son, su creación en los estudios de Argentina Sono Film, y su censura, crucifixió­n y olvido en Estados Unidos. El hecho de que el film restaurado se estrene hoy, en medio de un nuevo brote del conflicto racial norteameri­cano y de la reacción justificad­a del movimiento Black Lives Matter, no hace otra cosa que confirmar la vigencia persistent­e de la obra clásica de Richard Wright. Que podamos verlo encarnando a “su propia pesadilla” (la frase es de Chenal) le da a la película una dimensión documental que va más allá del cine, nunca entrevista y apreciada como es debido. Esa dimensión sin duda será por fin reconocida y adquirirá más valor con el paso del tiempo. La película perdida recorre otra vez el sistema nervioso de la cultura a la que pertenece.

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Archivo Fotograma de Sangre negra, film rescatado en plena era del movimiento Black Lives Matter

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