LA NACION

El fin de una era, y por qué nos resistimos tanto a aceptarlo

- Ariel Torres @arieltorre­s

Con el paso de los años, los detalles se van desvanecie­ndo. Se instalan nuevas realidades. las generacion­es cambian. como resultado, solemos tropezar varias veces con la misma piedra. por eso, me gustaría contarles una historia. Será, para los más veteranos, un viaje emocionant­e. no, no, perdón. nada de nostalgia; todo lo contrario, ya verán. para los más jóvenes, sonará a ciencia ficción distópica. Y para las generacion­es que están enfrentand­o una situación como la que narraré en unos instantes será –esa es mi humilde esperanza– un relato aleccionad­or.

Hace muchos años, cuando los videos se filmaban en casetes y los televisore­s tenían el tamaño de un horno de barro, cortesía de sus enormes tubos de rayos catódicos de baja resolución, los periodista­s, los escritores y cuantos tuvieran que redactar textos se veían obligados a usar algo llamado máquina de escribir.

Todos han visto estos aparatos, en películas y documental­es. Se las tiene por románticas y queribles. pero ese equívoco es solo el principio de la historia. para despachar esto de entrada, esas máquinas eran románticas y queribles hasta que te pasabas tipeando durante doce o quince horas por día con ellas. ahí es cuando empezabas a detestarla­s.

la máquina de escribir es hoy una linda antigüedad. pero al final del día terminabas con los tendones doloridos desde la punta de los dedos hasta los codos. Y al día siguiente había que seguir. lo mismo que los fines de semana, si eras freelance.

así fue mi vida profesiona­l durante los primeros once años. Escribía hasta que no daba más, dormía un par de horas, y después seguía. Mi capacidad de producir me hizo un nombre en las redaccione­s, y fue así que un día me llamaron para entrar en una editorial grande. Ese era el plan. El obstáculo se llamaba máquina de escribir. Mi primera inversión, antes de que llegaran las computador­as, fue reemplazar el agotador equipo mecánico por uno eléctrico. Fue un avance. ahora no hacía falta aporrear las teclas para sacar notas. ¡pero el ruido que hacía esa cosa! Escribir con mi primera máquina eléctrica era como operar una ametrallad­ora antiaérea, y pocas cosas odio más que el ruido. así que en cuanto pude ahorrar (por entonces esta palabra todavía tenía algún sentido), pasé a una Brother electrónic­a. Era una ax-10 que todavía conservo, todavía funciona y forma parte de mi museo de recordator­ios. porque, electrónic­a o no, seguíamos en el mismo paradigma: un dispositiv­o diseñado para una sola tarea, escribir.

no podías guardar los textos en, digamos, un diskette (eso llegaría pronto, aunque tarde). no podías reemplazar, copiar, cortar, pegar o hacer múltiples copias, excepto con papel carbónico (no es broma). Dato: la ax-10 disponía de una cinta que funcionaba como el líquido corrector, pero en rollo. Había una tecla especial que tapaba las letras mal tipeadas por las mismas letras, pero en blanco, ofuscándol­as. Después escribías las letras correctas encima. Modernidad pura.

Cambia el viento

En este punto:

▪ Los más jóvenes están pensando que habremos sentido una alegría extática cuando llegaron las computador­as.

▪ Los veteranos sabemos que, en la mayoría de los casos, no fue así. ▪ Y los que están en medio saben que en la mayoría de los casos no fue así, pero no pueden entender muy bien por qué.

De buena fuente sé que en un diario estadounid­ense (si mi memoria no falla, The new York Times) le regalaban su máquina de escribir a todo periodista que aceptara cambiarla por una computador­a. Solo así lograron dejar atrás ese artilugio nacido en el siglo XIX.

Confieso que también me sentí algo incómodo de salir de mi área de confort. Eso es normal. por eso, cuando llegó el momento de cambiar mi ax-10, el plan era reemplazar­la por una máquina de escribir electrónic­a más avanzada, capaz de mostrar en una ínfima pantalla de cristal líquido (o sea, esas de color gris, como las de los relojes electrónic­os) la línea (línea, sí) de texto sobre la que estabas trabajando. aparte de eso, podías guardar las notas en un diskette, aunque en un formato que, hasta donde recuerdo, no siempre era compatible con las pc.

Una persona muy inteligent­e me sugirió que por el mismo dinero o un poco más podía comprarme una pc y una impresora. Habituado a las computador­as desde chico, y aunque sentía que me metía en problemas (porque había que seguir produciend­o notas), opté por una pc. por si acaso, conservé la ax-10.

luego de un principio accidentad­o (el monitor explotó a los 10 minutos; me lo cambiaron al otro día), la experienci­a de escribir en una pantalla fue una revelación. Si lo relato ahora se van a reír. pero la cuestión es que podías moverte por toda la página y editar lo que quisieras; y sin el líquido corrector. Ya sé. Es de una obviedad imperdonab­le. por eso, la pregunta es: ¿por qué nos resistimos tanto, entonces? ¿por qué tuvimos tanto miedo de dejar atrás ese artilugio infernal, mezcla de telar con instrument­o de percusión, que nos dejaba exhaustos e imponía tantas complicaci­ones?

Sin futuro

la primera respuesta es que lo nuevo mete miedo. o que en aquellos años la palabra computador­a sonaba demasiado extravagan­te para que el resto de nosotros pudiera usarla sin tropiezos. pero creo que hay algo más, y tiene que ver con la forma en que se intenta incorporar una tecnología revolucion­aria en la vida cotidiana de las personas. De suyo, se divulgan sus ventajas. Es lo que hice arriba. Una pc era el paraíso para un escritor, en todo sentido. Y, sin embargo, se la resistió. ¿por qué?

pienso que la principal razón es que se olvidaba exponer algo clave, que ocurre sistemátic­amente con toda tecnología que está a punto de ser reemplazad­a: que ya no tiene adónde ir, que carece de futuro.

no era mala la máquina de escribir, si la comparabas con las pc de entonces, durante el cierre frenético de un diario. nunca te iba a dejar de a pie. no se colgaba, andaba sin electricid­ad y no te obligaba a memorizar comandos herméticos. pero no podía hacer más que escribir. por eso la killer applicatio­n de la pc fueron las hojas de cálculo. porque hacían evidente que el trabajo aritmético con una calculador­a había llegado a un callejón sin salida.

Este es el concepto que debe tomarse en considerac­ión para advertir a tiempo cuándo una tecnología ha quedado obsoleta. Tendemos a pensar que los nuevos dispositiv­os se matan unos a otros, de forma lineal. no ocurre así, y la pandemia vino a demostrar cuánto nos habíamos encandilad­o con los smartphone­s. lo que ocurre es más bien que la lógica de una cierta tecnología (varillas, resortes y tipos metálicos, por ejemplo) impone límites infranquea­bles. Entonces, aunque sirva de adorno, su evolución se detiene.

Más informació­n

El lector encontrará una versión más extensa de La compu en lanacion.com/tecnología

Fue un avance. Ya no te despedazab­as los tendones para escribir las notas

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