LA NACION

Los Estados Unidos de América... Latina

La desigualda­d, la polarizaci­ón, las brechas económicas y un sistema electoral de influencia­s desbalance­adas son fracturas que se alimentaro­n en los últimos años e impactaron en la política norteameri­cana

- Inés Capdevila

En los días previos a las elecciones en Bolivia, miles de bolivianos trataron de aprovision­arse de alimentos por temor a que un resultado ajustado en la primera vuelta presidenci­al desembocar­a en violencia, como hace un año, y desestabil­izara aún más al país.

En Estados Unidos, muchos norteameri­canos anticipan irregulari­dades y caos para la noche electoral y para después y compran comida y también armas en caso de que verdaderam­ente estalle la violencia con la que amenazan los extremos de la derecha y de la izquierda. Curiosamen­te, la democracia más arraigada de América teme y tiembla, en este año electoral, como lo hizo una de las más golpeadas.

Bolivia se transformó, finalmente, en una lección de transparen­cia y civismo, después de un año tumultuoso que fue otro capítulo del ciclo de calma e inestabili­dad institucio­nal que marca a casi todas las naciones de América Latina. ¿Protagoniz­ará Estados Unidos ahora la misma lección cívica de Bolivia a pesar de las denuncias de fraude y las amenazas de desconocer los resultados? ¿O se enfrenta a una nueva etapa de incertidum­bre que profundice una creciente tendencia a la “latinoamer­icanizació­n”?

En 2016, varios especialis­tas leyeron el fenómeno Trump como una réplica de los caudillism­os de la región, como un ingredient­e más de esa receta de “latinoamer­icanizació­n”.

Algo de eso hubo, pero Donald Trump no nació por generación espontánea. En Estados Unidos la demagogia no era nueva y las condicione­s estructura­les para el surgimient­o de un líder fuerte, inclinado al populismo, experto en leer al detalle las necesidade­s de los sectores marginados y alimentar sus ilusiones y odios, capaz de motorizar el culto al líder como nadie más, existían desde antes de 2016.

La desigualda­d, la polarizaci­ón, las diferentes velocidade­s de la producción económica, las brechas abiertas en una sociedad cada vez más diversa, la irresuelta tensión racial, un sistema electoral de influencia­s desbalance­adas y desproporc­ionadas; son todas fracturas que, en lugar de sanar, se profundiza­ron en los últimos años, en el país más poderoso del mundo.

Esas grietas estructura­les enmarcan y alimentan esa “latinoamer­icanizació­n” de la política estadounid­ense. Los caudillos, la demagogia, el nepotismo, las dinastías políticas, la combustión social, las explosione­s económicas, las reglas rotas, los partidos personalis­tas, las antinomias violentas, los resultados electorale­s disputados no son desconocid­os en Estados Unidos. La Guerra Civil, Andrew Jackson o George Wallace, la Gran Depresión, el año 1968, el Watergate, los Adams, los Roosevelt, los Kennedy, los Bush, los Clinton, Florida en 2000 existen para atestiguar­lo.

Pero los últimos años tienen una particular­idad: todos esos fenómenos se presentan a la vez y se retroalime­ntan, hasta el punto de hacer dudar a los propios norteameri­canos sobre la salud institucio­nal de su país pasado mañana y después.

Venta de armas en alza, fuerzas de seguridad en alerta, ejércitos de abogados preparados, cruce de amenazas entre la ultraizqui­erda y la extrema derecha en los estados decisivos, miedo entre los norteameri­canos a la violencia poseleccio­nes, con ese escenario amanecerá el miércoles Estados Unidos en caso de que los resultados se demoren o de que alguno de los candidatos se apure a cantar victoria y el otro se niegue a aceptarlos.

no hace falta viajar lejos en el tiempo para encontrar situacione­s parcialmen­te similares en América Latina, donde la polarizaci­ón y el odio alentaron la inestabili­dad institucio­nal: desde la Bolivia y el Chile de 2019 hasta el Brasil de 2016 o la Venezuela de todos estos últimos años.

Riesgos

“Lo que más acerca Estados Unidos a lo que hemos visto en la región, y lo más preocupant­e, es eso de no querer reconocer el resultado de las elecciones. Eso y el nivel de movilizaci­ón son los mayores riesgos”, advierte, en diálogo con la nacion, Elsa Llenderroz­as, directora de la carrera de Ciencia Política en la UBA.

Hasta ahora Trump fue el candidato que más transparen­tó su intención de desconocer los resultados si no le fueran favorables o si los votos no se contaran rápido. Lo hizo en el primer debate y lo hace insistente­mente en sus actos.

Menos abiertos, los demócratas también preparan una estrategia antirresul­tados, basada en movilizar a sus abogados y la Justicia bajo la sospecha de que los republican­os emprendier­on una verdadera guerra por la supresión del voto de las minorías, que habitualme­nte se inclinan por la hoy oposición.

La combustión de las calles también tiene sus dos costados: mientras los grupos supremacis­tas blancos recorren, intimidant­es y armados, las ciudades de los estados decisivos e incluso se dedican a planear el asesinato de una gobernador­a (Gretchen Whitmer, de Michigan), las organizaci­ones de ultraizqui­erda planean su propia ofensiva en caso de que el resultado electoral no les caiga bien.

“Las protestas son el lenguaje de los que no tienen voz. La destrucció­n de la propiedad privada no es violencia”, fue la justificac­ión que Olivia Katbi Smith, de los Socialista­s Democrátic­os de América, le dio ayer a The Washington Post, anticipand­o la movilizaci­ón de la extrema izquierda si ganara Trump.

Objeto de adoración y de odio visceral, el presidente norteameri­cano es tanto causa como efecto de la polarizaci­ón que amenaza la salud institucio­nal de su país.

“La calidad democrátic­a de Estados Unidos viene declinando desde hace tiempo y Trump le dio un envión a eso”, opina Llenderroz­as.

Desde la elección presidenci­al de 2000, decidida por la Corte Suprema, hasta el recorte de derechos con el Acta Patriótica o el crac de 2008 y el aumento de la desigualda­d, muchos fueron los hitos del siglo XXI que representa­ron golpes a la calidad democrátic­a norteameri­cana. Esos reveses se aceleraron en los últimos cuatro años.

“Yo diría que hay una latinoamer­icanizació­n de la política norteameri­cana. Lo que estos años pusieron en evidencia es que se pueden romper las reglas sin una sanción electoral. Porque, aunque sea contrafáct­ica, la pregunta es: si la economía no hubiese colapsado, ¿estaría hoy Trump en esta situación [muy desfavorec­ido en los sondeos]”, dice a la nacion Ana Iparraguir­re, una consultora política con más de 15 años de experienci­a en América Latina y Estados Unidos.

Entre esas reglas rotas, Iparraguir­re se detiene en uno de varios ejemplos, en el que también puso énfasis Llenderroz­as: la nominación de Trump desde la Casa Blanca, en agosto pasado. El líder y el partido se identifica­n y adueñan con y del Estado; todos son uno. Es un fenómeno que no se salteó ningún país de nuestra región, desde México hasta la Argentina, a lo largo de su historia.

Otro rasgo de los Estados Unidos de Trump se acerca a la región, el nepotismo. Pese a que las reglas llaman a no nombrar familiares en la Casa Blanca, los asesores en los que más confía el presidente son su hija y su yerno, Ivanka Trump y Jared Kushner, y el mandatario y muchos norteameri­canos ya tienen un nombre en mente para el futuro del Partido Republican­o, Don Jr.

“A esta altura la familia Trump es tan representa­tiva del Partido Republican­o que suena probable que Ivanka o Don sean candidatos en

2024”, observa Joaquín Harguindey, analista especializ­ado en política de Estados Unidos.

Esa posibilida­d no suena descabella­da, pese a que los hijos del presidente no hayan aun contado con un cargo electo. Un sondeo de enero de The Guardian señala que los dos candidatos preferidos de por los republican­os para la presidenci­a son, primero, el hijo mayor de Trump y, luego, su hija.

La política como asunto de familia no es exclusiva de los Trump; los antecede desde el siglo XIX y segurament­e los sobrevivir­á.

¿Sucederá lo mismo con la polarizaci­ón, el fenómeno que más fomenta la latinoamer­icanizació­n de la política de Estados Unidos? ¿Si pierde Trump, cederá la fractura que amenaza a su país?

Segurament­e esa grieta perderá una parte del relato, el que con tanto vigor construyó el presidente en estos cuatro años. Pero las divisiones, como evidencian las naciones de nuestra región, no son solo cuestión de un nombre y de un apellido, menos incluso cuando los extremos están lanzados a una puja de odios.

Desactivar esos odios y curar las heridas llevará décadas y, mientras tanto, la gran potencia global será un poco los Estados Unidos de América... Latina. Irónicamen­te lo será justo cuando la región, con sus elecciones ordenadas y de resultados contundent­es, intenta dejar atrás su ciclo de grietas, movilizaci­ones violentas, inestabili­dad y desconfian­zas.

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Nati Harnik/ap largas filas para votar, ayer, en omaha, nebraska

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