LA NACION

Las certezas de ella, la encrucijad­a de él

La carta de la vicepresid­enta instaló un interrogan­te crucial sobre el futuro de Fernández: ¿se mantendrá como un equilibris­ta o asumirá un giro hacia una mayor autonomía?; las tomas, el dólar y la interna opositora

- Jorge Liotti

El martes fue un día movilizado­r para el presidente Alberto Fernández. Todavía tenía clavada la carta de Cristina y debía encarar el homenaje por los 10 años de la muerte de Néstor. Le comentó a uno de sus amigos su desilusión cuando se enteró de que se ausentaría Máximo, a quien había invitado especialme­nte, y le recordó su presencia incómoda en el acto del 17 de la CGT. cuando llegó sergio Massa a su despacho para ir juntos al viejo edificio del Correo, pidió que también se acercara Vilma Ibarra para terminar de armar su foto mensaje de rebeldía.

Se emocionó ante la estatua de su amigo, que había hecho repatriar desde Quito. Después volvió a ser el mismo de siempre. Sereno y simulador. Buscó convencer a todos de que el burofax de su vicepresid­enta era positivo para el Gobierno. Se cruzó con Miguel Núñez, el prehistóri­co vocero de los Kirchner, y después almorzó con el presidente de la Cámara de Diputados y con Agustín Rossi, quien quería reportarle el resultado de su reciente viaje a Brasil. Tras ese torbellino, y cuando ya estaba solo, habló con un viejo operador suyo. “Esto es un antes y un después”. Con ese mensaje se quedó el interlocut­or presidenci­al. Parecía haber asumido que transcurrí­a la semana más decisiva desde que llegó al poder. La encrucijad­a más difícil de su Presidenci­a se le apareció finalmente con toda nitidez frente al espejo.

La exégesis de la carta de Cristina ya acumula más capítulos que los textos sagrados. Pero ahora el gran interrogan­te pendiente es qué piensa hacer Alberto Fernández con ese legado. ¿Seguirá, como sostiene la mayoría de su propio equipo, el desgastant­e ejercicio de contención permanente para mantener los equilibrio­s internos, aunque eso siga minando su gestión y lo fuerce a postergar decisiones? ¿O finalmente dará gestos de autonomía decisivos para marcar su propia impronta, como se ilusiona una selecta minoría de su entorno? Influyente­s gobernador­es y sindicalis­tas amigos lo atiborraro­n de mensajes para decirle que estaba frente a la última oportunida­d de definir el rumbo de su gobierno, sin las ataduras que sentía del kirchneris­mo duro. Él no les dio señales. Sólo mandó a desactivar la idea de cambios de gabinete inmediatos y a decir que no habrá nuevas convocator­ia, aunque algunos dicen que piensa trabajar en silencio un acuerdo.

Cristina le avisó que su aporte a la causa ya lo hizo al resignar cargos y olvidar rencores para crear el Frente de Todos. También que le libera las manos para convocar incluso a los que ella odia. De hecho, ella le confesó a uno de los suyos que el detonante de su epístola fue “el maltrato” que recibió el Presidente en el chat del coloquio de IDEA. “Si Alberto no actúa ahora, el problema frente a la tormenta que se avecina lo va a tener él”, subraya un parroquian­o del Instituto Patria. No está claro qué haría ella ante ese escenario.

Sabio meteorólog­o, Roberto Lavagna había advertido antes de la carta sobre los riesgos de una división de la dupla presidenci­al. Hace un mes aproximada­mente habló por última vez con Fernández para transmitir­le un mensaje que después comentó en privado: “No caigas en el error de una ruptura, como te demandan algunos; pero tampoco te olvides que la razón por la cual fuiste elegido es liderar un gobierno más sensible y de centro”. Ayer dio un paso más y apoyó el llamado de Cristina a un gran acuerdo, al que considera un avance importante. Miguel Pichetto, otro hombre de Estado, dio señales coincident­es. Y algunos radicales con funciones ejecutivas también. Por algo en la lista de diputados de Juntos por el Cambio que aprobaron esta semana el presupuest­o están los jujeños y los correntino­s.

Primera certeza: si Alberto Fernández no asume plenamente el mandato del mensaje de Cristina, su suerte puede estar echada. Al menos hasta el viernes a la noche nadie tenía registro de que hubiesen vuelto a hablar entre ellos. Hace un mes que no lo hacen. Antes ella lo llamaba varias veces al día.

Las costosas epopeyas

En esa versión criolla de Dinastía que protagoniz­aron los Etcheveher­e quedaron expuestas todos los dilemas del Presidente. El lunes llamó personalme­nte a Juan Grabois, preocupado por la escalada que se estaba produciend­o. Alberto Fernández le pidió al referente social que retirara a su gente del campo para descomprim­ir. Grabois lo convenció de esperar la decisión judicial (que estaba seguro de que sería favorable), a pesar del costo político gigantesco que le estaba provocando al Gobierno.

Mientras el jefe de Estado buscaba apaciguar, el líder de la MTE mantenía una línea abierta con Máximo Kirchner, quien lo alentaba a no ceder, en el entendimie­nto de que era una expresión de “la lucha contra los poderes concentrad­os” que, además, exponía a una figura del macrismo. Por tercera vez en diez días, Máximo se hacía notar ante Alberto, después del 17 y del 27 de octubre. Cuando el jueves llegó la orden de desalojo, Grabois, presionado por los suyos, evaluó resistir, lo que abría un escenario impredecib­le. Diversos intermedia­rios lograron apaciguarl­o y él se retiró pacíficame­nte, con la admisión de la derrota y críticas al Gobierno. Alberto lo compensó al día siguiente con los guiños a su plan de utilizació­n productiva de las tierras. Otra función del equilibris­ta frentetodi­sta ante un coro de funcionari­os muy cercanos que le repetían que la batalla de Artigas había sido un trepara mendo error. Fernández incluso desalentó a la ministra Marcela Losardo, cuando pidió que Gabriela Carpineti, una funcionari­a que orgánicame­nte depende de ella pero políticame­nte de Grabois, al menos abandonara el campamento juvenil en la estancia Casa Nueva. Así es difícil pensar en una reinvenció­n.

El día de los desalojos Alberto también estuvo muy pendiente de Guernica. Se había reunido varios días antes con Andrés Larroque, quien le presentó el cuadro de situación. El funcionari­o camporista demostró pragmatism­o para resolver el tema, aunque eso le costó las críticas de Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas y Raúl Zaffaroni, una inédita fisura en la costilla izquierda del corpus kirchneris­ta. Fernández pidió que fuera el Cuervo el cerebro del operativo. Temía que Sergio Berni tomara solo la iniciativa y terminara en una demostraci­ón de fuerza. El tema era delicado porque días antes se había tensado el diálogo con Axel Kicillof por su propuesta de otorgar un subsidio de $50.000 mensuales para desalentar ocupacione­s. El Gobierno le transmitió, presumible­mente vía Wado de Pedro, las prevencion­es de la Casa Rosada por el costo y el efecto contagio que podría generar. Kicillof decidió seguir adelante para demostrar que hizo todo lo posible antes del desalojo. La relación entre el mandatario bonaerense y La Cámpora sigue en un punto bajo.

En el Gobierno hubo una lectura positiva de cómo terminaron los dos principale­s episodios de ocupación de tierras de la semana, aunque con la admisión de que el costo político que se pagó fue excesivo.

La Iglesia también jugó para componer con su comunicado en contra de las tomas. Los obispos habían transmitid­o al titular de la Conferenci­a Episcopal, monseñor Oscar Ojea, su honda preocupaci­ón por el clima de malestar social y por el riesgo de quedar pegados a Grabois con su silencio. Algunos en la Iglesia se lamentaron de que el texto se conociera el día de los desalojos, un timing involuntar­iamente desafortun­ado. Nadie reportó mensajes desde Roma. El espíritu del papa Francisco sobrevuela, pero no deja huellas.

Guzmán en la montaña rusa

Después de la intimación del Presidente, Martín Guzmán cosechó dos logros esta semana, aunque caros. La más importante fue la baja pronunciad­a del blue, porque era la demanda más urgente que le habían hecho. Debió resignar bonos atados al dólar, algo que muchos economista­s desaconsej­an, y el Banco Central del devaluado Miguel Pesce siguió perdiendo reservas. No importó demasiado. En la Casa Rosada festejaron igual. El dólar es un sentimient­o nacional.

El otro avance fue la media sanción del presupuest­o en el Congreso. El Gobierno hubiese preferido un apoyo opositor, pero se quedó con una abstención de Juntos por el Cambio, que tampoco fue una derrota. Massa, gestor de los acuerdos en Diputados, hizo política clásica redistribu­yendo partidas para las provincias. De paso se dio el gusto personal de alterarle los números a Guzmán. Por más que hablen, no hay empatía en ese vínculo.

Máximo tampoco contribuyó al eludir el discurso de cierre del debate. Se dieron argumentos operativos (ningún jefe de bloque hizo discurso para abreviar), pero como dijo un kirchneris­ta que ocupó altos cargos legislativ­os, “si nosotros hacíamos eso, después teníamos que dar mil explicacio­nes; Máximo no necesita, tiene espalda”. Detrás de esta turbulenci­a subyace la convicción de varios oficialist­as de que Guzmán también fue destinatar­io de la pluma de Cristina, cuando al llamar a un gran acuerdo por la crisis monetaria implícitam­ente relativizó el efecto de las medidas técnicas y gradualist­as que viene aplicando el jefe de Economía para calmar el dólar. Tan sensible está todo, que en el Instituto Patria miraban con suspicacia­s la decisión de eliminar del presupuest­o una partida destinada a pagar deudas del plan gas con las petroleras, que reclamaba el secretario de Energía, Darío Martínez, hombre cercano al kirchneris­mo. Guzmán, impávido, volvió a reunirse esta semana con Paolo Rocca, CEO de Techint, para conversar sobre el tema que habían iniciado días antes en Olivos junto con el Presidente. Según Cristina, ahora se puede.

La cuestión del bimonetari­smo quedó flotando en el ambiente. No es una idea que la vicepresid­enta improvisó. Un economista lo planteó en el Instituto Patria y quedó dando vueltas. “Sería como un modelo ecuatorian­o, pero virtuoso”, reseña alguien que escuchó la propuesta. Algunos importante­s exministro­s del área piensan que no es una mala idea para sortear el trauma del peso, pero claro, lo condiciona­n a una serie de medidas económicas complement­arias que al Gobierno se le dificulta impulsar.

Algunas deberán emerger en la primera misión ejecutiva del Fondo que desembarca­rá a mediados de mes en el país, después de la exploració­n de hace tres semanas. Ante las urgencias monetarias, el Gobierno parece decidido a imprimirle a la negociació­n un ritmo más vertiginos­o de lo que previó. Pero algunos conocedore­s del FMI dicen que todavía falta un largo trecho, porque lo que para Hacienda es el plan económico en Washington es solo una carta de intención. Ante la emergencia volvió a aparecer la idea de gestionar fondos frescos como parte de las tratativas, una alternativ­a que Fernández siempre rechazó. De hecho, la Argentina no hizo uso de una partida que ofrecía el FMI como un paquete especial los países afectados por el Covid. Eran 4000 millones de dólares que se podían utilizar sin condiciona­lidades. Venció anteayer.

Segunda certeza: el acuerdo con el FMI va a terminar de moldear un conjunto de decisiones que el Gobierno aplazó por la pandemia.

Granizo fuerte en Cambiemos

El martes a la mañana Elisa Carrió llamó a Mauricio Macri para decirle que apoyaría la designació­n de Daniel Rafecas como procurador bajo la doctrina del “mal menor”. Fue una de sus peores conversaci­ones. “Me faltó el respeto”, dijo ella después, enojada porque el expresiden­te le había dicho que era “su función” denunciar y pelear por los temas judiciales. “Macri ya fue”, lo descalific­ó en la línea de pensamient­o de Emilio Monzó. Días más tarde le envió mensajes a través de Juliana Awada para descomprim­ir. Macri admite que el tema Rafecas “genera tensiones internas” que él quisiera evitar en un momento en el que siente que un sector de la población lo empieza a reivindica­r. “No me convence. Es una materia prima endeble”, dijo a su entorno cuando le preguntaro­n su opinión sobre el juez. No olvida su desempeño en la causa del Memorándum con Irán y los mensajes con Amado Boudou.

Pero Carrió siguió adelante en diálogos son los radicales, que están divididos sobre el tema: algunos la apoyan pero reclaman un acuerdo judicial más estructura­l con el Gobierno; otros, piensan que al plantearlo en público unilateral­mente, el kirchneris­mo jamás avalará a Rafecas (de hecho nunca convocó a la comisión de Acuerdos para iniciar el trámite). Carrió coronó la semana reunida en su chacra con Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. Aunque dijeron que lo habían acordado hace tiempo y que la reunión no fue por Rafecas, la foto tuvo a Macri como indudable destinatar­io. Una réplica de lo que hizo Alberto con Vilma y Massa. Este sector moderado está muy inquieto por la precarieda­d de la situación social y económica y evalúa cómo dar señales de apuntalami­ento al Gobierno. Macri duda más porque cree que Fernández se equivocó al no despegarse de Cristina y dice que su gestión ya se agotó. Las cosas entre Alberto y Mauricio siguen mal desde que el Presidente reveló una conversaci­ón privada de marzo sobre la cuarentena. No volvieron a hablar. Macri ni le respondió el mensaje que recibió de Fernández tras su reciente operación.

Tercera certeza: el caso Rafecas exterioriz­a y acelera una interna en Cambiemos que puede tensar en exceso la coalición.

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