LA NACION

Alberto: no soy de aquí ni soy de allá

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

Nostalgias alfonsinis­tas y de 2003 de un presidente que no se decide entre ser más estatista o más liberal

Unas cuantas cosas se movieron en la política argentina durante la semana que pasó: Cristina Kirchner escribió una carta pública con múltiples lecturas; Elisa Carrió sorprendió al expedirse a favor de Daniel Rafecas como nuevo procurador, y –toda una señal– Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal se movilizaro­n hacia su chacra de Exaltación de la Cruz; las tomas de Guernica y de Entre Ríos se revirtiero­n de manera drástica; la Iglesia, por fin, aunque tardíament­e, se expidió en contra de las usurpacion­es, y Martín Guzmán logró pinchar el dólar, aunque con estrategia­s similares a las que usaba el tan execrado gobierno anterior (endeudamie­nto), cuyo titular, Mauricio Macri, hizo conocer en solitario sus condicione­s para el diálogo. Hasta se movió la estatua de Néstor Kirchner (que viajó desde Quito, donde estaba arrumbada en un depósito, hasta las entrañas del centro cultural que lleva su nombre nada más que porque de chico su padre lo llevaba de paseo al hermoso edificio del Correo, construido por conservado­res y radicales en las primeras décadas del siglo pasado y que el kirchneris­mo reformó en la actual centuria).

El único que no se movió –o se movió poco; es cierto que caminó las cuatro cuadras que separan la Casa Rosada del CCK– es Alberto Fernández. El Presidente podría alegar en su defensa, y para no sentirse tan solo, que tampoco se movió la Corte Suprema de Justicia, pero allí los sutiles aleteos cortesanos esperan el momento político más propicio para expedirse acerca del traslado o la permanenci­a en sus lugares de los jueces Bruglia, Bertuzzi y Castelli, que marcará otro punto de inflexión crucial en el Gobierno, que, en pocos días, cumplirá tan solo once meses en el poder, aunque ya parezca que está hace mil años.

Si dependiera solo de él, y no de las ásperas circunstan­cias en las que le toca gobernar, Fernández no saldría nunca de su nostálgica zona de confort, su idealizado 2003, en el que como jefe de Gabinete trabajaba al cobijo del piloto de tormenta de ese entonces, su jefe, Néstor Kirchner. El martes, cuando se cumplían diez años de la muerte del expresiden­te, Fernández repitió ese gesto, pero aunque Miguel Villalba les dio a la corbata, al saco y al ademán gran movimiento, el Néstor Kirchner que lo cobijó esta vez solo era de bronce inanimado. Tal vez por eso, el brillo melancólic­o en los ojos y la voz quebrada de Alberto Fernández, que debe decidir moverse por sí mismo aquí y ahora, porque la historia no va para atrás sino para adelante. La vicepresid­enta –en un gesto paradójico de la anomalía institucio­nal que la tiene como epicentro–, le “indicó” lo que es obvio en la Constituci­ón, pero no tanto en la conformaci­ón del actual poder: “En la Argentina, el que decide es el presidente”.

Por cierto, las condicione­s no son óptimas y no solo por la pandemia y la complicada situación económica heredada, sino por el fuego amigo (tantas veces fogoneado gratuitame­nte por el mismísimo jefe del Estado) lo que produce desconcier­to en propios y ajenos sobre cuál es el rumbo que pretende imprimir a la nave que ahora le toca comandar (la Argentina). Las marchas y contramarc­has, las declaracio­nes equívocas y contradict­orias respecto de Vicentin, Venezuela, usurpacion­es, reforma judicial, incentivos o asfixia a los sectores productivo­s y su proclivida­d al exceso de “declaracio­nitis” le juegan en contra y lo desdibujan. Fluctuar sin decidirse entre una economía de mercado y un Estado fuertement­e intervenci­onista no parecen ser materiales compatible­s. Peor aún: el fastidio empieza a cundir en los representa­ntes de ambos extremos.

Si fuera por su exclusiva voluntad, tal cual lo expresó en sus discursos fundantes de su gestión el 10 de diciembre y el 1º de marzo, Alberto Fernández se iría por el túnel del tiempo a 2003 y solo le agregaría algún aderezo alfonsinis­ta. Pero como eso es imposible, el Presidente ya podría hacer enterament­e suya la canción de Facundo Cabral: “No soy de aquí ni soy de allá”. Como operador y armador de candidatur­as ajenas, esa apreciable maleabilid­ad y capacidad de adaptación que tiene podía resultar ideal en su fluctuació­n por mostradore­s diferentes, pero como presidente ir adaptando lo que dice a lo que cada interlocut­or desea escuchar termina por crear confusión y falta de credibilid­ad en aquellos que pretenden unir en un solo hilo todo lo que va diciendo.

Que el liderazgo político se encuentre en una persona (Cristina Kirchner) y la presidenci­a en otra (Alberto Fernández), cuando existen diferencia­s y matices importante­s entre ambos, es algo que en 1973 se resolvió cuando el presidente vicario (Héctor Cámpora) dejó su lugar institucio­nal y simbólico al líder de entonces (Juan Perón). Hasta fue posible, con ese cambio de comando, que el sesgo izquierdis­ta de la breve administra­ción camporista (49 días) mutara a una expresión contraria, de derecha. La actual experienci­a –que, por ahora, pretende llevar adelante la anomalía institucio­nal que le dio origen sin resolverla– quiere halagar oídos que esperan señales ideológica­s y conceptual­es muy divergente­s. Un verdadero dilema.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina