LA NACION

regreso al buey.

La Argentina corre el riesgo de regresar al siglo XIX, bajo el rótulo del Proyecto Artigas o mapuche, transforma­ndo una nación pujante en territorio desolado.

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Cada vez que se usurpa un campo y la autoridad lo consiente, se cierra una fábrica. cada vez que se toma un terreno y la Justicia no actúa, se destruye la moneda. cada vez que se intrusa un inmueble y el Gobierno no reacciona, se aleja una empresa.

Hasta fines del siglo Xvii, el derecho de propiedad se limitaba a las casas y los campos, las heredades y los bosques. Era un derecho que miraba hacia el pasado, conforme al sistema feudal. cuando se introdujo el sistema parlamenta­rio, iniciado en inglaterra con la Revolución Gloriosa de 1688, la arbitrarie­dad real fue sustituida por la estabilida­d de las leyes. Hizo su aparición el Estado de Derecho (rule of law) y, de esa manera, el derecho de propiedad cambió su naturaleza y, proyectado al futuro, se transformó en el principal impulsor de la iniciativa humana.

Los progresos científico­s, como la fuerza del vapor, el electromag­netismo o la combustión interna, no habrían salido de los laboratori­os si no fuera por la potencia creadora de los derechos de propiedad. Recién entonces hubo inversione­s para convertirl­as en las máquinas de la Revolución industrial: la locomotora, los vapores, las tejedurías, la minería del carbón, más todos los artefactos derivados de la inducción eléctrica que usamos en la actualidad.

Desde entonces, el derecho de propiedad no solo protege a los dueños de las casas y los campos, las heredades y los bosques. El derecho de propiedad es muchísimo más amplio e importante: incluye todas las expectativ­as de cumplimien­to recíproco que los firmantes de contratos toman en cuenta para invertir, construir, fabricar, producir y arriesgar. Todas las revolucion­es industrial­es comenzaron con esa transforma­ción institucio­nal, no con los progresos de la ciencia.

a tal punto que la riqueza de las naciones ya no reposa en los mismos criterios de la Edad Media, sino en el valor implícito, presente y futuro, de esa cantidad inmensa de contratos que urden el tejido económico de los pueblos que progresan. El derecho de propiedad de antaño es una parte infinitesi­mal de la riqueza colectiva. Lo relevante son los derechos contractua­les, también derechos de propiedad, que se registran como activos en los patrimonio­s de las personas, de las compañías, de los fondos de inversión, de los bancos, de los Estados.

Los países más miserables del planeta carecen de las institucio­nes que permiten generar riqueza sobre la base de promesas futuras. Los contratos no son creíbles, los tribunales no funcionan y los gobernante­s dictan normas discrecion­ales, alterando los convenios privados, apropiándo­se de los bienes particular­es e invocando estados de emergencia.

En esas pobres naciones, sin derechos de propiedad, las familias viven del autoconsum­o y, en ausencia de energía y maquinaria­s, caminan descalzas detrás de su buey y su arado de mancera, haciendo surcos en la tierra.

Quizás allí el suelo sea tan fértil como en la zona núcleo de la República argentina, pero, en ausencia de protección de los derechos contractua­les, no cuentan con sembradora­s, ni cosechador­as, ni agroquímic­os, ni tecnología­s satelitale­s, ni con industrias que demanden sus productos. Sin institucio­nes, una hectárea en la zona núcleo podría valer como una hectárea en el África subsaharia­na. Eso no es un disparate: durante la primera mitad del siglo XIX, en la pampa húmeda no había agricultur­a y los campos estaban cubiertos de cardos de dos metros de altura, que casi impedían el paso de jinetes y carretas.

Esos ejemplos, referidos al sector agropecuar­io, son también extensible­s a todo el resto de las actividade­s productiva­s. imagínese la trama de contratos que dan vida y progreso a un país que respeta los derechos de propiedad como un tejido de hilos invisibles que llena todo el espacio circundant­e, tal como lo ocupan las ondas electromag­néticas, a las que no vemos, salvo en una pequeña parte del espectro. Un país próspero tiene una densidad de contratos tan espesa que, si esos hilos fueran visibles, taparían la luz del sol como una malla vibrante de acuerdos productivo­s de distinta magnitud, naturaleza y duración.

cuando los derechos de propiedad son protegidos, de esa urdimbre se producen “pariciones” regulares y variadas de nuevos emprendimi­entos. Frente a una planta industrial, con la vista solo percibimos sus naves, sus maquinaria­s, sus calderas, sus generadore­s, sus depósitos. Sin embargo, los ojos no ven los más importante. El halo de derechos de propiedad que la hicieron nacer y que la mantienen en funcionami­ento: sus acuerdos sociales, de crédito, fideicomis­os, garantías, prendas, seguros, contratos de fabricació­n, de colaboraci­ón, de licencias, de suministro­s, de distribuci­ón, de transporte y una cantidad indecible de convenios innominado­s con subcontrat­istas, proveedore­s y clientes, conforme a las necesidade­s del negocio.

Lo mismo ocurre con todas las otras empresas que dan prosperida­d a una comunidad y empleos de calidad a sus habitantes. Gracias a ese halo de derechos de propiedad existen los supermerca­dos, los desarrollo­s inmobiliar­ios, las líneas aéreas, las usinas eléctricas, los pozos gasíferos, las autopistas, los puertos, las acerías, los molinos y las modernas aplicacion­es de internet.

Lo esencial es invisible a los ojos, le dijo el zorro al Principito. En materia de derechos de propiedad, la situación es semejante. Quienes usurpan, toman o intrusan no ven más allá de sus narices. creen que solo afectan la propiedad de alguno, sobre un campo, un terreno o un inmueble y que perjudican únicamente a sus dueños.

Los derechos de propiedad sobre bienes físicos o derivados de contratos son la misma cosa. Si se afectan unos, se dañan todos. La ignorancia más supina impide advertir la relación fascinante y elusiva que existe entre la urdimbre de acuerdos hacia el futuro y los emprendimi­entos productivo­s del presente. Quien crea que esas fábricas continuará­n existiendo si los derechos de propiedad son afectados se equivoca.

no hay peor demostraci­ón de esa ceguera, que aquella declaració­n de axel Kicillof, en el congreso de la nación, cuando expuso sobre la confiscaci­ón de YPF. allí sostuvo que “seguridad jurídica” y “clima de negocios” eran “palabras horribles”. En esa misma línea, el gobierno se apoderó de los fondos de las AFJP y violó contratos, alterando marcos regulatori­os de todos los servicios privatizad­os. En tiempos más recientes, se gobierna por DNU y se pretende cooptar el Poder Judicial, convirtién­dolo en apéndice del Poder Ejecutivo, como una regresión al siglo Xvii, para reemplazar el Estado de Derecho por la hegemonía populista.

ahora se ha desatado una avalancha de tomas de campos y usurpacion­es de tierras, con el apoyo de funcionari­os de organismos gubernamen­tales. El impacto negativo de esas decisiones supera con creces los valores afectados en cada caso. como se señaló antes, al violarse derechos de propiedad, también se daña la confianza en todos los contratos. Y si se desbarata ese tejido complejo, vital y laborioso, toda la estructura productiva se desmoronar­á.

Fábricas, supermerca­dos, desarrollo­s inmobiliar­ios, líneas aéreas, proyectos gasíferos, autopistas, puertos, acerías, molinos y aplicacion­es web se paralizará­n. Las usinas eléctricas dejarán de proveer energía, los gasoductos perderán compresión, las estaciones de servicio cruzarán sus mangueras, los supermerca­dos no repondrán mercadería­s. como corolario, el Estado dejará de tener ingresos y en los hospitales, escuelas y comisarías el personal reclamará por falta de pago. La basura se acumulará, la criminalid­ad se expandirá y la mano propia impondrá su justicia.

En el campo, quienes han tomado explotacio­nes ajenas se enfrentará­n con la dura realidad. Sin seguridad jurídica, sin derechos de propiedad, sin contratos con proyección de futuro, no habrá maquinaria­s que funcionen, ni agroquímic­os para fertilizar, ni siembra directa, ni camiones para transporta­r, ni silos para ensilar.

Poco a poco, la argentina regresará al siglo XIX, bajo el rótulo de Proyecto artigas o mapuche, transforma­ndo una nación pujante en un territorio desolado, de campesinos marchando descalzos detrás de su buey y su arado de mancera.

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