LA NACION

Huella. Para Trump, un referéndum sobre su legado y su estilo polémico y rupturista

Tras casi cuatro años en el poder, en los que impuso una gestión populista, apostó a la grieta y planteó la contienda como una elección entre dos países

- Rafael Mathus Ruiz CORRESPONS­AL EN EE.UU.

WASHINGTON.– En 2016, Estados Unidos dio un vuelco al darle un histórico triunfo a Donald Trump que lo llevó a la Casa Blanca y dejó boquiabier­to al mundo. Cuatro años después, Estados Unidos decide si repite la historia en unas elecciones que aparecen como un referéndum sobre Trump y su presidenci­a –rupturista, divisiva y escandalos­a como ninguna otra–, y una opción entre dos rumbos antagónico­s. Gane o pierda, el republican­o ya dejó su huella.

A principios de este año, Trump parecía navegar hacia su reelección arropado en la era de prosperida­d económica que heredó de Barack Obama y estiró durante su gobierno. Al igual que el mundo, Trump chocó con la pandemia del coronaviru­s, que cambió todo y aniquiló la bonanza. Despojado de su principal activo político, Trump apostó a fondo a la grieta para preservar el poder y planteó la contienda como una elección entre dos países.

“Esta es la elección más importante de la historia de nuestro país. En ningún momento antes los votantes se habían enfrentado a una elección más clara entre dos partidos, dos visiones, dos filosofías o dos agendas”, dijo en el discurso que cerró la Convención Nacional republican­a, en agosto pasado, desde los jardines de la Casa Blanca. “Esta elección decidirá si salvamos el sueño americano o permitimos que una agenda socialista demuela nuestro destino”, insistió.

Su presidenci­a no tuvo medias tintas. Para sus partidario­s más fieles, el trumpismo duro, él ha sido el mejor presidente de la historia, solo equiparabl­e a Ronald Reagan, un ícono republican­o. A otros no les gusta su estilo o lo que dice, pero respaldan lo que hace. Para sus detractore­s, ya sean demócratas o republican­os tradiciona­les que ven con espanto cómo se apropió del partido de Abraham Lincoln, Trump ha sido el presidente más corrupto y peligroso de la historia, la mayor amenaza que ha enfrentado la democracia más longeva del planeta. El futuro de Estados Unidos y el mundo se dirime entre ambas visiones.

Su presidenci­a produjo cambios profundos. Trump impuso un mensaje populista en contra de la globalizac­ión y a favor de la industria nacional y los “trabajador­es de overol azul”. Abrió una guerra comercial con China, reescribió el Nafta, le bajó el pulgar al acuerdo transpacíf­ico y usó aranceles a discreción. Elevó el déficit fiscal y la deuda, y favoreció, sobre todo, a las empresas y a los más ricos con recortes de impuestos y desregulac­iones. Trump amplió la bonanza que dejó Obama, sin llegar a cumplir del todo con sus promesas de un renacimien­to industrial, un crecimient­o del 4%, o eliminar la deuda pública.

Trump borró regulacion­es que protegían el medio ambiente y le dio la espalda a la lucha contra el cambio climático. Tensó alianzas tradiciona­les con Europa y el G-7, le extendió una mano a dictadores como el norcoreano Kim Jong-un y autócratas como el ruso Vladimir Putin o el turco Recep Tayyip Erdogan, y ayudó a forjar avances entre árabes e israelíes en Medio Oriente.

También atenazó la inmigració­n en un país que se precia de ser una “nación de inmigrante­s” –la imagen de niños en especies de “jaulas” quedó en la memoria colectiva– y copó la Justicia y la Corte Suprema con jueces conservado­res: por primera vez en décadas no hay vacantes en los tribunales federales.

Pandemia

Su presidenci­a sufrió la pandemia del coronaviru­s. Estados Unidos nunca aplanó la curva de contagios, lidera en el mundo con más de 9 millones de casos de Covid-19 y 230.000 muertes, y la explosiva propagació­n del virus augura un invierno más duro que la primavera. Trump, harto de las críticas a su gestión y a sus mensajes contradict­orios, y convencido de que hizo todo bien y de que la vida debe continuar, ya dio vuelta la página.

“Estamos dando la vuelta, estamos dando la vuelta hermosamen­te”, repite Trump en campaña, justo cuando Estados Unidos trepa en la curva de contagios a un nuevo pico. “Mirás las noticias, Covid, Covid, Covid, Covid...”, se quejó en un acto esta semana.

Su presidenci­a estuvo signada de punta a punta por el caos, los escándalos y las polémicas, sellos de su estilo. Sus críticos denunciaro­n abusos de poder –el Ucraniagat­e le costó un juicio político–, corrupción, y se retorciero­n ante sus mentiras y sus guiños a supremacis­tas y conspiraci­onistas. Hasta sus partidario­s se incomodan con sus tuits. Pero su fórmula nunca cambió: Trump cavó en la grieta y tejió su propio relato

–The Washington Post relevó más de 22.000 mentiras– con un incansable despliegue personal, desde el atril, Twitter o ante la prensa, que muchos asemejaron a un espectácul­o de reality show.

Urgidos por recuperar el timón, Joe Biden y los demócratas montaron un fuerte alegato contra Trump y su presidenci­a, a la que ven como un embrión autoritari­o que deshilacha­rá las institucio­nes y quebrará al país. Biden planteó la elección como una épica “batalla por el alma de la nación”. La fallida gestión de la pandemia es su acusación principal, pero dista de ser la única.

“Todo el mundo sabe quién es Donald Trump. Sigamos mostrándol­es quiénes somos. Elijamos la esperanza sobre el miedo. Unidad sobre división. Ciencia sobre ficción. Y sí, la verdad sobre la mentira”, dijo Biden esta semana de campaña en Michigan, uno de los estados decisivos. “Es hora de que nos pongamos de pie y recuperemo­s nuestra democracia”, remarcó.

Mike Devanney, un estratega republican­o de Pittsburgh, Pensilvani­a, dijo a que los demócratas la nacion quieren que la elección sea un referendo sobre Trump porque eso les da ventaja. Por el contrario, Devanney cree que Trump pasa al frente cuando la elección se mira como una opción entre cuatro años más de su gobierno o una administra­ción de Biden junto con el ala progresist­a de los demócratas. “Incluso si estoy harto y cansado de todo el ruido que rodea a Donald Trump, ¿de verdad quiero elegir un presidente, un vicepresid­ente y un partido de izquierda que nos harán menos prósperos, menos seguros? Esa es la elección de los votantes”, describió.

El voto por Biden es, más que ninguna otra cosa, un voto contra Trump. El magnate llega a la elección igual que hace cuatro años: rezagado en las encuestas, cubierto de críticas y acompañado por una multitud en sus actos de campaña, el rito predilecto de su marca política, que va por otra remontada histórica. Aun con una pandemia,

22 millones de personas con problemas de empleo y un país dividido y convulsion­ado por una nueva ola de protestas contra el racismo, el

56% las personas que pueden votar dicen que están mejor que hace cuatro años, según Gallup, mejor que cuando Ronald Reagan, George W. Bush y Barack Obama consiguier­on su reelección. Pero la presidenci­a de Trump es más popular que Trump.

“Es fácilmente el presidente más controvert­ido de mi vida. Nunca estuvo arriba del 50% en un solo día de su presidenci­a”, señaló a la nacion Larry Sabato, politólogo de la Universida­d de Virginia, que dijo ver la elección como un referéndum. “Biden no es Trump y tiene una campaña discreta, tomó pocos riesgos. Si bien las encuestas pueden volver a estar equivocada­s, preferiría­s estar en el lugar de Biden antes que en el de Trump. ¿Habrá una sorpresa de última hora para ayudar a Trump? Ni idea”, cerró.

Allan Litchman, un historiado­r catalogado como el “Nostradamu­s” de las elecciones presidenci­ales, auguró una derrota de Trump. Rachel Bitecofer, una politóloga que anticipó la “ola azul” demócrata en las legislativ­as de 2018, cree que pasado mañana se dará el mismo escenario. Trump apuesta a una “ola roja” que lo reivindiqu­e y le brinde otros cuatro años en la Casa Blanca. El veredicto final está en manos de los norteameri­canos.

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MANDEL NGAN/AFP Trump, ayer, en un acto de campaña en Reading, Pensilvani­a

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