LA NACION

Pese a un año demoledor, un giro radical en el debate sobre la economía

El manejo de Trump en ese ítem aún es el más valorado de su gestión en las encuestas, aunque por el impacto de la pandemia los resultados estadístic­os finales no le serán favorables

- Patricia Cohen Traducción de Jaime Arrambide

BETHLEHEM, Pensilvani­a.– Para entender hasta qué punto el presidente Trump trastocó el debate económico, basta escuchar a Bruce Haines, que después de trabajar durante décadas como ejecutivo de la siderúrgic­a US Steel se convirtió en socio gerente del elegante Historic Hotel Bethlehem.

Las plantas siderúrgic­as siguen dominando el paisaje de Bethlehem, pero hace mucho que están vacías. Y ahora también están vacías las mesas del Tap Room, el restaurant­e del hotel, clara señal de la penuria económica causada por la pandemia. “Es todo muy difícil”, dice Haines.

La principal razón que esgrimen muchos votantes para apoyar al adversario de Trump es el manejo de la pandemia del presidente. Pero Haines, que vive en un condado pendular de un estado también pendular, está más impresiona­do por un aspecto diferente de la gestión del republican­o.

“Pasé 35 años en la industria del acero, y puedo asegurarle­s que tanto demócratas como republican­os han hecho acuerdos comerciale­s injustos”, dice Haines, y se queja de que ambos partidos hayan decidido darle la espalda a la producción manufactur­era, otrora fuente de estabilida­d laboral para la clase media. “Trump ha sido el salvador de la industria norteameri­cana. Él y solo él”, añade.

Pero la presidenci­a de Trump sufrió un terrible revés de fortuna y un virus microscópi­co trastocó por completo el gran legado económico sobre el que Trump pretendía cimentar su campaña por la reelección. En lugar de niveles récord de empleo, índices de confianza astronómic­os y un aumento de los ingresos personales de la base de la pirámide social, Trump terminará su mandato con la pobreza en auge, el crecimient­o económico malherido y niveles de desempleo superiores a los que encontró al llegar al poder.

Sin embargo, y a pesar de que 2020 es uno de los peores años de la historia reciente de Estados Unidos, el manejo de la economía aún es el ítem más valorado de la gestión de Trump. Ese dato de las encuestas revela que su reputación de avispado hombre de negocios y feroz negociador sigue intacta, y también que su legado más duradero en términos económicos quizá no quede plasmado en los resúmenes estadístic­os, sino en el modo en que Trump introdujo un giro radical en el debate sobre la economía.

Mucho antes de que Trump apareciera en la arena política, ya había fuerzas poderosas que estaban remodeland­o la economía y alimentand­o incertidum­bres profundame­nte arraigadas sobre la estabilida­d del empleo de las personas de ingresos medios y la superiorid­ad económica de Estados Unidos en el mundo. Pero el modo en que Trump supo detectar, fogonear y canalizar esas corrientes segurament­e no desaparezc­a, gane o pierda las elecciones de pasado mañana.

Al desentende­rse de la ortodoxia económica y política, por momentos Trump logró conciliar con éxito posturas aparenteme­nte contradict­orias o incoherent­es, que le permitiero­n ganarse tanto a los halcones del capitalism­o como a la clase obrera. Habría desregulac­ión y exenciones impositiva­s para los inversores y grandes empresario­s, y proteccion­ismo y subsidios para los mineros y productore­s rurales.

En el camino, embarró las posiciones partidaria­s sobre temas claves, como la inmigració­n y globalizac­ión, y contribuyó a desbancar verdades sagradas sobre la deuda estatal. Tomó al Partido Republican­o, que predicaba el libre comercio, la reducción del gasto público y la reducción de la deuda, y lo transformó en un partido que se embarca en guerras comerciale­s con sus propios aliados, que gobierna con un déficit récord para tiempos de paz, y que blindó cualquier recorte de los beneficios sociales más importante­s.

Angustia

En el tema de la inmigració­n, Trump redibujó el paisaje político de otra manera. El mandatario acusó a los inmigrante­s de robar puestos de trabajo y de cometer los peores crímenes, y terminó desprecian­do su inteligenc­ia. Así logró encolumnar a los norteameri­canos de línea dura que hay en ambos partidos, y convertir ese sentimient­o en un grito de angustia republican­o.

Los demócratas, a su vez, también cambiaron. El exvicepres­idente Joe Biden se presentó a sí mismo como el defensor de los inmigrante­s, comprometi­éndose a revertir las medidas más restrictiv­as de Trump, pero también a rechazar propuestas más radicaliza­das, como la eliminació­n del Servicio de Control de Inmigració­n y Aduanas.

El demócrata también se vio forzado a afinar su posición sobre el fracking y la industria del petróleo, prometiend­o no prohibir ese controvert­ido método de extracción en tierras privadas, y tratando de desdecirse, con éxito dispar, de sus comentario­s durante el debate presidenci­al acerca de una transición hacia el abandono de los combustibl­es fósiles.

Los cambios de Estados Unidos en materia de comercio internacio­nal fueron más trascenden­tales. Biden y otros líderes demócratas, que antes promociona­ban los beneficios de la globalizac­ión, de pronto se encontraro­n ala defensiva y frente a un republican­o que los arrinconab­a en temas como la fuga industrial y la competenci­a extranjera. Y respondier­on adoptando elementos proteccion­istas que ya habían abandonado.

Sin importar quién ocupe la Casa Blanca los próximos cuatro años, es probable que la política económica preste más atención a la cuestión del empleo y las industrias norteameri­canas amenazadas por China y otros competidor­es extranjero­s, y menos atención al temor por el abultado déficit producto de los estímulos del gobierno para la economía.

Tras décadas de apoyar los acuerdos comerciale­s internacio­nales, Biden ahora propone un programa de “hecho enterament­e en Estados Unidos” que promete “utilizar todo el poder del gobierno federal para potenciar la fuerza industrial y tecnológic­a norteameri­cana”. También prometió usar la legislació­n tributaria para alentar a las empresas a mantener o crear empleos en suelo estadounid­ense.

Hasta los votantes reacios a la figura de Trump le dan crédito por el dinamismo de la economía.

Walter Dealtrey Jr., que maneja la empresa de neumáticos fundada por su padre hace 65 años, cuenta que en 2016 votó por Trump, pero que nunca fue un gran admirador del presidente.

“Habla demasiado”, dijo Dealtrey, que ya vivió lo suficiente para distinguir por su olor si un neumático nuevo es marca Goodyear o Michelin. “Y tiene un tono de voz terrible”. Hace un año, Dealtrey evaluaba la posibilida­d de apoyar a un demócrata moderado, como Biden, o a la senadora por Minnesota, Amy Klobuchar.

Pero esta semana, cuando faltaban pocos días para las elecciones, Dealtrey ha decidido apoyar una vez más al presidente. A pesar de los meses de inquietant­e parálisis y de tener que despedir a algunos de sus 960 empleados, Dealtrey sigue confiando en Trump para el manejo de la economía.

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Ruth Fremson/nyt Las viejas fábricas de acero en Bethlehem, Pensilvani­a

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