LA NACION

Arturo Pérez-reverte. “En España se habla de política, pero no de seres humanos”

En Línea de fuego, su nueva novela, el autor recrea la batalla del Ebro de la Guerra Civil; el trabajo en cuarentena y sus recuerdos de Malvinas

- Texto Laura Ventura

Antes de la irrupción de la pandemia, arturo Pérezrever­te (España, 1951), autor disciplina­do a la hora de organizar su rutina y su agenda creativa, había planeado trabajar durante los próximos dos años en su novela sobre la Guerra Civil Española. Sin embargo, el escritor, acostumbra­do a aislarse, culminó Línea de fuego (alfaguara) en un contexto mucho más limitado, propio del confinamie­nto obligatori­o, en apenas diez meses. Este entrenamie­nto fue adquirido cuando, cada noche, después de ser testigo de los horrores de la guerra como correspons­al, debía enviar su crónica al medio para el cual reportaba. Estos 18 destinos infernales son hoy parte de su “adn novelístic­o”, como él denomina a esta identidad y a esta destreza que le permitió narrar, en el caso de su reciente novela, escenas pirotécnic­as y vívidas batallas. “Un escritor es una forma de mirar el mundo hecha por los libros que ha leído, por la vida que ha llevado, por el talento narrativo que pueda tener. Es su manera de enfrentars­e a la literatura”. En Línea de fuego, una novela narrada desde distintos puntos de vista, tras unariguros­adocumenta­ciónyconlo­s relatos de aquellos que pelearon en la Guerra Civil, Pérez-reverte recrea un episodio ficticio de la sangrienta batalla del Ebro, ocurrida en 1938.

–¿Cuán complejo, desde lo técnico, le resultó esta escritura de las batallas? –Es una novela compleja porque la guerra es un lugar geométrico complicado donde nunca hay una visión de conjunto. Esa visión la tenemos en la retaguardi­a o en la historia. El que está metido en el marasmo de una guerra, de un combate, no la ve. Necesitaba varios personajes, varios puntos de vista para componer una especie de cuadro, de retablo general con distintas visiones parciales y una cronología precisa. Posiblemen­te, técnicamen­te, esta sea una de las novelas más difíciles que hice en mi vida.

–Los zumbidos de las balas, el sabor de la sangre, la sed… hay un trabajo sinestésic­o para describir las batallas y las trincheras.

–mi intención era tomar al lector y decirle: “Ven conmigo. Te voy a llevar allí donde estuvo tu padre, tu abuelo. Quiero que sientas lo que ellos sintieron”. Para ello era necesario sumergirlo en ese ambiente. Por eso utilizo tantas onomatopey­as, sonidos, olores, efectos visuales, nocturnos… Tengo una ventaja importante. He leído todo cuanto se podía leer, de memorias, pero también tengo una experienci­a personal. de las 18 guerras que hice como reportero, 7 fueron guerras civiles. Sé cómo suena, cómo se siente uno en ella. He llevado esos recuerdos personales que tengo en la memoria.

–Aparece Vivian Szerman, la correspons­al del New Yorker, como personaje, y otros periodista­s que cubrieron la Guerra Civil. En otro escenario y con otra tecnología, imagino que la experienci­a de Szerman se asemeja a lo que vivió usted como correspons­al. –He tenido que hacer un trabajo de despojo. La primera vez que voy a la guerra es en 1973. Ya es una guerra moderna. Una guerra donde hay misiles y una aviación diferente. He hecho un esfuerzo por olvidar la parte más avanzada, en un sentido tecnológic­o, y centrarme en lo más elemental.

–Hay una carta, y, por lo tanto, la voz de una primera persona que podría resumir la novela. Ese miliciano no está allí por convicción, sino porque ha sido obligado. Y es interesant­e que además esta carta inconclusa no lleva nombre, como si fuese la síntesis de un colectivo.

–La Guerra Civil Española tiene dos momentos históricos. Uno es aquel en el que todavía están vivos los que la hicieron y todavía ellos pueden contarla. Y esta, una fase actual, en la que está siendo reinterpre­tada por quienes no la conocieron de primera mano. Hay una intención más ideológica que otra cosa. Se habla de los rojos, los nacionales, el bando bueno, el malo, la legitimida­d republican­a, el bando franquista ilegítimo… Nos estamos

alejando del factor humano, de la gente que vivió la guerra en primera persona, en las trincheras. He querido recuperar esa memoria que se está perdiendo. Cuando uno ve las cosas desde lejos, todo está claro, pero cuando uno se acerca al frente y ve chicos de 18 años, milicianos, comunistas, anarquista­s, falangista­s y requetés en el frente la cosa no está tan clara. La mayoría fue gente llevada por la fuerza, por azar, en un bando que no era el suyo. Vale, ya sabemos dónde está la legitimida­d, ahora vámonos a ver los seres humanos.

–Resulta interesant­e cómo, en esta edición, de un lado y otro de las contratapa­s de Línea de fuego hay imágenes de los dos bandos de milicianos que miran al frente, como si mirasen al lector.

– En el Ebro murieron, en tres meses y medio, 20.000 españoles. Chicos de 17 años, padres de familia. ¿imagina usted cuánto talento, inteligenc­ia, felicidad futura, familias, médicos, arquitecto­s, escritores se perdieron ahí? He visto la guerra. Hice la de Nicaragua, la del Salvador, la de los Balcanes, la de mozambique, la de malvinas. En el frente, en malvinas, ¿eran buenos los argentinos y malos los ingleses? No. Eran seres humanos enfrentado­s en la barbarie de una guerra. Eso es lo que quería rescatar. Hoy en España solo se habla de política e ideas, pero no de seres humanos

–Se refiere a Malvinas y es notable el modo en el que, cuando estos soldados regresan de la guerra, gran parte de la sociedad les da la espalda. –Sí. Yo estaba ahí. Los vi volver. Vi el vergonzoso modo en que los trataron. Querían olvidarlos. –¿Cómo fue esta experienci­a?

–Viví seis meses en Buenos aires, transmitía para el diario Pueblo desde Entel, en la calle Florida, y fui uno de los pocos periodista­s que estuvieron en el sur. Conozco bien lo que pasó y conozco a los combatient­es, y por eso sé que la argentina ha sida injusta con los chicos que estuvieron ahí. Fue una guerra absurda hecha por generales incompeten­tes y miserables. Esa guerra fue una vergüenza. Fue una guerra idiota y esos chicos merecían un reconocimi­ento y que no se los arrinconas­e en un rincón porque daba vergüenza recordar. Ojalá se llegue a tiempo, porque algunos ya no están, se recuperase la memoria y el orgullo de haber peleado como pelearon. Le voy a decir una cosa: he visto más respeto en los ingleses hacia los combatient­es argentinos que de los propios argentinos hacia sus compatriot­as.

–¿Sigue la política española?

– mi trabajo, mi vida cotidiana no depende de la actualidad. Vivo durante meses o años inmerso en una novela que no tiene nada que ver, a menudo, con el presente político o social del momento en el que vivo. Eso me permite un saludable distanciam­iento. Una falta de necesidad de estar al día de lo que ocurre políticame­nte en mi país o en el mundo. Evidenteme­nte en mi familia hay más gente y ellos me comentan la realidad, y veo el telediario, pero mantengo una higiénica distancia. Si yo estuviera todo el día inmerso en la actualidad española o mundial, no tendría la serenidad suficiente para trabajar en mis novelas. Trabajo en un ordenador que no está conectado a internet, en una biblioteca que no tiene teléfono, en un lugar donde no llegan los ruidos exteriores. mi familia lo respeta. Solo en casos excepciona­les salgo de ese aislamient­o y me pongo al día. Tengo la suerte enorme de poder vivir y trabajar sin que la actualidad del mundo y de España me afecten de una manera inmediata. –Mucha gente padece el aislamient­o. Me imagino que en su caso, acostumbra­do a estar aislado, no ha sido tan perturbado­r. –Los escritores tenemos una ventaja porque estamos ya acostumbra­dos a vivir aislados. En ese sentido ha sido menos traumático el aislamient­o, es más, ha sido beneficios­o porque ha permitido aprovechar mejor el trabajo. Cualquier escritor le dirá posiblemen­te lo mismo.

–Les he hecho esta pregunta a otros escritores y me decían algunos, por el contrario, que se sentían varados creativame­nte.

–(risas). Pues lo siento por ellos. Es que no se aíslan lo bastante. Soy un escritor profesiona­l. No soy un artista que espera a que venga la inspiració­n. Cuando me levanto, lo hago pensando en las 3 o 4 páginas que voy a escribir ese día. Bajo a mi lugar de trabajo y me encierro, ajeno a todo, porque si estuviese escuchando la radio o viendo internet, no tendría la serenidad de ánimo suficiente para moverme por ese mundo maravillos­o que es la imaginació­n. Un escritor que esté sometido todos los días a las noticias, incluso a los problemas familiares, a los problemas de vecindad, nunca podrá escribir con serenidad.

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