LA NACION

Ahora es Alberto Fernández quien tiene la pelota

- Fernando Laborda

Conmueve a no pocos militantes la confesión de Alberto Fernández frente a la estatua de Néstor Kirchner inaugurada días atrás en el antiguo Palacio de Correos: “Cada vez que tengo que tomar una decisión, me pregunto qué haría Néstor”. Conmueve, por cierto. Pero también despierta no menos dudas. A una década de la muerte del expresiden­te, vale la pena subrayar una reciente reflexión del dirigente peronista Julio Bárbaro: “Néstor Kirchner sabía hacia dónde quería ir. Si algo nos pasa con Alberto es que, después de escucharlo, nos miramos y nos preguntamo­s qué quiso decir”.

El Presidente no dijo toda la verdad cuando afirmó sentirse respaldado por la carta pública de Cristina Kirchner, en la cual la vicepresid­enta de la Nación tomó distancia de la gestión del Gobierno y habló de “funcionari­os y funcionari­as que no funcionan”. La misiva fue, en todo caso, una curiosa manera de respaldar al primer mandatario desautoriz­ando a miembros de su gabinete. En el mejor de los casos, un singular apoyo crítico que, si se hubieran seguido determinad­os códigos de la política, debió haberle sido transmitid­o al jefe del Estado solo en forma privada y no pública.

La carta también plantea a los analistas un interrogan­te: ¿por qué Cristina no formuló el mismo planteo allá por abril, cuando la imagen positiva del Presidente alcanzaba niveles récord en la opinión pública?

Su ausencia en el acto de homenaje a Néstor Kirchner en el CCK significó otro desaire al primer mandatario, como podría serlo también el hecho de que Máximo Kirchner se abstuviera de hablar, en su carácter de jefe del bloque oficialist­a, durante la sesión de la Cámara de Diputados en la que se aprobó el proyecto de presupuest­o 2021.

Tras la carta de Cristina, la guerra de gestos siguió desde la Casa Rosada. Alberto Fernández eligió ser escoltado en su camino hacia el acto en el CCK por algunas de las figuras a quienes supuestame­nte la expresiden­ta aludió en sus críticas, como Vilma Ibarra y Sergio Massa. Y, como para diferencia­rse de su vicepresid­enta, dijo que Néstor Kirchner fue su último líder político. Casi al mismo tiempo, la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, afirmó que “en el Frente de Todos hay un montón de gente que no piensa como la vicepresid­enta”.

Cerca del primer mandatario, se comenta que, más allá de sus dichos públicos, la carta no le cayó bien, aunque tampoco le sorprendió absolutame­nte nada de lo que dice.

Pese al inocultabl­e malestar, hombres del albertismo aseguran que, al menos de parte del Presidente, no hay ninguna probabilid­ad de ruptura. “Néstor Kirchner pudo plantear una ruptura con Eduardo Duhalde en medio de una economía en fuerte crecimient­o. Hoy, en cambio, si a la actual fragilidad económica sumáramos mayor debilidad política, no habría gobierno posible”, evalúa una fuente cercana a Alberto Fernández, para quien, en las presentes circunstan­cias, no hay chance alguna de una reconfigur­ación de las cuotas de representa­ción en el Gobierno que tienen los distintos sectores de la coalición oficialist­a.

¿Se producirán cambios en el gabinete de ministros? Allegados al Presidente aseguran que “a partir de la carta pública de Cristina, están todos los ministros confirmado­s”, por cuanto hacer modificaci­ones ahora implicaría admitir que Alberto hace algo porque se lo pide Cristina. Pese a eso, hay plena conciencia en que hace falta un recambio. A tal punto que el Presidente estaría midiendo la posibilida­d de convocar a gobernador­es e intendente­s que tienen vedada la reelección en sus distritos, para dotar a la administra­ción presidenci­al de hombres de gestión.

De todas maneras, nadie en el Gobierno visualiza ese recambio en forma inmediata y, si fuera por algunos hombres del primer mandatario, solo debería hacerse un mes antes de la puesta en marcha de la vacuna contra el coronaviru­s en la Argentina, un proceso que las autoridade­s nacionales buscan acelerar desesperad­amente, pero que demandará un período de varios meses durante el cual los sombríos pronóstico­s económicos podrían complicar aún más la situación.

Pasar el verano, sin vacuna contra el Covid-19 y con las serias limitacion­es que impone la contracció­n de la liquidació­n de dólares del campo, constituye un desafío no menor para el Gobierno. Y la solución no puede ser una huida hacia adelante.

¿Habrá una convocator­ia institucio­nal al diálogo, como propuso la vicepresid­enta? Probableme­nte, pero el Presidente se tomaría su tiempo para que, previament­e, exista un trabajo subterráne­o de ablandamie­nto de la oposición. “Lo peor que podría pasarnos en los difíciles momentos actuales es que convoquemo­s a un diálogo y que este no prospere”, aclaran fuentes del oficialism­o. Es obvio que nada de eso resultará fácil: el Gobierno requiere apoyo político para encarrilar la economía y la oposición de Juntos por el Cambio buscará frenar la reforma judicial.

El tenor de la carta de Cristina podría interpreta­rse también como una oportunida­d para Alberto Fernández de tomar vuelo propio y despegarse de quien lo ungió como candidato. Ahora es él quien tiene la pelota. La pregunta que cabe formularse, sin embargo, es si el Presidente tiene la voluntad y la capacidad de ensayar algo distinto de lo que viene haciendo, con el fin de despertar la confianza inversora, que hoy se ubica en niveles paupérrimo­s, de la mano de una percepción que indica que en la Argentina no hay seguridad jurídica ni una economía mínimament­e previsible, junto a un gobierno atado a la agenda personal de una vicepresid­enta que se muestra capaz de ordenar o desordenar la política mediante un tuit.

Muchos en el albertismo saben que, en el mejor de los casos, Cristina Kirchner ocupa el lugar de un copiloto tan incómodo como costoso si el Presidente aspira a tener el acompañami­ento del electorado independie­nte y de quienes, pudiendo invertir en el país, hoy buscan otros destinos. Pero casi nadie en su sector se ilusiona con la alternativ­a de que Alberto Fernández relegue a un segundo plano a Cristina para consolidar su autoridad, aun a riesgo de comenzar a ser visto como un Héctor Cámpora más. El primer mandatario prioriza hasta ahora la idea de que el Frente de Todos no puede convertirs­e en un Frente de Algunos.

El Presidente debería dejar de moverse como un equilibris­ta, necesitado de rendir permanente­mente exámenes de fidelidad ante el cristinism­o y su más radicaliza­da base electoral. No es lo que ha demostrado hasta ahora. Sin ir más lejos, es una muestra el guiño público que le brindó al plan de Juan Grabois para la utilizació­n de terrenos fuera de los centros urbanos para su explotació­n por gente necesitada, si bien no justificó la toma de la estancia de la familia Etcheveher­e en Entre Ríos por grupos liderados por ese dirigente social. Un aporte presidenci­al más a la confusión general.

La opinión pública requiere un mensaje esperanzad­or. Espera que al gobierno nacional se le caiga una idea más novedosa que el mero aumento de las dosis de emisión monetaria y presión impositiva para seguir fogoneando el estancamie­nto productivo, alentando a las empresas a irse del país y señalando a los jóvenes que la única salida es Ezeiza. El desafío de Alberto Fernández es demostrar que su gobierno tiene algo más que todo un pasado por delante.

La opinión pública requiere un mensaje esperanzad­or. El desafío de Alberto Fernández es demostrar que su gobierno tiene algo más que todo un pasado por delante

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