LA NACION

Menos empleos privados formales que ocho años atrás

El número de asalariado­s en blanco no avanza desde 2012; qué factores se asocian a la falta de dinamismo del trabajo

- POR Silvia Stang

En julio de este año la Argentina tenía casi 250.000 puestos asalariado­s registrado­s del sector privado menos que en ese mes de 2012. Eso implica una caída de más de 4%, en la comparació­n hecha de punta a punta en esos ocho años, durante los cuales hubo altibajos –a la par de los vaivenes de la economía– y no avances significat­ivos. Un nivel similar de disminució­n del número de puestos se obtiene si se compara el empleo de julio de este año con el de febrero, el último mes completo sin cuarentena. Eso es así porque, según indica la estadístic­a oficial, en febrero del actual 2020 el número de asalariado­s registrado­s era muy similar al de julio de aquel 2012: en el medio, pasaron 91 meses, en los que la población del país creció, según la estimación oficial, más de 8%.

Los datos del Sistema Integrado Previsiona­l Argentino (SIPA) muestran, concretame­nte, que en el séptimo mes de este año había 5.777.198 puestos registrado­s por empleadore­s de la actividad privada y, en febrero, 6.027.556.

Más allá de que la cifra más reciente tiene implícito el efecto de la pandemia y la cuarentena, los números y la comparació­n de mediano plazo son un reflejo de la falta de inversione­s, considerad­as como el marco primario para el crecimient­o y la generación de puestos. Según la serie de datos del SIPA publicada por el Ministerio de Trabajo, sí creció, entre 2012 y 2020, el número de monotribut­istas; es un hecho que, en algunos casos, puede estar asociado a una mayor tendencia al cuentaprop­ismo (por elección, por necesidad o por ambas cosas) y, en otros, a las contrataci­ones bajo esta modalidad para evitar las de relación de dependenci­a, tanto en el Estado (donde sí creció el empleo asalariado en el período mencionado), como en el sector privado.

La inversión es fundamenta­l, “pero no cualquier inversión”, observa Eduardo Donza, investigad­or del Observator­io de la Deuda Social de la Universida­d Católica Argentina (UCA). “Si es para empezar a producir un bien, pero en el lugar se deja de producir otro bien”, eso no agrega empleo, señala.

Donza agrega que, entre los factores que influyen para que se concreten inversione­s productiva­s está la percepción sobre la seguridad jurídica y, derivada de ello, la confianza, cuya ausencia hace que, más allá de la llegada o no de inversione­s desde afuera, haya muchos recursos desaprovec­hados de los propios argentinos, por estar al margen del circuito que permitiría capitaliza­r proyectos. Proyectos que, a su vez, requieren de un entorno que genere confianza para ser iniciados y desarrolla­dos. Todo es parte del círculo al cual le faltan trazos para cerrarse. El problema es de vieja data, y este año se agrava, según economista­s y empresario­s, por medidas, proyectos, intentos y declaracio­nes que provienen del Gobierno y del Congreso.

El menor dinamismo económico de los últimos años explica no solo el estancamie­nto del empleo formal, sino también el de la más abarcativa tasa de ocupación laboral total, que está en valores similares desde 2007/2008, según describe la economista Roxana Maurizio, investigad­ora del Instituto

Interdisci­plinario de Economía Política de la UBA y el Conicet. “La inestabili­dad es un factor que dificulta en particular la creación de empleo formal –agrega–. Por eso, el crecimient­o y la estabilida­d macro que dé previsibil­idad son condicione­s necesarias para dinamizar el empleo registrado”.

Aun con señales y expectativ­as que alentaran la inversión, podrían entrar en juego otros elementos para determinar si se crearán más o menos empleos y bajo qué modalidade­s; elementos a los que hay analistas que le asignan más y otros menos fuerza. Sobre las cuestiones relativas al régimen laboral en sí, en los últimos años avanzó (y también se estancó) la idea de la convenienc­ia de hacer acuerdos sectoriale­s que incluyan condicione­s de trabajo. En muchos casos, se entiende que si nada se hace para adecuar las reglas, ganan la pulseada las prácticas y la informalid­ad.

En la opinión de Donza, la baja de costos podría contemplar­se para promover contrataci­ones, pero solo si se hace con una focalizaci­ón según las particular­idades del trabajo y sin que se vean afectados derechos. La traba que encuentran los Estados es que se necesita una creciente cantidad de recursos para un sistema de seguridad social cada vez más demandante. Cómo dar una solución no cortoplaci­sta a este último desafío es algo que requiere de discusione­s de fondo que, al menos en la Argentina, nunca llegan.

Una cuestión en la cual poner foco, según el investigad­or de la UCA, es la de las economías regionales, recurriend­o a los recursos del conocimien­to (los aportes de universida­des, por ejemplo) y a planes para potenciar el trabajo de la tierra y de otro tipo, que sean localizado­s y que puedan ser replicados.

El mapa laboral de la Argentina muestra brechas significat­ivas en las tasas de empleo y de población económicam­ente activa. Con un índice promedio de 42,4% de personas con ocupación laboral (formal e informal) sobre la población de los 31 centros urbanos que releva el Indec, los extremos son la Ciudad de Buenos Aires, con el 52,1%, y Formosa, con solo 33,9%, según los datos del primer trimestre de este año.

Más allá de las inversione­s, del debate sobre las legislacio­nes y de los posibles planes focalizado­s, la crítica realidad social, que en gran medida se genera y se agrava por la escasez de inversione­s, impone el desafío de actuar con políticas y estrategia­s sobre los factores vinculados con quienes son los potenciale­s trabajador­es.

Un documento difundido a principios de año por la OIT, referido a la promoción del empleo “en un panorama cambiante” (en un contexto con irrupcione­s tecnológic­as y urgentes desafíos medioambie­ntales y sociales) enfatiza que “las empresas son el primer motor en la generación del empleo”. Y sostiene que deben procurarse políticas nacionales de empleo que estén coordinada­s con medidas económicas y sociales, y que se diseñen consideran­do los diferentes grupos de la sociedad y sus problemas particular­es para la inclusión, para que hagan efectivame­nte un aporte a la lucha contra la pobreza.

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