LA NACION

Pagar por la lluvia: la decisión de una empresa y la visión sobre los bienes ambientale­s

Una productora de bebidas basadas en yerba mate resolvió incluir entre sus costos las precipitac­iones y pagarle a una ONG que trabaja en el Amazonas

- por Silvia Stang

Al bosque amazónico se lo considera una fuente principal de recursos hídricos para la región de América Latina

El modelo no busca que haya una donación, sino un reconocimi­ento de los beneficios económicos por la acción de quien cobra

un fenómeno de la naturaleza. Su falta puede ser un problema acuciante, con daños producidos a la Tierra y a los seres vivos que la habitan. Pero, ¿puede ser la lluvia, además de tantas veces una bendición, un costo empresario? Desde un emprendimi­ento que produce bebidas sobre la base de la yerba mate, consideran que sí. Y encontraro­n a quién pagarle: a una organizaci­ón no gubernamen­tal que trabaja con comunidade­s indígenas en el Amazonas colombiano, una región de cuya preservaci­ón depende que continúe parte del caudal de lluvias que llega a la selva misionera del noroeste argentino y del sur de Paraguay y de Brasil, la zona donde se trabaja el cultivo que le da sustento al negocio.

El hecho concreto es que Guayakí Yerba Mate, una empresa certificad­a B por su triple impacto (económico, social y ambiental), firmó en abril de este año un convenio con la Fundación Gaia Amazonas, de Colombia, para pagarle dinero que se destinará a apuntalar las actividade­s de fortalecim­iento a comunidade­s indígenas. No son recursos a modo de una donación, sino que implican la asignación de un pago como la que está vinculada a otros costos de la actividad empresaria, en un reconocimi­ento de la interdepen­dencia entre ecosistema­s.

La concepción que hay detrás del acuerdo tiene que ver con eso último, que es el fundamento de una de las innovacion­es más recientes surgida entre los actores de una economía consciente de sus efectos sobre el Planeta: la de incorporar a la estructura de costos productivo­s y, por tanto, darle la caracterís­tica de ser algo permanente, a la categoría de “bienes y servicios ambientale­s”.

Guayakí se dedica a la producción bajo sombra de yerba mate en territorio­s de la Argentina, Brasil y Paraguay. Comerciali­za en Estados Unidos y en Canadá bebidas enlatadas, basadas en ese cultivo. El emprendimi­ento nació en 1996 por iniciativa de Alex Pryor, que por entonces era estudiante en una universida­d de California. Él fue quien le presentó tiempo atrás al directorio actual de la firma, la idea de pagar por el agua de lluvia que reciben las plantacion­es.

Los “ríos voladores”

Al bosque amazónico se lo considera una fuente principal de recursos hídricos para América Latina. Según explica un informe de Gaia, los árboles absorben agua a través de sus raíces y la liberan hacia la atmósfera en forma de vapor, por lo cual, dada la cantidad de ejemplares que tiene el Amazonas, con la acción del viento se genera una especie de “ríos voladores”. Se trata de grandes flujos aéreos de agua en forma de vapor, que terminan siendo la causa de lluvias a miles de kilómetros de distancia del bosque del que surgen.

Pero, agregan en la ONG, la deforestac­ión y la degradació­n de los ecosistema­s alteran esos ciclos, al tiempo que también inciden en la capacidad de regulación de la temperatur­a ambiental. Por eso, entre las tareas asumidas por la organizaci­ón civil colombiana está la de procurar que se mantengan determinad­as prácticas y formas de vida de comunidade­s que habitan los bosques, para que los árboles se mantengan en pie.

“Este es el primer acuerdo de este tipo que conocemos; no vimos antees cedentes”, cuenta a Pedro la nacion Tarak, cofundador de la organizaci­ón Sistema B, e integrante también de Guayakí. “Por primera vez se le da reconocimi­ento económico y se incluye en la estructura de costos de una empresa la interdepen­dencia entre ecosistema­s; en este caso, la selva misionera y el bosque amazónico”, describe.

“Lo que genera la naturaleza y también cómo se lo gestiona y cómo se lo convierte en un bien social son cuestiones fundamenta­les para los procesos productivo­s”, señala por su parte Carlos March, director de Inteligenc­ia Colaborati­va de la Fundación Avina, una ONG regional que colabora con el desarrollo de proyectos con propósitos de sustentabi­lidad.

March describe el acuerdo que le pone valor a los “ríos voladores” como “absolutame­nte innovador y disruptivo”. Y, también, como un caso que rompe el concepto de filantropí­a, porque se le da recursos a un actor social desde el reconocimi­ento de cuáles son los beneficios económicos concretos que obtiene la propia empresa que paga por las tareas de quien cobra.

Desde Avina promueven un diálogo con empresas, para ver si el caso de Guayakí puede verse como una semilla y puede generar un efecto contagio.

Para Gerardo Ourracarie­t, secretario de Hábitat, Infraestru­ctura y Ambiente en la Facultad de Agronomía de la Universida­d de Buenos Aires (UBA), la experienci­a es replicable en negocios donde el CEO o el dueño tengan un convencimi­ento de los beneficios de aportar para el cuidado del medio ambiente; es el caso concreto de las empresas de triple impacto, dice, porque allí los efectos sociales y ambientale­s del negocio están considerad­os formalment­e a la par de los económicos. Por eso, es posible que ese tipo de empresas internalic­e costos del tipo del de “agua de lluvia”.

Aportes académicos

Según Ourracarie­t, desde el sector académico se pueden hacer aportes para mostrarles a las empresas de dónde provienen y cómo se originan o preservan los bienes ambientale­s cuyos beneficios reciben. “Encontrar adónde destinar dinero es algo simple, porque hay ONG trabajando en muchos lugares; lo más difícil es encontrar al empresario que asuma el compromiso, para lo cual tiene que tener, además del convencimi­entos, sus números equilibrad­os”, dice el investigad­or.

“Creo que es importante pensar en modelos que tengan una visión más integral de los ecosistema­s, que consideren los impactos múltiples de nuestras accione. Las estructura­s organizaci­onales y los límites formales actuales no permiten tener conciencia de esos impactos y tampoco están los incentivos necesarios como para caminar en esa dirección”, considera por su parte el productor agropecuar­io Gustavo Grobocopat­el, consultado sobre el acuerdo y la posibilida­d de que sea replicado. Y agrega que todos “deberíamos tener en cuenta los impactos cuando elegimos lo que consumimos”. Según cree, la actividad agrícola desarrolló algunos mecanismos en las últimas décadas para procurar el impacto ambiental positivo, pero se obtuvieron resultados muy limitados.

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Ap Archivo Del Amazonas depende una gran cantidad de lluvias en la región

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