LA NACION

La Feliz, escenario de intrigas, recuerdos y humor

- por Diana Fernández Irusta

“Estuve unos años afuera, viviendo en Barcelona, y cuando regresé para el verano del 92 fui a Mar del Plata como quien se vacuna con una sobredosis de la Argentina”, explica Juan Sasturain en el prólogo de Dudoso Noriega (Sudamerica­na). Y hay dos términos –Mar del Plata y “sobredosis de la Argentina”– que pueden leerse como detonantes del relato, pero también como claves para su lectura.

En los universos transitado­s por Sasturain, se sabe, conviven en feliz chisporrot­eo las letras con la historieta, la novela con el policial. El autor, junto con el dibujante Alberto Breccia, de esa maravilla oscura que es Perramus, se mueve cómodo en el diálogo entre aquello que alguna vez se pensó como alta y baja cultura; presta oídos atentos a las voces, tonos y colores de lo popular.

Es entre estos vectores que transcurre Dudoso Noriega, novela anclada en una Mar del Plata que el autor conoció en el tiempo en que todo se percibe con mayor intensidad –vivió allí entre los

10 y los 15 años–, y que en el libro aparece en la apoteosis de su ser “feliz”: cuando la ciudad mutaba a balneario masivo, entre las décadas de 1950 y 1970.

Salvador Noriega, eje del relato, es un bañero, no un “guardavida­s”, que hace de su oficio una puntillosa pasión, y se gana la vida como acomodador de cine en el invierno.

Habrá una misteriosa desaparici­ón e ingresarán los tonos del policial de la mano del inspector Echenique, personaje conocido para quien haya leído otras novelas de Sasturain (Manual de perdedores,

Arena en los zapatos). Estarán también los claroscuro­s de la historia amorosa, los atisbos de la política, la profusión de personajes atiborrado­s de calle y de mar, de sabiduría rea y citas cinéfilas. Estará el humor: en el relato, en las ilustracio­nes de Diego Parés y en unos apéndices donde habrá lugar para una “defensa del aguaviva”, disquisici­ones sobre las olas o el uso (y abuso) de las patas de rana, y hasta un texto de un tal Emilio Renzi. Y la advertenci­a, hecha desde el vamos: “En este relato verdadero todo es puntualmen­te –y por necesidad narrativa– absoluta mentira”.

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