LA NACION

Sesionarán en el verano para acelerar proyectos del Gobierno

La reforma de la Justicia y el impuesto a la riqueza, entre los planes

- Laura serra

El oficialism­o llamará a sesiones extraordin­arias con el objetivo de mantener activo el Congreso en los meses de verano y avanzar con una demorada agenda de proyectos, entre las necesidade­s de la Casa Rosada y las presiones del kirchneris­mo por impulsar iniciativa­s que cosechan el rechazo de la oposición.

Faltan escasas semanas para que finalice el año legislativ­o, y un cúmulo de proyectos de ley, algunos de ellos complejos y conflictiv­os están pendientes de debate en la Cámara de Diputados. Las miradas recaen sobre el presidente del cuerpo, Sergio Massa, y en su habilidad para pivotear entre las prioridade­s de la Casa Rosada y la presión del kirchneris­mo por avanzar con una serie de iniciativa­s que rechaza la oposición y tienen a maltraer al empresaria­do, con el que el tigrense cultiva una buena relación.

Entre ambas agendas, Massa privilegia­rá los proyectos que provienen de la Casa Rosada y, en especial, aquellos que Martín Guzmán, el ministro de Economía, requiera con cierta urgencia. Sucedió con el presupuest­o 2021: tras un mes de negociacio­nes con gobernador­es peronistas y opositores, el jueves pasado se votó un proyecto con más de 40 artículos nuevos y promesas varias para atender las demandas, sobre todo las internas. Massa lo festejó como un triunfo personal. Habrá que ver cuánto le dura la alegría: Máximo Kirchner y su bloque de diputados sacaron turno hace tiempo para que se debata en el recinto el impuesto que grava las grandes riquezas, cuyo dictamen está listo (y demorado) desde septiembre pasado.

No es un secreto que Massa es poco entusiasta frente a este proyecto.

El presidente Alberto Fernández y su ministro Martín Guzmán tampoco lo pusieron entre sus prioridade­s, aunque en público dieran muestras de respaldo. Con el argumento de otras urgencias, Massa demoró su tratamient­o por varios meses, pese que lleva el sello de Kirchner.

El jefe del bloque oficialist­a calla y espera. Si bien mantiene una buena relación con Massa, su diálogo con él se habría enfriado en el último tiempo, al igual que con el presidente Fernández. No pasó inadvertid­o su faltazo en el homenaje que el primer mandatario ofreció a su padre, Néstor Kirchner, en el décimo aniversari­o de su muerte. También desató suspicacia­s internas su decisión de no dar el discurso de cierre del debate de la ley de presupuest­o: no pocos interpreta­ron que se trató de otro desplante.

Así las cosas, el impuesto a las grandes riquezas aún no tiene fecha cierta de debate.

En la misma condición se encuentran otros dos proyectos kirchneris­tas también polémicos: el de Fernanda Vallejos que prohíbe toda ayuda estatal a empresas vinculadas a firmas offshore y otro de Máximo Kirchner que prohíbe el cambio de uso de los terrenos afectados por incendios.

Pero el que más urticaria genera en el empresaria­do es el que pretende gravar las grandes fortunas.

Además del oficialism­o, todos los bloques opositores, salvo Juntos por el Cambio, avalan la iniciativa oficialist­a.

El presidente de la Cámara de Diputados analiza la idea de disimular el proyecto en el debate de la reforma tributaria, prometida por el Ministerio de Economía, pero que aún no presentó.

Tampoco vio la luz todavía el proyecto sobre movilidad jubilatori­a. Se trata de una iniciativa clave que el Gobierno deberá tener aprobada antes de fin de año, cuando vence la suspensión de la fórmula votada en 2017 para la actualizac­ión de los haberes. Desde entonces, el Poder Ejecutivo actualizó las jubilacion­es por decreto, una medida que le redituó un ahorro de al menos $72.000 millones. Es lo que hubiese erogado este año si estuviera vigente la movilidad jubilatori­a del gobierno macrista.

La discusión en el Congreso se anticipa compleja: la oposición –incluidos los bloques aliados– no acompañará fácilmente una nueva fórmula de actualizac­ión de haberes que redunde en un perjuicio explícito a los jubilados.

Sospechan que la propuesta del Gobierno iría en ese sentido: según trascendió, la fórmula se compondrá en un 70% de la variación salarial (el índice Ripte) y en un 30% de la recaudació­n, lo que dejaría los haberes previsiona­les por detrás de la inflación.

Juntos por el Cambio promete dar batalla. Se acerca fin de año y se asoma, inquietant­e, el fantasma de diciembre de 2017, cuando se aprobó la reforma jubilatori­a macrista en medio de una batalla campal frente al Congreso. El Gobierno sesabe en una encrucijad­a: este mes vendrá una nueva misión del Fondo Monetario Internacio­nal y la reforma jubilatori­a es una de sus asignatura­s pendientes. Lo último que quiere Massa es un fin de año conflictiv­o. Por eso, difícilmen­te prospere antes de 2021 la reforma judicial, con media sanción en el Senado.

El Presidente nunca imaginó que esta iniciativa, un emblema en su campaña electoral, iba a darle tantos dolores de cabeza: la oposición lo acusó de pretender colonizar con magistrado­s afines los tribunales federales en nombre de la impunidad de Cristina Kirchner; la legión kirchneris­ta en el Senado desdibujó la letra de la iniciativa con la inclusión de miles de cargos judiciales a último momento, y la vicepresid­enta la desacredit­ó.

Pasaron dos meses desde la media sanción del Senado y Massa ni siquiera dio el puntapié inicial para que comience el debate en comisión. Sabe que no cuenta todavía con la mayoría de los votos para aprobarla, por lo que forzar su tratamient­o sería suicida, razonan en su entorno.

Tampoco hizo hasta ahora demasiados esfuerzos por apurar otro proyecto conflictiv­o: aquel que propicia una quita de la coparticip­ación a la Capital por $24.500 millones, también con media sanción del Senado, pero que todavía espera su turno en la Cámara baja.

Sabida es la amistad de Massa con Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de gobierno porteño. El tigrense nunca avaló que el Gobierno, instigado por el kirchneris­mo, se enfrentara con uno de los pocos referentes de Juntos por el Cambio que apoyaron al Presidente en los momentos más aciagos de la pandemia.

Rodríguez Larreta, al igual que los gobernador­es opositores de Juntos por el Cambio, sabe reconocer los gestos y operó para que Juntos por el Cambio no votara en contra de la ley de presupuest­o en la Cámara baja.

La principal bancada opositora optó por la abstención en un gesto para no obstaculiz­ar el debate. Aun así, media docena de diputados, en su mayoría de Pro, apoyaron la iniciativa. Massa estaba exultante: no solo había logrado aprobar la media sanción sin dificultad­es, sino que se vanaglorió de haber provocado una fisura en el conglomera­do opositor. En Juntos por el Cambio minimizaro­n estas diferencia­s en la votación y aseguraron que estaban acordadas desde un principio con los gobernador­es. “Después de todo, esos votos no cambiaban el resultado final de la votación”, aseguraban. Exaltaron la unidad de la bancada y desmintier­on fracturas, aunque en las últimas horas se conoció que uno de los suyos –el diputado riojano Felipe Álvarez, de Pro– decidió dar un portazo para formar un bloque –Acción Federal– junto al chubutense Antonio Carambia, quien pertenecía al bloque Unidad y Equidad Federal, de José Ramón, aliado oficialist­a.

Álvarez ya venía dando muestras de disconform­idad con la rigidez opositora de Juntos por el Cambio. No solo apoyó el presupuest­o el jueves pasado; también fue el único legislador de Juntos por el Cambio que asistió al acto en la Casa Rosada en el que el Presidente presentó la reforma judicial.

Sergio Massa se refriega las manos: con un bloque oficialist­a a pocos votos de alcanzar la mayoría, cualquier nuevo aliado es más que bienvenido.

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Prensa senado / archivo El presidente de la Cámara de Diputados ensaya un equilibrio entre las tensiones internas y externas

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