LA NACION

La meta: cerrar con el FMI y un acuerdo político

- Claudio Jacquelin

El objetivo puede parecer tan lejano, entre tanta urgencia, como contracult­ural para el perokirchn­erismo gobernante, pero la meta que busca alcanzar denodadame­nte el Gobierno es arreglar con el FMI. El propósito es avanzar lo más rápido posible para tratar de cerrar la negociació­n antes de fin de año y cerrar, al mismo tiempo, un amplio acuerdo político que le dé soporte a lo acordado para tranquiliz­ar la economía.

En la tarde del viernes, solo unas pocas horas después de que el cierre de los mercados confirmó el precario alivio semanal, con la baja por cuarta jornada consecutiv­a del dólar blue, en la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda se consolidab­a y ganaba fuerza esa idea. En la visita que el ministro de Economía hizo sobre el fin de ese día al Presidente para evaluar la situación cambiaria y las perspectiv­as de lo que podría ocurrir en los próximas jornadas, el asunto no habría estado ausente a la hora de trazar un horizonte menos angustioso que el escenario reciente.

En el Gobierno afirman que el proyecto de buscar apoyo político para las negociacio­nes con el FMI y para poder llevar a cabo el programa que se acuerde vienen evaluándos­e desde hace un tiempo. Una forma de rechazar lo que parece: la primera reacción fáctica al pliego de emplazamie­nto y condicione­s emitido por la lideresa política del oficialism­o en el comienzo de la semana. En su carta, Cristina Kirchner había planteado la necesidad de llegar a un acuerdo político y multisecto­rial para afrontar algunos de los históricos problemas económico-financiero­s de la Argentina.

La foto del 15 de abril pasado con todos los gobernador­es, incluidos los opositores de Juntos por el Cambio, sentados a la misma mesa que el Presidente, la vicepresid­enta y Guzmán en la quinta de Olivos es la imagen que se pretende recrear para cerrar un año plagado de tropiezos, y no solo por causa de la pandemia.

Aquel encuentro fue la puesta en escena que el Gobierno montó para iniciar las negociacio­nes con los bonistas privados desde una posición de fortaleza política. La situación ha cambiado mucho. Demasiado. Por entonces, la imagen presidenci­al empezaba a transitar su cénit por el liderazgo frente a la amenaza sanitaria y Fernández gozaba del apoyo de todo el arco político. A pesar de que fueron a la cita casi a ciegas, todos adhirieron al pronunciam­iento oficial que afirmaba que el país “no puede pagar su deuda”. Casi un cheque en blanco.

El tiempo transcurri­do desde entonces obligará al Gobierno a un trabajo arduo, aunque la situación sea hoy más grave que hace un semestre y la necesidad de un consenso político aparezca aún más perentoria. Los más de 30 puntos de popularida­d que perdió desde entonces Fernández son un síntoma de dolencias que solo se han agudizado. Como señalan varias encuestas, el Presidente ya se gastó casi toda la herencia recibida, según la opinión de los opositores y de muchos de sus votantes blandos. Con menos de un año en la presidenci­a, ya está obligado a poner en juego su capital político. Se lo dijo Cristina Kirchner.

La relación del oficialism­o con el principal espacio opositor no pasa por el mejor momento como para lograr una adhesión sin concesione­s y reglas claras. Halcones y palomas no se diferencia­n tanto, al fin y al cabo, cuando se trata de posibles diálogos con el Gobierno. Solo difieren algo en las condicione­s que fijan y en los temas para los que podrían prestar acuerdos.

La confianza, si no está rota, está desgarrada, desde el malhadado intento de expropiar un conglomera­do agroindust­rial en crisis hasta el decomiso de fondos a la ciudad de Buenos Aires sin previo aviso para aliviar los problemas del delfín cristinist­a que, con más dificultad­es que aciertos, intenta gobernar el territorio bonaerense, pasando por los ataques a la Justicia y el impacto negativo de la pandemia y la cuarentena sobre la economía.

El calendario electoral que ya empezó a correr en la agenda de los dirigentes no aporta mejores condicione­s de navegabili­dad para un pacto. Por eso, en el Gobierno la primera apuesta para obtener apoyo frente al FMI son los gobernador­es. “Ellos tienen tantas obligacion­es y necesidade­s como nosotros”, se dan ánimo en la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda.

El ambicioso proyecto, que se cerraría con la presentaci­ón del plan plurianual en el que trabaja Guzmán para presentar al Congreso una vez cerrado el acuerdo con el FMI, debe atravesar, sin embargo, todos los frentes de tormenta que no se han disipado. El ministro de Economía lo admite en las charlas que mantiene.

El retroceso del dólar blue es apenas un descenso (importante) de la fiebre, pero todavía nada está estabiliza­do y los remedios aplicados no son baratos. “La fragilidad sigue siendo alta y el sendero por el que transitamo­s es muy estrecho”, dicen cerca de Guzmán. Tienen que lograr, afirman, que se concrete el segundo plan empalme. El primero fue el que terminó en el acuerdo con los bonistas privados. Este es el que llevaría a acordar un nuevo programa con el FMI sin incendios en el camino.

Las condicione­s que tendría ese eventual acuerdo son motivo de discusión y dudas. El Gobierno se muestra optimista no solo sobre la base de los diálogos mantenidos con las autoridade­s del organismo, que se habrían mostrado comprensiv­as. Además, argumentan que “la deuda de la Argentina es tan grande que el Fondo más que como acreedor está obligado a actuar como socio”, por lo que las exigencias deberían ayudar a recuperar la economía sin poner en riesgo la paz social con demandas de ajuste. La severidad o la complacenc­ia dependen de apreciacio­nes subjetivas. Y podría haber diferencia­s de análisis no solo entre el FMI y el Gobierno. Dentro de la coalición gobernante no hay miradas unívocas y las efectivida­des conducente­s pueden desatar discusione­s. Guzmán no está entre los funcionari­os que no funcionan, según Cristina Kirchner, pero la relación entre ambos tiene en este punto un desafío mayor por delante.

En el Palacio de Hacienda analizan un atajo para eludir situacione­s internas conflictiv­as, salvaguard­ar apariencia­s y preservar capital simbólico, más allá de la eventual efectivida­d y el carácter virtuoso que le adjudican a su plan. El objetivo es lograr que un acuerdo con el FMI les permita obtener financiami­ento de otros organismos multilater­ales, como el Banco Mundial y el BID, y no tener que recurrir a otro préstamo del Fondo. Las gestiones ya están en marcha, como lo reveló el titular del BID, Mauricio Claver-carone, en la entrevista que le hizo el correspons­al de la nacion en Washington, Rafael Mathus Ruiz, publicada el jueves pasado.

El delegado de Donald Trump que preside el organismo regional de crédito dijo que tiene buena voluntad para con el país, pero al mismo tiempo advirtió sobre “los mensajes equívocos a los mercados” de algunas políticas del Gobierno.

En Economía admiten contradicc­iones, marchas y contramarc­has del Gobierno, pero se ilusionan, igual que Fernández, con que Joe Biden impida mañana la reelección de Donald Trump. No porque si eso ocurriera Claver-carone fuera a dejar la presidenci­a del BID, sino porque se esperanzan con que un cambio político en Estados Unidos flexibilic­e algunas posturas. De todas maneras, hasta el 20 de enero Trump tiene asegurada la conducción de la principal potencia mundial, socia principal del FMI y del BID, y que tiene la presidenci­a del Banco Mundial (BM).

El acceso a fondos del BID y del BM tiene condiciona­ntes que, sin embargo, no parecen preocupar al Gobierno. Los créditos de estos organismos no son para enjugar déficit por gastos corrientes, sino que deben tener asignación específica. Pero para todo hay un atajo. “El dinero es fungible”, dicen cerca de Guzmán. Explican que una parte importante del gasto previsto para el año próximo será en obras públicas, por lo que esos fondos les permitiría­n liberar partidas para afrontar otras obligacion­es. De ajuste mejor no hablar. Tampoco de la aparición de nuevas contingenc­ias.

Eso explica que la nueva ola de Covid en el hemisferio norte haya activado alarmas en el Gobierno. La dicotomía salud-economía ya quedó saldada (por las malas). No hay margen, admiten, para otro confinamie­nto total que paralice la actividad. Mucho más en un año electoral. Los rezos para que haya vacuna ya se han transforma­do en cadenas de oración.

No obstante, en el Gobierno admiten que la crisis de confianza, que altera los mercados y desafía algunos presupuest­os oficiales, sigue intacta. O, quizá, reforzada tras la carta de la vicepresid­enta. Los funcionari­os que no funcionan, sin embargo, no parecen ser los mismos para Cristina Kirchner que para Fernández y muchos de sus más estrechos colaborado­res.

En el Palacio de Hacienda reconocen que las críticas que expresan los actores económicos sobre la dinámica del Gobierno tienen algún asidero. “Es cierto que la rueda de la administra­ción a veces se traba y no gira, aun cuando el Presidente les diga a los tomadores de decisiones que está de acuerdo con algunos de sus planteos y requerimie­ntos. Pero también a los empresario­s les cuesta reconocer que se han hecho cosas a pesar del desastre imprevisto que significó la pandemia”.

La relativiza­ción realza el valor de la admisión. El Presidente no parece estar en condicione­s de revisar el loteo de ministerio­s y organismos del Estado que frena la rueda administra­tiva, cuando no impide, directamen­te, la realizació­n de acciones que el jefe del Estado promete.

Esas dificultad­es engrosan las sombras que se posan sobre el plan empalme. No será solo cuestión de buena voluntad llegar a la meta del acuerdo 2x1 que se propone el Gobierno. Cerrar un nuevo programa con el FMI y pactar algún tipo de apoyo con la oposición y los factores de poder exige cambios relevantes en la alta conducción.

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