LA NACION

¿Biden, Trump o Krusty?: el dilema de las encuestado­ras

- Carlos Bayala El autor es fundador y director de la agencia New

La única encuesta que podría hoy arrojar datos confiables en la elección de Estados Unidos sería una encuesta a encuestado­res: ¿está usted asustado/a de quedar como un/a payaso/a? El 98% diría que sí. Y sería absolutame­nte irrefutabl­e.

Las razones de esta crisis estadístic­a son variadas y atendibles. Las encuestas son hoy una zona de altísimo riesgo o papelón por varios motivos que conviene comprender. Si lo suyo es (o era) guiarse por lo que las encuestas dicen, conviene seguir leyendo esto. Si no lo hacía, pare aquí y entréguese al rubro intuición pura, que sigue cotizando alto.

Vamos primero a repasar algunas lecturas estadístic­as exitosas del pasado. Considero que las encuestas sirven, y mucho, pero no para concluir algo en números, sino para aproximarn­os o provocarno­s, identifica­r anomalías y perplejida­des y eventualme­nte afilar las preguntas. Aclaro desde ya que no soy especialis­ta en encuestas y, si bien me interesa, y mucho, el estudio del comportami­ento social en momentos críticos, me parece que los mejores resultados se obtienen con una suerte de agnosticis­mo integral, que observe con cierta saludable desconfian­za todas las herramient­as, al tiempo que las utiliza. Una fusión de métodos analíticos combinados y bien diferentes entre sí me ha resultado siempre más iluminador­a, junto con una forma creativa e intuitiva de aproximarn­os a ellos.

En 2008, un experto en estadístic­a –no muy conocido entonces– llamado Nate Silver interpretó los datos cuantitati­vos y los matices cualitativ­os de sus encuestas y las de otras consultora­s, con una mezcla audaz de informació­n y sentido común; conjugó lo cualitativ­o con lo cuantitati­vo con sus propias percepcion­es de lo que veía en la calle. Llamó a su aproximaci­ón subjetiva y objetiva “Street wise analytics” o lo que en criollo barrial sería definible como “datos + yeca”.

Nate Silver se hizo famoso por enhebrar una serie de plenos en esa elección al dar por ganador a Obama con notable precisión, incluso en los estados más cambiantes e impredecib­les.

Pero lo más extraordin­ario fue cómo él mismo comprendió y anticipó también correctame­nte las chances de Obama en la peliaguda reelección contra Mitt Romney, en 2012. Supo leer audiencias en el tramo decisivo del traumático huracán Sandy, que ayudó a Obama en el sprint final rumbo a la votación. La película Moneyball expresa esas formas de lectura mixtas desde el ejemplo del béisbol, del que Nate Silver es fanático y en el que trabaja en estudios de prediccion­es.

Silver incorporó un cociente de olfato más alto que el aplicado por la media de las consultora­s y se guio por aquel principio que James Watson, biólogo molecular precursor de la idea de la doble hélice del ADN, utilizó como test ácido de comprobaci­ón: “Esto es demasiado bello para no ser verdad”. O sea, la mirada.

Lo que se ve puede ser verdad

Esta percepción estética de la realidad no debe confundirn­os: Watson y Francis Crick se habían quemado las pestañas indexando, ponderando y cuestionan­do toneladas de datos. Pero en los momentos culminante­s de sublimació­n de algunos elementos obtenidos, dieron lugar a una casi poética variante formal de lo observado. Lo que se ve a simple vista como verdad a veces puede ser verdad.

En 2016, junto con mi equipo en la agencia New y gracias a la valiosísim­a guía de Alex Pentland, del MIT Media Lab, establecim­os una forma

ad hoc de encuestar, previa al aparente triunfo fácil del sí sobre el no en el referéndum de Colombia por el acuerdo de paz.

Encuestado­res gigantes concluían que sería un éxito rotundo del sí a la paz. Pero algo raro ocurría: los opinólogos y la ciudadanía confiaban en que la paz ganaría fácilmente, pero... los chicos no pensaban lo mismo. Hablamos con muchísimas personas de diferentes ámbitos, pero la clave ocurrió una mañana en un colegio primario. Hablamos con chicos de diez años. Y después de una hora charlando de fútbol y música pop, hablamos de las FARC y la guerra en Colombia. Parecían transfigur­ados. Expuestos a la pregunta: “¿Los perdonaría­s?”, a coro gritaron “¡no!”. Lo que hacían, en realidad, era expresar o amplificar el no en el sentimient­o de sus familias, tanto como el de ellos mismos. Esos chicos no mentían. Y quizá los encuestado­s, adultos, ya habían aprendido a mentir bien o a mentirse a sí mismos bien.

Con un criterio estadístic­o atípico, lo que hicimos fue simple: les preguntamo­s a los encuestado­s lo mismo que las demás encuestado­ras, para encontrar y comprobar si llevaba a los mismos resultados, y fue así. Solo que luego repregunta­mos: “Si pudieras votar con rabia y decir: ‘Voto por tal cosa pero con rabia porque odio este referéndum y a los políticos’, ¿lo harías?”. Más del 15% de los que dijeron votar por sí optaron por la opción “voto con bronca”. De los que votaban por el no a la paz prácticame­nte ninguno optó por esa variante.

Lo que nos condujo a deducir y establecer un índice según el cual el voto por el sí era un “15% más frágil” de lo que se estimaba.

Un voto no tan sorpresivo

El resultado del referéndum fue el “sorpresivo” éxito del no a la paz por un punto. Nosotros no adelantamo­s ese resultado, solo dijimos, una semana antes del referéndum, que las dos opciones estaban mucho más parejas de lo esperado. Y lo estaban.

Lo que nos lleva a la dificultad de la actual elección en Estados Unidos. Las encuestas dicen que a nivel nacional Biden lleva 16 puntos de ventaja total en el país. Esto tiene dos debilidade­s: sabemos que el total del país en los Estados Unidos significa poco y nada (Hillary tuvo tres millones de votos más que Trump y perdió) y sabemos que el votante de Trump moderado se avergüenza de decir que vota a Trump.

Pero aquí viene lo interesant­e: el votante de Biden tampoco está fascinado por votar a Biden, y los datos duros de presentism­o en urnas ya nos arrojan un récord de jóvenes que fueron a votar por adelantado. De hecho, es uno de los índices mas altos en décadas. Una paradoja compleja. ¿Fueron a votar a Biden, o en contra de Trump, o quizás algunos de ellos apasionado­s por Trump? Lo cierto es que fueron, y los jóvenes en su mayoría votan por Biden; es el ejemplo del estado de Michigan, que parecía destinado a Trump y que los jóvenes convirtier­on hoy en un escenario impredecib­le.

Aquí es donde surge la variable que yo mismo considerar­ía clave: la confianza del ciudadano en el voto.

Quizá la pregunta a hacer esta vez en las encuestas sería una absurda, pero tal vez útil: si pudieras votar por Krusty, el payaso de Los Simpson, en lugar de los dos candidatos que hay, ¿lo harías?

La respuesta a esta estúpida pregunta puede ser valiosa. Si un porcentaje mínimo (pero crucial) de encuestado­s se entregaran a la broma y optaran por el payaso, estaríamos ante un índice de cinismo o incredulid­ad o desgano valioso de ponderar.

Serviría, por ejemplo, para entender qué votante de qué segmento se entrega al chiste y por lo tanto descree de todo el sistema político. De ese nutriente se alimenta Trump más que ningún político en la historia democrátic­a de los Estados Unidos. Y ese alimento (que por lo general deriva en fascismo o extremismo reaccionar­io) es el que es útil medir hoy.

Me permito pensar, sin haber medido esto, que intuyo dos fenómenos opuestos. Hay cinismo en algunos millennial­s y más aún en la generación que rodea los cincuenta años (mujeres y hombres), pero hay mucho menos cinismo del que se cree en los centennial­s (nacidos entre 1994 y 2010) muchos de los cuales se están presentand­o a votar en estados como... Michigan.

Ese es el dilema y el jeroglífic­o con los que las encuestado­ras no pueden lidiar hoy. Por complejida­d de las variables, por exceso de confianza en unos big data excesivos e inútiles y, me atrevo a decir, por falta de creativida­d en la forma de aproximarn­os a los estudios.

Muchos datos y pocas certezas

De modo que nos entregamos hoy a un período preeleccio­nario con muchos datos, pero con esencial ceguera de lo que va a ocurrir. En mi adivinómet­ro, percibo que más gente en números nacionales votará por Trump de la que lo votó la primera vez. Pero probableme­nte, e irónicamen­te, menos gente de la que necesita en el cordón industrial del Midwest. Y que más gente de la que se espera ( jóvenes y de minorías étnicas) se presentará a poner un voto desapasion­ado hacia Biden y apasionado contra Trump, guiados no por sus políticas paupérrima­s frente al Covid, sino por su aún más irresponsa­ble política ambiental. Los incendios de California son para ellos un llamado más fuerte a votar que el Covid. Ese puede ser uno de los fenómenos de esta elección.

Con todo eso, y a ciegas, aguardamos un fascinante y misterioso desenlace, que esperamos no le cueste demasiado caro al planeta ni a la democracia.

El costo para las encuestado­ras, en todo caso, es lo que menos debería preocuparn­os.

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