¿Biden, Trump o Krusty?: el dilema de las encuestadoras
La única encuesta que podría hoy arrojar datos confiables en la elección de Estados Unidos sería una encuesta a encuestadores: ¿está usted asustado/a de quedar como un/a payaso/a? El 98% diría que sí. Y sería absolutamente irrefutable.
Las razones de esta crisis estadística son variadas y atendibles. Las encuestas son hoy una zona de altísimo riesgo o papelón por varios motivos que conviene comprender. Si lo suyo es (o era) guiarse por lo que las encuestas dicen, conviene seguir leyendo esto. Si no lo hacía, pare aquí y entréguese al rubro intuición pura, que sigue cotizando alto.
Vamos primero a repasar algunas lecturas estadísticas exitosas del pasado. Considero que las encuestas sirven, y mucho, pero no para concluir algo en números, sino para aproximarnos o provocarnos, identificar anomalías y perplejidades y eventualmente afilar las preguntas. Aclaro desde ya que no soy especialista en encuestas y, si bien me interesa, y mucho, el estudio del comportamiento social en momentos críticos, me parece que los mejores resultados se obtienen con una suerte de agnosticismo integral, que observe con cierta saludable desconfianza todas las herramientas, al tiempo que las utiliza. Una fusión de métodos analíticos combinados y bien diferentes entre sí me ha resultado siempre más iluminadora, junto con una forma creativa e intuitiva de aproximarnos a ellos.
En 2008, un experto en estadística –no muy conocido entonces– llamado Nate Silver interpretó los datos cuantitativos y los matices cualitativos de sus encuestas y las de otras consultoras, con una mezcla audaz de información y sentido común; conjugó lo cualitativo con lo cuantitativo con sus propias percepciones de lo que veía en la calle. Llamó a su aproximación subjetiva y objetiva “Street wise analytics” o lo que en criollo barrial sería definible como “datos + yeca”.
Nate Silver se hizo famoso por enhebrar una serie de plenos en esa elección al dar por ganador a Obama con notable precisión, incluso en los estados más cambiantes e impredecibles.
Pero lo más extraordinario fue cómo él mismo comprendió y anticipó también correctamente las chances de Obama en la peliaguda reelección contra Mitt Romney, en 2012. Supo leer audiencias en el tramo decisivo del traumático huracán Sandy, que ayudó a Obama en el sprint final rumbo a la votación. La película Moneyball expresa esas formas de lectura mixtas desde el ejemplo del béisbol, del que Nate Silver es fanático y en el que trabaja en estudios de predicciones.
Silver incorporó un cociente de olfato más alto que el aplicado por la media de las consultoras y se guio por aquel principio que James Watson, biólogo molecular precursor de la idea de la doble hélice del ADN, utilizó como test ácido de comprobación: “Esto es demasiado bello para no ser verdad”. O sea, la mirada.
Lo que se ve puede ser verdad
Esta percepción estética de la realidad no debe confundirnos: Watson y Francis Crick se habían quemado las pestañas indexando, ponderando y cuestionando toneladas de datos. Pero en los momentos culminantes de sublimación de algunos elementos obtenidos, dieron lugar a una casi poética variante formal de lo observado. Lo que se ve a simple vista como verdad a veces puede ser verdad.
En 2016, junto con mi equipo en la agencia New y gracias a la valiosísima guía de Alex Pentland, del MIT Media Lab, establecimos una forma
ad hoc de encuestar, previa al aparente triunfo fácil del sí sobre el no en el referéndum de Colombia por el acuerdo de paz.
Encuestadores gigantes concluían que sería un éxito rotundo del sí a la paz. Pero algo raro ocurría: los opinólogos y la ciudadanía confiaban en que la paz ganaría fácilmente, pero... los chicos no pensaban lo mismo. Hablamos con muchísimas personas de diferentes ámbitos, pero la clave ocurrió una mañana en un colegio primario. Hablamos con chicos de diez años. Y después de una hora charlando de fútbol y música pop, hablamos de las FARC y la guerra en Colombia. Parecían transfigurados. Expuestos a la pregunta: “¿Los perdonarías?”, a coro gritaron “¡no!”. Lo que hacían, en realidad, era expresar o amplificar el no en el sentimiento de sus familias, tanto como el de ellos mismos. Esos chicos no mentían. Y quizá los encuestados, adultos, ya habían aprendido a mentir bien o a mentirse a sí mismos bien.
Con un criterio estadístico atípico, lo que hicimos fue simple: les preguntamos a los encuestados lo mismo que las demás encuestadoras, para encontrar y comprobar si llevaba a los mismos resultados, y fue así. Solo que luego repreguntamos: “Si pudieras votar con rabia y decir: ‘Voto por tal cosa pero con rabia porque odio este referéndum y a los políticos’, ¿lo harías?”. Más del 15% de los que dijeron votar por sí optaron por la opción “voto con bronca”. De los que votaban por el no a la paz prácticamente ninguno optó por esa variante.
Lo que nos condujo a deducir y establecer un índice según el cual el voto por el sí era un “15% más frágil” de lo que se estimaba.
Un voto no tan sorpresivo
El resultado del referéndum fue el “sorpresivo” éxito del no a la paz por un punto. Nosotros no adelantamos ese resultado, solo dijimos, una semana antes del referéndum, que las dos opciones estaban mucho más parejas de lo esperado. Y lo estaban.
Lo que nos lleva a la dificultad de la actual elección en Estados Unidos. Las encuestas dicen que a nivel nacional Biden lleva 16 puntos de ventaja total en el país. Esto tiene dos debilidades: sabemos que el total del país en los Estados Unidos significa poco y nada (Hillary tuvo tres millones de votos más que Trump y perdió) y sabemos que el votante de Trump moderado se avergüenza de decir que vota a Trump.
Pero aquí viene lo interesante: el votante de Biden tampoco está fascinado por votar a Biden, y los datos duros de presentismo en urnas ya nos arrojan un récord de jóvenes que fueron a votar por adelantado. De hecho, es uno de los índices mas altos en décadas. Una paradoja compleja. ¿Fueron a votar a Biden, o en contra de Trump, o quizás algunos de ellos apasionados por Trump? Lo cierto es que fueron, y los jóvenes en su mayoría votan por Biden; es el ejemplo del estado de Michigan, que parecía destinado a Trump y que los jóvenes convirtieron hoy en un escenario impredecible.
Aquí es donde surge la variable que yo mismo consideraría clave: la confianza del ciudadano en el voto.
Quizá la pregunta a hacer esta vez en las encuestas sería una absurda, pero tal vez útil: si pudieras votar por Krusty, el payaso de Los Simpson, en lugar de los dos candidatos que hay, ¿lo harías?
La respuesta a esta estúpida pregunta puede ser valiosa. Si un porcentaje mínimo (pero crucial) de encuestados se entregaran a la broma y optaran por el payaso, estaríamos ante un índice de cinismo o incredulidad o desgano valioso de ponderar.
Serviría, por ejemplo, para entender qué votante de qué segmento se entrega al chiste y por lo tanto descree de todo el sistema político. De ese nutriente se alimenta Trump más que ningún político en la historia democrática de los Estados Unidos. Y ese alimento (que por lo general deriva en fascismo o extremismo reaccionario) es el que es útil medir hoy.
Me permito pensar, sin haber medido esto, que intuyo dos fenómenos opuestos. Hay cinismo en algunos millennials y más aún en la generación que rodea los cincuenta años (mujeres y hombres), pero hay mucho menos cinismo del que se cree en los centennials (nacidos entre 1994 y 2010) muchos de los cuales se están presentando a votar en estados como... Michigan.
Ese es el dilema y el jeroglífico con los que las encuestadoras no pueden lidiar hoy. Por complejidad de las variables, por exceso de confianza en unos big data excesivos e inútiles y, me atrevo a decir, por falta de creatividad en la forma de aproximarnos a los estudios.
Muchos datos y pocas certezas
De modo que nos entregamos hoy a un período preeleccionario con muchos datos, pero con esencial ceguera de lo que va a ocurrir. En mi adivinómetro, percibo que más gente en números nacionales votará por Trump de la que lo votó la primera vez. Pero probablemente, e irónicamente, menos gente de la que necesita en el cordón industrial del Midwest. Y que más gente de la que se espera ( jóvenes y de minorías étnicas) se presentará a poner un voto desapasionado hacia Biden y apasionado contra Trump, guiados no por sus políticas paupérrimas frente al Covid, sino por su aún más irresponsable política ambiental. Los incendios de California son para ellos un llamado más fuerte a votar que el Covid. Ese puede ser uno de los fenómenos de esta elección.
Con todo eso, y a ciegas, aguardamos un fascinante y misterioso desenlace, que esperamos no le cueste demasiado caro al planeta ni a la democracia.
El costo para las encuestadoras, en todo caso, es lo que menos debería preocuparnos.