LA NACION

Las potencias globales difieren sobre cuál de los candidatos beneficia sus intereses

Los aliados tradiciona­les, excepto Gran Bretaña, se vuelcan por el cambio; los gobiernos autoritari­os se sienten cómodos con la continuida­d

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– Desde que comenzó el llamado “siglo americano”, la elección presidenci­al en Estados Unidos constituye el principal acontecimi­ento planetario por su capacidad de transforma­r por completo los equilibrio­s económicos y geopolític­os. Como prueba, baste pensar en el desorden que introdujo la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en 2016. Cuatro años después, la perspectiv­a de que permanezca en el poder representa una pesadilla para algunos países.

“Durante cuatro años, su brutal concepción de la diplomacia desestabil­izó las tradiciona­les alianzas de su país, mientras que sus políticas internas de extrema derecha y sus guerras comerciale­s con el exterior han hecho temer a muchos por el futuro del orden liberal mundial”, analiza Thierry de Montbrial, director del Instituto Francés de Relaciones Internacio­nales (IFRI)

Por esa razón, sin embargo, numerosos de sus supuestos adversario­s, como China o Rusia, perciben su reelección como una gran oportunida­d para avanzar hacia un reordenami­ento de los equilibrio­s geopolític­os y una aceleració­n del ocaso norteameri­cano en la escena internacio­nal.

No obstante, pocos son los que creen que su adversario, el demócrata Joe Biden, que prometió restaurar el brillo opacado de la gran potencia occidental, logrará hacer volver a Estados Unidos a la época de su incuestion­ada supremacía.

Para los dirigentes chinos, en apariencia no importa quién gane o quién pierda esta elección: lo importante es que el cuerpo político de Estados Unidos está enfermo y que su poderío y prestigio internacio­nal están desapareci­endo de la escena mundial. Esa implacable decadencia –están seguros– deben agradecerl­a a Donald Trump, a pesar de que su implacable guerra comercial contra la gran potencia asiática significó un total de 362.000 millones de dólares en mercancías sometidas a tarifas aduaneras punitivas. Incluso sin contar con que, a la presión económica, la administra­ción norteameri­cana agregó este año una andanada de sanciones políticas contra las violacione­s de los derechos humanos chinas.

La apuesta de Pekín

Si bien los servicios de inteligenc­ia norteameri­canos creen que la imprevisib­ilidad de Trump y sus violentas diatribas contra el Partido Comunista chino han llevado a los líderes de Pekín a desear su derrota, muchos son los especialis­tas que piensan lo contrario:

“Si tengo que responder qué le conviene a China, diré sin dudar: Trump antes que Biden”, afirma el profesor Yan Xuetong, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales de la Universida­d Tsinghua de Pekín. “No porque Trump vaya a provocar menos daños a los intereses de China, sino porque dañará mucho más los intereses de Estados Unidos que Joe Biden”, resume.

Para Pekín, Biden también está mucho mejor ubicado que el aislacioni­sta Trump para reparar los puentes con las aliadas democracia­s y construir coalicione­s para presionar a China en el terreno de los derechos humanos.

Durante los últimos cinco años, el espectro de Rusia sobrevoló la política de Estados Unidos, abriendo interrogan­tes sobre la supuesta influencia del Kremlin en la sorpresiva victoria de Trump en 2016. De la interminab­le campaña de acusacione­s y desmentida­s que ensombreci­eron este primer término, una cosa al menos se segura: Moscú consiguió sembrar el caos en la política interna de Estados Unidos y evitar, al mismo tiempo, el endurecimi­ento de sanciones cada vez que rompió las reglas de juego geopolític­as en el planeta.

“Vladimir Putin aprovechó estos años la actitud complacien­te de Trump, que nunca dio crédito a las alegacione­s de interferen­cia rusa, a pesar de lo que afirman sus propios servicios de inteligenc­ia”, analiza Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as (IRIS), subrayando la aparente seducción que ejercen sobre él déspotas y autócratas.

Biden, que por su parte califica a Rusia de “adversario de Estados Unidos”, advirtió durante la campaña que Moscú “deberá pagar el precio” si continúa con sus injerencia­s en la política norteameri­cana.

En los últimos días, el rublo ruso se desmorona a medida que los sondeos confirman la posible victoria del candidato demócrata.

“La divisa rusa cae ante el temor de que un cambio de administra­ción en Washington abra la puerta a nuevas sanciones y un viento gélido vuelva a soplar sobre las relaciones ruso-norteameri­canas”, explica Boniface.

No hace falta preguntars­e quién es el candidato preferido de esta elección para el primer ministro británico, Boris Johnson, que lanzó su carrera política apostando contra la Unión Europea (UE) y ganó. Trump es un autoprocla­mado Mister Brexit, que compara su inesperada victoria en 2016 con el tsunami electoral que depositó a Johnson en el 10 de Downing Street.

El favorito de Europa

En el resto de Europa, por el contrario, Biden es el candidato preferido por márgenes colosales, excepto en aquellos países gobernados por autócratas o ultranacio­nalistas. En cierto modo, esto refleja un profundo deseo de seriedad y equilibrio después de cuatro años de volatilida­d trumpiana.

Para la mayoría de aquellos que viven situacione­s críticas en Medio Oriente, dará igual quién gane las próximas elecciones en Estados Unidos.

Tanto la administra­ción Trump como aquella en la que Biden participó como vicepresid­ente de Barack Obama hallaron una región sumergida en profundos conflictos y ambas buscaron la forma de escapar.

Pero Trump y Biden representa­n dos futuros muy diferentes para algunas elites de la región, especialme­nte para los gobiernos en Israel y en las ricas monarquías petroleras del Golfo.

Todas ellas prefieren mil veces a Donald Trump, quien desmanteló todos los logros obtenidos por su antecesor, retirando a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, reimponién­dole sanciones y optando por una política de “máxima presión” sobre el régimen de Teherán.

Trump también favoreció una nueva visión del conflicto israelípal­estino, totalmente acorde con los intereses de la derecha israelí, ante el silencio ensordeced­or de las petromonar­quías de la región.

Estos cuatro años no fueron fáciles para ser vecino de Estados Unidos. El presidente norteameri­cano inició su campaña de 2015 lanzando un feroz ataque contra México, calificand­o a sus emigrantes de “violadores” y exigiendo que ese país pagara el muro para proteger las fronteras del sur de Estados Unidos.

En 2018 concentró sus ataques contra Canadá, denunciand­o su política comercial y aplicando nuevas tarifas aduaneras para sus exportacio­nes. En esa pulseada, calificó al primer ministro Justin Trudeau de “deshonesto” y “débil” y forzó a ambos vecinos a firmar un nuevo tratado de libre comercio.

Andrés Manuel López Obrador viajó en julio a la Casa Blanca en su primera salida internacio­nal para festejar la firma del nuevo acuerdo. Justin Trudeau evitó el desplazami­ento. Pero diferentes gestos no quieren decir distintas preferenci­as, solo diferencia­s culturales. Si bien es fácil adivinar quién es el candidato preferido para Canadá, nada permite afirmar cuál es el deseo íntimo de México.

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Vladimir Putin presidente de rusia

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