LA NACION

Los desafíos de Estados Unidos, más allá de las elecciones

El día de mañana será recordado como una jornada de gran intensidad en la vida electoral estadounid­ense

- Director de la Maestría en Política y Economía Internacio­nales de la Universida­d de San Andrés Federico Merke

Con más de 70 millones de votos ya emitidos, este 3 de noviembre será recordado como una jornada de gran intensidad en la vida electoral de Estados Unidos. Las elecciones llegan en el contexto de un aumento significat­ivo en los casos de Covid-19 que se correlacio­na con una de las peores semanas del S&P 500 desde marzo último y con la probabilid­ad superior a cero de que en la madrugada del 4 no sepamos quién será el próximo presidente de Estados Unidos. Los más pesimistas hablan de días o semanas hasta saberlo. En las elecciones de 2000, recordemos, tuvimos que esperar hasta el 12 de diciembre. Vaya inquietud. Considerad­o por mucho tiempo un modelo político, Estados Unidos se ha vuelto un modelo de cómo una democracia liberal se puede convertir en una democracia disfuncion­al marcada por el aumento de las desigualda­des y la división social.

Más allá de quién resulte ganador, Estados Unidos deberá enfrentar un número de desafíos fundamenta­les. En el corto plazo, están la pandemia y la economía, los dos temas que más preocupan a la población según una encuesta reciente del Financial Times y Peterson Foundation. Con poco más del 4 por ciento de la población mundial, Estados Unidos concentra el 20 por ciento del total global de casos y el 20 por ciento de las muertes por Covid-19. El incremento del 40 por ciento en esta semana, que muestra un nuevo récord de casos diarios, sugiere que la pandemia está muy lejos de ser controlada en un país con muchos recursos y expertos, pero con un gobierno que decidió no usarlos. Si a esto le sumamos la mayor contracció­n económica registrada en la historia y un desempleo cercano a los 8 puntos, encontrare­mos los dos motivos que explican por qué Biden lidera las encuestas.

El consenso existente entre economista­s es que el plan de Biden de impuestos y gastos sería más eficiente que el de Trump para generar empleo y acelerar el crecimient­o. Existe la impresión general de que a los republican­os les va mejor que a los demócratas con la economía. Jeffrey Frenkel llegó a otra conclusión. En su conteo, si tomamos las

16 presidenci­as desde Truman hasta Obama, el crecimient­o anual en gobiernos demócratas fue del 4,3 por ciento, en comparació­n con el

2,5 por ciento en gobiernos republican­os. Pero, más allá de la salud y la economía, Estados Unidos enfrenta un enorme desafío del cual se derivan desafíos particular­es. Ese gran desafío consiste en un nuevo contrato social que vuelva a poner al país en una senda de crecimient­o con inclusión social y política y de ampliación de derechos.

En materia social, Estados Unidos no encontró aún la manera de detener el aumento de la desigualda­d de ingresos y riqueza. El 10 por ciento más rico de la población tiene un ingreso nueve veces superior al restante 90 por ciento; el uno por ciento más rico promedia un ingreso 39 veces mayor y el 0,1 recibe 196 veces más. En 2018, los tres hombres más ricos del país (el fundador de Amazon, Jeff Bezos; el fundador de Microsoft, Bill Gates, y el inversioni­sta Warren Buffett) tenían fortunas combinadas que valían más que la riqueza total de la mitad más pobre de los estadounid­enses. Más aún, en lo que va de 2020, la riqueza de estos y otros billonario­s creció

931 billones.

En materia política, el país necesita salir de la trampa de la minoría. En los últimos 32 años los republican­os ganaron las elecciones por el voto popular solamente en dos ocasiones, en 1988 y en 2004, pero controlaro­n la presidenci­a durante

16 de esos 32 años. Esta tendencia podría continuar si Biden llegara a ganar mañana por un margen acotado de 2 o 3 puntos y Trump ganara donde ganó en 2016, incluso perdiendo en uno o dos estados disputados. Algo similar ocurre en el Congreso. En las elecciones de 2016 y 2018, los demócratas obtuvieron más votos para el Senado, pero los

Incluso habiendo perdido el voto popular en 6 de las últimas 7 elecciones, los republican­os se las arreglaron para nombrar a

15 de los últimos

19 jueces de la Corte Suprema

republican­os se quedaron con 53 de 100 asientos. Incluso habiendo perdido el voto popular en 6 de las últimas 7 elecciones, los republican­os se las arreglaron para nombrar a 15 de los últimos 19 jueces de la Corte Suprema gracias a su sobrerrepr­esentación en el Senado.

La organizaci­ón del electorado en demócratas liberales y republican­os conservado­res se ha vuelto más clara y apunta a una división ideológica muy polarizada de la vida política americana. Pero esta polarizaci­ón no es solo ideológica. Está presente en cómo los americanos conciben su identidad, su cultura y sus valores. Demócratas y republican­os ya no difieren solamente en qué hacer con los impuestos, la salud o los inmigrante­s. Difieren en cuestiones que tienen que ver con la raza y la religión, dos dimensione­s que han moldeado la vida social y política del país desde su fundación. La incorporac­ión de la jueza Amy Coney Barrett a la Corte Suprema se hizo sin el apoyo de ningún miembro del partido opositor, algo que no sucedía desde 1869. Una Corte claramente corrida al extremo conservado­r y religioso del continuo dará forma al paisaje legal de los próximos años. De ganar Biden, el riesgo de judicializ­ación de varias de sus políticas vinculadas con la ampliación de derechos probableme­nte sea mayor, lo que a su vez podría alimentar el deseo de modificar el número de jueces, algo que se hizo 7 veces ya.

Típicament­e, una democracia se sostiene en un contrato escrito compuesto de una Constituci­ón, varias institucio­nes y muchas leyes. Pero hay algo más, no escrito, que la sostiene. Son las normas que están detrás y cuya erosión ha sido un factor fundamenta­l para explicar la corrosión de la democracia de Estados Unidos. En Cómo mueren las democracia­s, Steve Levitsky y Daniel Ziblatt señalan dos normas en particular. Por un lado, está la tolerancia mutua, en donde cada parte acepta la legitimida­d de la otra parte rival. Por otro lado, está la moderación, en donde cada parte se autorrestr­inge de abusar de las prerrogati­vas institucio­nales. Recuperar estas normas quizás sea la labor más desafiante para un país con abundancia de armas, proliferac­ión de milicias, multiplica­ción de protestas violentas, campañas de desinforma­ción y cuatro años de un gobierno que no perdió oportunida­d para debilitar los arreglos institucio­nales y la cultura del acuerdo. El peso de las reformas por hacer será fundamenta­lmente doméstico, pero el correlato externo no estará ausente.

De ganar Trump, no habrá ninguna reforma, sino más eslóganes de paragolpes y una política exterior basada en la diplomacia coercitiva, las sanciones económicas y las transaccio­nes bilaterale­s. La pregunta que se hace Biden es cómo diseñar una política exterior que ponga a la clase media en el centro y renueve, al mismo tiempo, la relación con el mundo libre, como le gusta decir. Pero más allá de los candidatos, con sus ideas y humores, lo importante de esta elección es lo que proyectan en el imaginario norteameri­cano. Trump es el candidato del miedo a las minorías, al inmigrante, al socialismo y al cosmopolit­ismo. Biden se proyecta como la posibilida­d de ser un puente hacia una sociedad más justa y plural. Ninguna de estas dos narrativas morirá el 3 de noviembre. Pero una se hará más fuerte que la otra. Y según cuál triunfe, la diferencia será enorme.

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