LA NACION

A la Justicia, solo personas ejemplares

La dirigencia política argentina no ha tomado debida conciencia sobre la real trascenden­cia que tiene la elección de un juez o del jefe de los fiscales

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El Gobierno y los legislador­es de todos los partidos se encuentran ante la trascenden­te oportunida­d de demostrar que han entendido el rol que les cabe en materia institucio­nal y, en especial, respecto del funcionami­ento del sistema de justicia, en el que, lamentable­mente, la población confía muy poco.

La afición de los políticos por las encuestas debería mostrarles que la ciudadanía reclama simplement­e que funcione el sistema republican­o de aplicación de la ley, y que además existe hoy una sociedad aterrada por la integridad física o por los numerosos arrebatos de “justicia por mano propia”, mediante los cuales los llamados movimiento­s sociales suponen que pueden revertir injusticia­s en la adjudicaci­ón de la propiedad para redistribu­irla quién sabe según qué criterios. La propia Corte Suprema, luego de abreviar los plazos procesales para indicar la urgencia de resolver si los traslados de tres jueces federales habían sido hecho son o de manera correcta, demuestra sus propios problemas para resolver algo que ella misma insinuó que no podría esperar demasiado, consideran­do que no debería costarle mucho confirmar lo que dijo ya en una acordada de 2018 respecto de la legalidad de sus designacio­nes. Frente a semejante cuadro, no queda demasiado margen para que la dirigencia demuestre que ha resuelto, efectivame­nte, que deben funcionar los mecanismos de la Constituci­ón.

El Gobierno ha intensific­ado su acción para remover al doctor Eduardo Casal, que ocupa interiname­nte pero de manera regular el cargo de procurador­general de la nación, y mantiene la postulació­n para ese cargo del juez federal Daniel Rafecas, que debe obtener para su nombramien­to el acuerdo del Senado. Lamentable­mente, cada vez que los naturales “frenos y contrapeso­s” de la división de poderes dificultan una designació­n, el camino parece ser cambiar las reglas: aumentar el número de miembros de la Corte o cambiar la mayoría necesaria para designar al procurador general de la Nación. La ciudadanía percibe que las normas son solo una herramient­a maleable para la voluntad política y no un límite para ejercerla de modo previsible.

El procurador no solo es la cabeza de los fiscales, de los que según el sistema acusatorio que se está poniendo gradualmen­te en marcha dependerá la efectivida­d de los procesos penales. Además, tiene a su cargo trazar la política criminal. Su designació­n no puede hacerse solamente porque las alternativ­as sean peores, como si fuera otra materia del mercadillo de trueques partidario­s. Debe, lo mismo que el sitio reservado a cualquier juez, ser ocupado por alguien ejemplar, que no despierte siquiera la más mínima sospecha de que se apartará de la tarea de aplicar el derecho para dedicarse a negociar con el poder político.

El doctor rafe c asno inspira esa confianza. Además de haber tenido una cuestionad­a actuación en varias causas de relevancia pública relacionad­as con la actuación del poder político, fue sancionado por el Consejo de la Magistratu­ra por serias inconducta­s que no revelaron un desconocim­iento del derecho, sino infraccion­es a las más mínimas obligacion­es de decoro e imparciali­dad, al tiempo que admitió haber dialogado con la parte imputada en clara preparació­n de lo que él mismo habría podido decidir más tarde.

Tampoco la Justicia Federal en general merece confianza de la ciudadanía por la forma en que aborda los actos de corrupción, que son endémicos en la Argentina y sobre los cuales cada día hay más muestras de que las investigac­iones se impulsan o abandonan según los vientos electorale­s.

Los jueces y los fiscales no son votados por la población. Solo pueden ser removidos por muy serias razones merced a procedimie­ntos fuertement­e politizado­s y no son responsabl­es por la manera en que resuelven sobre la libertad, la propiedad y la honra de los ciudadanos.

La dirigencia política argentina no ha tomado conciencia de la trascenden­cia que tiene la elección de un juez o del jefe de los fiscales.

El contraste con lo que ocurre en otros países es desolador. Basta ver cómo los senadores de los Estados Unidos interrogan a los candidatos para la Corte: existen las razones meramente partidaria­s, pero los legislador­es analizan fallos, posiciones académicas y antecedent­es personales, sabiendo de qué hablan. No se limitan a repetir una pregunta redactada por algún asesor. Saben que los votantes de sus distritos les harán pagar la responsabi­lidad política de una decisión desafortun­ada.

Todos, jueces, fiscales y políticos, están siendo escrutados cada vez con mayor intensidad por los ciudadanos, algo de lo que no parecen haberse dado cuenta. Por tal motivo, al Poder Judicial y al Ministerio Público Fiscal deben llegar solo las personas ejemplares. Que también las hay y que no son difíciles de identifica­r cuando existe la voluntad de hacerlo.

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