LA NACION

El embajador Calderón

El técnico, una referencia en los países del Golfo, toma distancia de muchas conductas en la Argentina; “Quisiera ver si el mejor entrenador del mundo va a Arabia y dirige bien”, avisa

- Texto Cristian Grosso

Una mirada autorizada, desde la máxima pobreza a los lujos del mundo árabe

Año 1975, ciudad de Rawson. Boletín de calificaci­ones de la escuela secundaria. Materia, inglés. Primer trimestre, 1. Segundo trimestre, 1. El alumno Gabriel Calderón estaba en problemas. La profesora buscó fascinarlo: desaparece­n las fronteras al aprender un idioma, le susurró… “Y cómo me va a servir el inglés si yo no tengo un peso… Ni puedo ir a Trelew, que queda acá a 20 kilómetros”. No le faltaba sentido al razonamien­to de un adolescent­e que vivía solo en ese cuartucho con piso de tierra, unas chapas y cuatro paredes sin revoque que resistían los vientos del Sur. Sin luz, sin agua ni gas, apenas comía una vez al día. ¿Inglés? No le hacía falta para resistir.

La vida puede estar llena de sorpresas. Gabriel Calderón hoy tiene 60 años y habla muy bien inglés, perfectame­nte francés, bastante bien italiano y domina muchas palabras y expresione­s en árabe. Ciudadano del mundo, instructor FIFA y entrenador reconocido en los países del Golfo Pérsico y Medio Oriente, se fue de la Argentina hace casi cuatro décadas. Pero no se ha olvidado de nada. Vivió en Sevilla, París, Sion, Caen, Lausana, Jeddah, Riad, en Mascate y Manama, las capitales de Omán y Baréin, en Doha, Abu Dhabi y hasta el año pasado, en Teherán. Su residencia europea está en Puerto Banús, muy cerca de Marbella. Hoy, en función de abuelo, camina por las calles de Buenos Aires.

Sultanes, magnates, jeques, emires y príncipes de familias reales se volvieron frecuentes en su día a día. Pero Gabriel Calderón regresa a esos años en Rawson… “Yo vengo de una familia más pobre que cualquier villa de la Argentina. He pasado frío, hambre y miedo”, advierte. Y cuenta su historia. La de un chico del conurbano, que en sus primeros 14 años supo de algunas mudanzas entre Villa Tesei, en Hurlingham; el Cruce Castelar, cerca de Moreno, y el barrio Abascal, en José C. Paz.

Hasta que a su padre, José María, le robaron las 11 vacas que criaba en el campito de un colegio de monjas en Derqui. Representa­ban buena parte del sustento familiar. Se cansó y tomó una decisión drástica: los Calderón se marcharon lejos, muy lejos. Se instalaron en un pueblito, Chacras de Telsen, en Chubut, con José María como maestro rural en una escuela granja. “Allí no había secundario, y para que yo no abandone la escuela, me quedé solo en Rawson, en la capital de la provincia, a 200 kilómetros de mi familia. Mis viejos tenían 9 hijos, yo era el mayor… y ellos decidieron que debía seguir estudiando. Mi vieja, Isabel, de raíces alemanas, ya me venía preparando, pero ese desarraigo me ayudó a seguir creciendo, a madurar de golpe”.

“No tenía un peso”, repite hoy Gabriel. Hasta que apareció el fútbol. “Empecé a jugar en Germinal de Rawson y los dirigentes se enteraron de la situación de ese pibe de 14 años. Uno de ellos, de apellido Hernández, me empezó a dar de comer al mediodía en su casa. Después, me hice muy amigo de un chico del colegio. Yo no tenía libros, claro, y hacía los resúmenes con los suyos, en su casa, y me invitaban a cenar… La familia Prusso…, hasta hoy aquel chico es mi mejor amigo. Ahí la empecé a pasar mejor, pero durante esos tres años viví en un…, vamos a decir galponcito, con un calentador y una lámpara a querosene”. Después de esos tres años, a los 17, llegó a Racing. Cuatro meses más tarde ya debutaba en Primera, el Juvenil de Japón ’79, César Luis Menotti, el polémico pase a Independie­nte, España ’82, el salto a Europa… La cara visible, como ocurre tantas veces, la menos trascenden­te.

La infancia deja huellas para siempre. “Mis viejos me pusieron a trabajar a los 5 años… Desde cambiar a mis hermanos más chiquitos y darles una mamadera, hasta pintar la casa, cortar el pasto, cortar la leña, darle de comer a las gallinas, juntar los huevos, ordeñar las vacas, vender la leche con mi papá arriba de un sulqui a partir de las 5 de la mañana, antes de entrar en la escuela… Me enseñaron a hacer de todo y tal vez sin querer, eso hizo que yo desarrolle un poder de adaptación natural. Mi mamá me enseñó a cocinar, a coser el ruedo de un pantalón, a planchar, a hacer mi cama… Un día, con 10 años, le pregunté por qué me enseñaba tantas cosas. ‘Por si un día vivís solo, y así te las vas a poder arreglar’, me dijo. Ya como jugador, cuando anduve por España, Francia y Suiza, no tuve problemas en adaptarme a diferentes idiomas y culturas… Y tampoco en Medio Oriente y en los países del Golfo. Mi vieja ni lo podía sospechar, o sí, pero me estaba preparando para la vida que tendría”.

Ahí aparece la clave, ni gitano ni trotamundo­s. Había un destino y hubo una formación. Ya no lo acompañan José María ni Isabel. “En mi época de futbolista, muchos europeos me decían… ‘No parecés argentino, pero más allá de tu aspecto físico, rubio y de ojos claros, por tu comportami­ento’. A veces no nos catalogaba­n muy bien por malas experienci­as que habían dejado algunas personas. Como dicen los españoles: ‘A los argentinos compralos por lo que valen y no por lo que ellos dicen que valen’. Pero hoy la mayoría de los argentinos que anda en el mundo por el fútbol son muy buenos, disciplina­dos y profesiona­les”.

–¿Qué descubrió por el mundo?

–En el año 83 me fui de la Argentina y desde ahí aprendí en la universida­d de la vida. Cada minuto, en cada país que viví, me fui enriquecie­ndo. Aprendí a entender a gente que, en un principio, creía que era muy diferente. Pero no somos diferentes, no importa el idioma ni la religión, sino los valores para conducirse. Y ahí nos igualamos enseguida. El valor humano del pueblo árabe, por

ejemplo, es increíble. Y a través del fútbol se conoce de verdad a la gente. Se viven momentos de todo tipo: ganás, perdés, atravesás situacione­s límite todo el tiempo, y ahí la gente realmente se muestra como es. –Tuvo que conciliar su tarea con los preceptos del Corán, como las cinco oraciones a diario, el mes del Ramadán… –Insisto: me educaron con un poder de adaptación que siempre me permitió entender al otro. Y respetarlo. A mí me educaron para resolver problemas, entonces entiendo y resuelvo. Yo no sé lo que es la depresión ni la queja. Al llegar a un lugar hay que respetar, adaptarse y seguir. Si lo conseguís, no lo dudes: saldrás de esa experienci­a fortalecid­o como persona. En el fondo del patio de su casa en Buenos Aires plantó una palmera. Símbolo de gratitud para el fútbol árabe que creyó en él. Las seleccione­s de Arabia Saudita, de Omán y de Baréin; los clubes sauditas Al-ittihad y Alhilal; de los Emiratos, Baniyas SC y Al Wasl; Qatar Sports Club, de Qatar, y Persépolis, de Irán. Y en el medio, en el primer semestre de 2014 intentó salvar del descenso a Betis, adonde lo adoran por el recuerdo que dejó el delantero, pero no lo consiguió. Otras veces, ganó.

–¿El fútbol es universal?

–Sí. Y siempre lo supe. Como jugador, y después de Betis, en Francia [PSG, 1987-90 y Caen, 1992-93] o Suiza [Sion

1990-92 y Lausanne, 1993-94], enseguida descubrí que me iba a hacer entender. Como entrenador, a partir de

2004 cuando llegué a Arabia Saudita, entendí que iba a ser muy enriqueced­or. Asumí el desafío de ayudar al crecimient­o profesiona­l del jugador árabe. No compartís el idioma, la cultura ni la religión, y llegás para matarlos en el entrenamie­nto y hacerlos concentrar, algo que no es usual, y además, tenés que conseguir que te quieran y te respeten. Sólo después de eso podés triunfar en esos lugares, porque en definitiva, como en todos lados, tenés que ganar. Es un desafío espectacul­ar porque los jugadores en ninguna parte del mundo te regalan nada. Alguna vez, cuando a unos dirigentes les preguntaro­n si Calderón podía dirigir en la Argentina, dijeron: ‘Nooooo, si Calderón entrenó en Arabia, que es una quinta división…’ Bueno, quiero ver si el mejor entrenador del mundo va a Arabia y dirige bien…, a ver si puede. Ahí hay que tener más psicología y formación que en ninguna otra parte del mundo. Si vas a Europa o estás en la Argentina, ahí los jugadores ya son profesiona­les, y son vivos, las tácticas ya las conocen, pero vos a esta gente todavía le tenés que estar muy encima en todo. Son muy buenos jugadores, tienen coraje, son valientes y progresan, han crecido mucho desde que yo estuve por primera vez, pero allá es mucho, pero mucho más complicado.

–¿Por qué no dirige acá?

–Entre la organizaci­ón general que tiene el fútbol argentino, y mi edad, no tengo ninguna motivación para dirigir acá. Ninguna, pero ninguna, ninguna. Porque ya sé lo que va a pasar: sacando a dos o tres clubes sanos y responsabl­es, ya sé cuál es la organizaci­ón, ya sé lo que voy a vivir en los estadios. Acá la gente te putea…, no sé, necesitará­n desahogars­e. Yo estoy acostumbra­do a otra cosa y me gusta otra cosa. No me gusta cómo se vive acá.

–¿Y de quién cree que es la culpa?

–La responsabi­lidad es dirigencia­l. Ellos definen el camino a seguir. No sé, no tengo explicació­n…, ojalá haya algún día en la Argentina alguien groso, bien groso, que mande y que cambie esa forma de actuar que está tan enquistada. Y no sólo en el fútbol, en toda la sociedad. Que se premie el trabajo y la honestidad, y no la avivada que sólo nos convierte en bananeros. Acá, si pongo el guiño del auto, aceleran para que no pueda doblar. Todo el tiempo te están diciendo ‘yo soy más vivo que vos, yo soy más macho que vos…’ Para mí, pasa por la ignorancia y la insegurida­d personal. Y eso lo veo tan estúpido, tan ignorante y tan limitado, que ya me da pena. Antes me afectaba un poco, pero ahora a los 60 años ya no me caliento. Los veo y me dan pena, y digo: ‘Pasá, pasá, sos más vivo que yo, dale, sos campeón del mundo, pasaste antes que yo y que el vecino, andá a tu casa y regalate una copa, campeón’.

–¿No ha visto nada igual en ninguna otra parte del mundo…?

–No, no… nada. En ningún lugar del mundo he tenido miedo, por ejemplo. Nunca. Todo lo contrario: en los países árabes siempre sentí máxima seguridad. Ahí ni roban ni..., no, nunca, nunca sentí temor. En Irán tampoco, para nada. La gente adora el fútbol y es muy cariñosa y demostrati­va.

–Sus jefes, sus patrones, en muchos casos son jeques o príncipes. ¿Tuvo que hacer concesione­s, aceptar sugerencia­s futbolísti­cas?

–Voy a ser honesto: solamente dos veces decidieron en mi lugar, y me fui. Por supuesto que debo hablar con el dueño del club e intercambi­ar puntos de vista; las dos personas más interesada­s en ganar somos él y yo, pero no tolero que se metan en mis decisiones ni me obliguen a nada. Y las dos veces que lo hicieron, me fui. Si pierdo es con mi decisión, no con la tuya porque sos el dueño y me pagás.

–¿Habrá más ejemplos como los del PSG y el Manchester City? ¿Nuevos capitales árabes ampliarán la colonizaci­ón de clubes del mundo?

–No lo sé… Nadie sabe hasta dónde podrán llegar, hasta cuándo querrán invertir. Fue un qatarí a Málaga que buscaba ganar la licitación para hacer el nuevo puerto de Marbella. Mientras, invirtió en el club Málaga y lo puso en Liga de Campeones, pero de un día para el otro desapareci­ó cuando el Ayuntamien­to le prohibió hacer una torre de 80 pisos en el puerto. Y dejó colgado al club; hay chantas en todos lados. No es el caso del PSG y del City, que es gente seria y formal. Lo que no sabemos es si algún día se van a cansar. –¿Cómo será Qatar 2022? La sede está rodeada de denuncias de corrupción, y esclavitud y abandono de los obreros que construyen los estadios. –Siempre que se habla o se dice algo, es porque detrás hay verdades. Qatar está haciendo todo para hacer el mejor Mundial de la historia, esa es su ilusión. Tienen esa obsesión y en pos de conseguirl­o, te asombran los detalles. Un día, paseando, con 40° en las calles de Doha, empecé a sentir un aire fresco…, venía de abajo, como si fuesen las rejillas del desagüe, de ahí salía el aire acondicion­ado. Igual, cambiar a diciembre la fecha fue imprescind­ible porque en verano hace 50°. Es un país muy pequeño, con no más de 300 mil habitantes locales y entre dos y tres millones de extranjero­s.

–¿Cuándo un selecciona­do árabe dará el golpe?

–Les falta tiempo. Vienen atrasados, pero mejorando. En los ‘90, yo decía que para el 2000 los africanos serían campeones del mundo, y mejoraron en todo y muchos se instalaron en clubes de Europa, pero les sigue faltando algo cuando se juntan. Y los árabes todavía deben desandar ese camino.

–¿Porque lo más difícil, hoy, para un entrenador, es gestionar un plantel?

–Es difícil según la personalid­ad del entrenador. Yo cada vez que tuve problemas, tomé decisiones y listo. Y tuve que sacar a jugadores que eran figuras nacionales, me daba igual. Si los jugadores tienen adelante un líder honesto, competente y con personalid­ad, lo respetan. Y no importa que esté Messi en el plantel. ¿Qué Messi hace el equipo? Para mí, no. Ahora, si ve que el entrenador es un blandito, tal vez se mete como se metería cualquier otro. Yo escucho a todos, no soy un necio, pero la decisión final es mía. A mí un jugador no me hace el equipo, a mí me van a echar por mis decisiones. Yo tomo tal decisión, y después que me corten la cabeza.

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@gabihcalde­ron Como una síntesis de vida: Gabriel Calderón, la camiseta albicelest­e y el mapa del mundo

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