LA NACION

Mario Pereyra. Una voz potente que extendió las fronteras de la radio

- Gabriela Origlia

CÓRDOBA.– La noticia corrió desde poco antes de las 3.30 de la madrugada del domingo. Quienes escuchan la radio toda la noche llamaban a otros para avisar. La primera sensación fue de incredulid­ad. A los 77 años, murió Mario Pereyra, el conductor y director de Cadena 3, que permanecía internado por coronaviru­s. “Marito, el Negrito”, el dueño de las mañanas cordobesas. “Todos somos frágiles”, definió en privado y con tristeza un excolabora­dor de la emisora. Es la idea que, a esta hora, es difícil de digerir en la provincia que el sanjuanino convirtió en su casa.

Polémico, disfrutaba con esa división de aguas que generaba. No hacía su programa pensando en cuántos apoyos cosecharía. Lo hacía siguiendo el instinto, aun cuando buena parte de lo que decía generaba rechazo en su audiencia base. No había grilla ni reunión de producción que pudiera con él. Solo respetaba los espacios comerciale­s, pero para todo lo demás, manejaba los tiempos y los temas a su manera. insistió siempre en definirse como lo que era: un “locutor”. Hacía gala de no ser periodista. Grababa publicidad­es y promocione­s en la radio, hacía entrevista­s que iban desde presidente­s hasta artistas consagrado­s, pasando por un parrillero argentino perdido en algún rincón del mundo. Por la tarde regresaba a su oficina en su condición de dueño y director de Cadena 3; era “la hora del shampoo”, del “lavado de cabeza” a los que citaba para conversar y planificar. También, el momento en el que pasaban figuras de lo más diversas para una charla privada.

En las conversaci­ones entre gente de medios de Córdoba y, desde hace unos años también del país, se reconocía –con admiración, pero también con cierta envidia– el liderazgo absoluto de Pereyra; no solo en materia de oyentes, sino también en fijación de agenda. Supo arrebatarl­es ese lugar a los medios gráficos que tradiciona­lmente lo tuvieron.

Los dirigentes lo escuchaban y, en varios, influía. Un experiodis­ta de la Cadena 3 solía decir que era como el Gran Gatsby a la inversa. Así como el personaje de Francis Scott Fitzgerald vivía en una ciudad ficticia y armaba escenas para Daysi, hubo políticos con cargos que reaccionab­an a las sugerencia­s de Pereyra. Montaban lo que él elogiaba, como flores en una plaza o barrendero­s en la costanera. Decisiones efímeras que evitaran una crítica o generaran un elogio.

Así como repetía que era locutor, insistía –como si hiciera falta– en que no era peronista. “Liberal”, se definía. Apoyó y ayudó al entonces presidente Mauricio Macri, a quien, en plena campaña por la reelección, le dijo entre el enojo y la impotencia: “Si no cambiás, vamos a perder”. Con Alberto Fernández tuvo un encontrona­zo que dio vuelta el país. “Por qué no le iba a decir a este hombre, a Fernández, lo que pensaba. Cuando me metí en la nota él me planteó: ‘Yo a usted no lo conozco’. ¿Cómo no me conoce? No habíamos hablado mucho, dos o tres veces, pero, pobre, no puede con su genio: hoy dice A y mañana dice B, pero no mañana, dentro de 10 meses, literalmen­te mañana”, repasó en una entrevista con la nacion hace unos dos meses.

Durante años Pereyra no se tomó vacaciones. Cuando empezó a dejar reemplazos Córdoba se sorprendió, fue tema de comentario. En los últimos años, perdió un hijo y un nieto; golpes de los que buscó consuelo haciendo radio. En la charla con la nacion dijo que tenía “miedo”. Miedo a equivocars­e, “a hacer las cosas mal, a que ofenda a otro, a que no le tenga respeto”. Una definición difícil de creer por su estilo, por su manera de conducir.

Siempre rechazó las candidatur­as que le ofrecieron. Nunca se sacó de encima la entrevista concesiva que le hizo a Luciano Benjamín Menéndez, exjefe del Tercer Cuerpo de Ejército, quien murió en 2018 con 13 condenas a perpetua por estar involucrad­o en unas 800 causas por crímenes cometidos durante la dictadura. Fue hace 20 años en un paso fugaz por la televisión, medio en el que no hizo pie.

Su objetivo era que Cadena 3 jugara fuerte en Buenos Aires, que se convirtier­a en un medio de referencia en el centro de poder del país. Le gustaba dar pelea, se sentía cómodo en el ring. Cuando se contagió de coronaviru­s, hubo quien en el portal de la radio puso Highlander. Duró pocos minutos, pero reflejó la idea que muchos adentro tenían de él. Pereyra se pasó los últimos diez años escuchando debatir sobre quién sería su sucesor, cómo sería la mañana de Córdoba sin él. No pudo decidir el momento en que esa discusión deberá hacerse realidad.

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Diego Lima
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DIEGO LIMA

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