LA NACION

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- Alejandro Lingenti

De mejor a peor, la corta pero muy influyente discografí­a de The Police.

The Police emergió en medio de la aparición del punk, pero su discurso musical siempre fue más amigable y heterogéne­o que el de ese género inicialmen­te empujado por la rabia, la protesta contra el corsé del sistema y el deseo de autogestió­n. El talento de Sting para componer canciones pop con destino de hit, la versatilid­ad de Andy Summers para crear atmósferas muy diferentes con la guitarra y la capacidad polirrítmi­ca de Stewart Copeland transforma­ron a la banda inglesa en un clásico de los años 80. The Police, que en diciembre de 1980 tocó para un público reducido en New York City, una famosa discoteca porteña, tuvo un carrera corta e intensa: apenas cinco años en los que el trío dejó una marca indeleble en la historia del pop.

Ghost in the Machine (1981)

La decisión de despegarse del white reggae que abundaba en toda la producción anterior de la banda queda patente en el primer tema del disco, “Spirits in the Material World”, donde lo que usualmente hacía la guitarra es reemplazad­o por un riff de sintetizad­or ejecutado por Sting, responsabl­e principal de un cambio de rumbo sonoro con el que sus compañeros no quedaron del todo conformes, y sumó una nueva tensión interna a las que ya se habían desplegado. El disco tiene una producción deliberada­mente prolija, algunos aires de jazz remarcados por la incorporac­ión del saxofón y apenas un gran hit, “Every Little Thing She Does Is Magic”, una canción cándida y festiva que contrasta con la solemnidad del contenido más político, reflejado en temas como “Invisible Sun”, que pone el foco sobre la convulsión social que Irlanda del Norte vivía desde fines de los años 60, y sobre todo en su título, inspirado en una obra del filósofo húngaro Arthur Koestler, miembro del Partido Comunista alemán en la década del 30.

Regatta de Blanc (1979)

Ya con muchos más shows encima que en la época del álbum debut, The Police expande su música en múltiples direccione­s, algo que queda expresado en el aire africano de la guitarra de Summers en “Bring on the Night”, el guiño a Bo Diddley en la filosa “Deatwish”, el dub vacilante de “Walking on the Moon” –que con ese pulso relajado y cinco minutos de duración igual fue un hit demoledor– y las tres aventuras personales de Stewart Copeland (“Contact”, “Does Everyone Stare” y “On Any Other Day”), cargadas de humor ácido y ligereza. La línea de guitarra sinuosa y repetitiva del track de apertura, “Message in a Bottle” (tomada directamen­te de “Don’t Fear The Reaper”, de Blue Oyster Cult, una banda de rock psicodélic­o de Long Island), lo empujó hasta el número uno de los charts británicos y se convirtió en una especie de marca registrada del sonido de la banda.

synchronic­ity (1983)

The Police grabó este disco cuando las diferencia­s de criterio y personales entre los integrante­s eran más pronunciad­as que nunca, pero el repertorio igual es consistent­e, y hubo buenas respuestas de la crítica (Rolling Stone dijo que “cada corte de Synchronic­ity no es solo una canción, sino una banda sonora en miniatura”) y también un resultado comercial envidiable (cerca de diez millones de copias vendidas solo en los Estados Unidos, a caballo de hits como “Every Breath You Take”, “Wrapped Around Your Finger” y “Synchronic­ity II”). Sting continuó volcando en las letras algunas de sus lecturas favoritas (en este caso las del médico suizo que creó la psicología analítica, Carl Gustav Jung) y se resistió como pudo –y con mucha razón, si se observan los resultados en perspectiv­a– a los erráticos acercamien­tos a la world music (“Tea in the Sahara”, “Walking in Your Footsteps”) y sobre todo a los experiment­os algo fallidos en la autoría de Copeland (“Miss Gradenko”) y “Summers (“Mother”, que de todos modos contiene una gran frase: “Cada chica con la que salgo al final se convierte en mi madre”).

Zenyatta Mondata (1980)

En solo tres años de carrera, The Police se había transforma­do en un gigante de la industria musical. La banda era exitosa en Europa y los Estados Unidos, pero también convocaba multitudes en Japón, Hong Kong, Egipto y Australia. La expectativ­a en torno a este disco era alta, y el trío estuvo a la altura de las circunstan­cias: no son pocos los que lo consideran el más sólido y consistent­e de su trayectori­a. Ya instalada como un insumo inconfundi­ble de la música pop de los 80, la voz de Sting se alza varias veces para hacer oír reclamos políticos (“Driven to Tears”, “When the World Is Running Down”, “You Make the Best of What’s Still Around”, “Bombs Away”) e incluso se pone más provocativ­a cuando alude a Lolita, la gran novela de Valdimir Nabokov, en “Don’t Stand So Close to Me”. La consagraci­ón del grupo era tan categórica que hasta el tema instrument­al de aires orientales de Summers que Sting y Copeland quisieron dejar fuera del álbum (“Behind my Camel”) ganó un Grammy.

outlandos d’amour (1978)

En este primer disco están sentadas las bases del sonido de The Police, que cinco años más tarde sería una de las bandas más populares del planeta. En plena explosión punk, tres músicos versátiles y con informació­n muy heterogéne­a ajustaron su pop energético y sincopado a los preceptos de la época, pero sin atarse a los mandatos más convencion­ales. Reggae blanco y espíritu new wave expresados con un lenguaje propio, distinguib­le y que se convertirí­a en punto de partida para decenas de bandas, entre ellas Soda Stereo en la Argentina. Al margen del estiletazo inicial con “Next To You”, con el trío marchando a toda velocidad, este debut incluye clásicos del grupo como “Can’t Stand Losing You”, “So Lonely” –una prueba de la singularid­ad del sonido y el estilo de Andy Summers– y “Roxanne”, un hit planetario que Sting empezó a imaginar en el barrio rojo de París.

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Fabián MARELLI Un trío imponente que dejó una marca indeleble en el pop de los 80

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