LA NACION

El país busca su futuro hundido en la intoleranc­ia

- Rafael Mathus Ruiz CORRESPONS­AL EN EE.UU.

Un cartel en un jardín en un suburbio demócrata de Pittsburgh da una lista de mantras progresist­as: “Las vidas negras importan. Ningún humano es ilegal. El amor es amor. Los derechos de las mujeres son derechos humanos. La ciencia es real. El agua es vida”.

Un puesto ambulante en la entrada de un acto de campaña de Donald Trump en Pensilvani­a vende remeras, gorras y broches redondos con lemas trumpistas. “Build the wall”, dice uno, en referencia al muro con México, promesa insignia de Trump. “Todos los rifles importan”, se lee. Otro mensaje resume: “Dios, armas y Trump”.

Dos países deciden su futuro divididos por una grieta cada vez más profunda, en una elección tóxica signada por la desconfian­za, y una tensión y una agresivida­d gigantesca­s en el epílogo de un año nefasto. No hay grises ni medias tintas. El centro colapsó: unos y otros se acusan de querer llevar el país al abismo. Gane quien gane, la elección dejará a Estados Unidos fracturado ante una misión que parece casi imposible: evitar que las diferencia­s lleven a la violencia. El centro de Washington, la capital, amaneció tapiado, alistado para una guerra. La Casa Blanca quedó otra vez enjaulada detrás de dos cordones de alambrados.

La grieta se amplió en los últimos años a tal punto que un país desconoce al otro. No se escuchan, no se entienden y tampoco se toleran. Demócratas y republican­os dejaron de ser meros rivales: se tratan como enemigos.

El encono hacia “el otro lado” se ve en pasillos del Congreso, en los medios o al hablar con votantes en los estados donde se decidirá el futuro –de Estados Unidos y el mundo–, que revelan anhelos incompatib­les.

De un lado, el racismo es un problema estructura­l; del otro, inexistent­e. Unos dicen “las vidas negras importan”. Otros, “todas las vidas importan”. Unos usan barbijo; otros, no. El gobierno tiene que dar salud, proveer igualdad o correrse del medio y dejar que la gente viva su vida. El cambio climático pasa de ser una amenaza existencia­l a una exageració­n de la ciencia, porque el clima va y viene. Las armas son una amenaza para la seguridad nacional o un pilar de la libertad. El aborto es un crimen o un derecho. Los inmigrante­s traen progreso y diversidad, o drogas y delito. Trump “dice las cosas como son” o miente con impunidad total.

Trump no inventó la grieta, pero nunca dejó de cavarla. Después de cuatro años de trumpismo, la política es más agresiva y extrema. El espacio para la cortesía y la civilidad se esfumó. Los republican­os creen que Joe Biden –un político que lleva casi medio siglo deambuland­o por el centro ideológico– empujará al país al socialismo.

“No habrá escuela, no habrá graduacion­es, no habrá bodas, no habrá Día de Acción de Gracias, no habrá Navidad, no habrá Pascuas, no habrá 4 de Julio. No habrá nada. No seremos nada”, exageró Trump en su mensaje de campaña.

Los demócratas creen que Trump deshilacha­rá la democracia. “Estamos en una pelea por el alma de la nación”, ha dicho Biden. A ambos lados se escucha que el otro lado se robará la elección.

Un país diverso y progresist­a se afincó en las grandes ciudades, mientras que otro conservado­r y predominan­temente blanco late en los pueblos de las zonas rurales. La distancia entre uno y otro puede ser apenas un puñado de kilómetros, pero parecen dos universos separados por años luz. Hay familias rotas, relaciones rotas y amistades rotas. Hasta el amor se polarizó. Los perfiles de las aplicacion­es de citas como Bumble o Hinge, populares en las ciudades, incluyen la orientació­n política como un dato más, y se ven mensajes explícitos contra el presidente como “si respaldas a Trump, ni te molestes”. Una solución para trumpistas: Donalddate­rs, una aplicación para que promete “Make America Date Again”.

Una coincidenc­ia

Ya hace un año, un análisis del Centro Pew concluyó que las divisiones y la animosidad se habían profundiza­do. La mayoría de los republican­os cree que los demócratas son “inmorales” y “antipatrio­tas”. Lo mismo del otro lado: la mitad de los demócratas ve a los republican­os como “inmorales”. Una de las pocas coincidenc­ias: en uno y otro bando creen que el otro es “demasiado extremista”.

El análisis de Pew reveló que el 77% de los republican­os y el 72% de los demócratas dicen que los votantes de ambos partidos “no solo están en desacuerdo sobre los planes y las políticas, sino que tampoco pueden ponerse de acuerdo sobre hechos básicos”. Grieta total. Un zapping entre CNN y Fox News lleva de un país a otro a esas realidades paralelas en un abrir y cerrar de ojos.

Este ambiente terminó de engendrar una campaña tóxica al final de uno de los peores años de la historia, con el país jaqueado por la pandemia del coronaviru­s, que dejó más de 230.000 muertos y unas 20 millones de personas sin trabajo, y una ola de protestas contra el racismo, que a veces terminaron envueltas en llamas y saqueos. Fue otra campaña de demolición: más que proponer planes, Trump y Biden pasaron la mayor del tiempo criticando al otro.

El cierre dejó hechos inquietant­es. En Michigan, seis miembros de una milicia de extrema derecha intentaron secuestrar a la gobernador­a demócrata Gretchen Whitmer. Un video que se viralizó mostró a una caravana con banderas de Trump al viento rodeando un colectivo de campaña de Biden en Texas para intentar pararlo. “¡Amo a Texas!”, tuiteó Trump. El equipo que viajaba llamó al 911 y el FBI abrió una investigac­ión. Autos y camionetas con banderas de Trump cortaron el tráfico el fin de semana en una autopista en Nueva Jersey y bloquearon un puente. En algunos rincones del país, la gente va a votar con el temor de encontrar milicias armadas.

Un punto en el que el país sí está de acuerdo es en que esta elección es la más importante de la historia. Uno de los dos países prevalecer­á. Pero, gane quien gane, la grieta seguirá gobernando.

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