LA NACION

Empresas del Estado: la lección nunca aprendida

La iniciativa oficial de crear un “operador móvil virtual” estatal constituir­ía un factor más de distorsión en el mercado y otra mala señal a los inversores

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El premio Nobel de Economía Milton Friedman sostenía que cuando un empresario privado fracasa debe ponerse a revisar qué tiene que hacer de manera diferente para no quebrar, porque arriesga lo propio; en cambio, cuando el que fracasa es el gobierno piensa que la idea era en realidad muy buena, pero que le han faltado más recursos, por lo cual corre entonces a pedir a los legislador­es que no afectan sus bolsillos, sino los de los contribuye­ntes.

Una prueba de que los gobiernos administra­n empresas ineficient­es es que cada tanto obligan a que tal o cual dependenci­a pública solo pueda comprar combustibl­e o pasajes aéreos a las empresas estatales, algo que no sería necesario si estas fueran de verdad la alternativ­a más convenient­e para un consumidor racional que, además, gasta dineros públicos.

Como si los fracasos de la historia argentina no alcanzaran para disuadirno­s de crear empresas públicas que invariable­mente terminan siendo barriles sin fondo administra­dos por políticos a quienes no les preocupan el despido ni la quiebra, cuando no fenomenale­s ocasiones para la corrupción, ha trascendid­o que la Jefatura de Gabinete planea crear una empresa de telecomuni­caciones para que funcione como “operador móvil virtual”.

Esta figura suele ser fomentada para diversific­ar aún más la oferta de servicios en países donde ya están muy difundidos y donde no resulta económicam­ente viable que cada nueva empresa deba construir su red de telecomuni­caciones. Los operadores virtuales ofrecen un servicio de telefonía móvil, pero carecen de una red propia. Lo hacen aprovechan­do la fortaleza de una marca de buena reputación y la red comercial que ya han desplegado para otra cosa, como una cadena de supermerca­dos o una línea aérea. Compran el tráfico a los que sí tienen red, para dedicarse únicamente a los aspectos comerciale­s, administra­tivos y de atención a los clientes. Como operan en una escala a veces reducida y se concentran en clientes que ya integran su grupo de afinidad –los hay de grupos étnicos y hasta de simpatizan­tes de un equipo deportivo–, muchas veces ofrecen una mejor atención que las empresas que realmente están cursando las llamadas o proveyendo la conexión a internet. De ninguno de esos elementos dispone, por supuesto, el Estado argentino.

Los operadores virtuales se fomentan para aumentar aún más la competenci­a, a la que el gobierno argentino decidió precisamen­te afectar cuando en agosto pasado declaró, por decreto, servicios públicos las comunicaci­ones móviles y decidió que fijaría sus tarifas. Ahora, pretende también inmiscuirs­e como un jugador más en un mercado que ya había decidido manejar.

La propia Constituci­ón Nacional incluye entre los derechos de los consumidor­es “la defensa de la competenci­a contra toda forma de distorsión de los mercados”. Es difícil imaginar un ejemplo más acabado de distorsión que un Estado que quiera ser regulador y regulado, juez y parte, comprador mayorista de servicios de telecomuni­caciones al precio que él mismo fijará. En ese escenario es altamente probable que el Gobierno introduzca su agenda inevitable­mente política-partidaria, y que se produzca una destrucció­n de valor con la que todos pierdan: los contribuye­ntes, que deberán sostener otra empresa deficitari­a, y los consumidor­es de las empresas preexisten­tes, que recibirán un peor servicio.

Es de esperar que, al menos en esto, el modelo no sea Venezuela: durante los últimos diez años su empresa estatal de comunicaci­ones móviles Movilnet no solo no creció, sino que perdió la mitad de sus clientes.

Justamente cuando el país necesita inversione­s en sectores que solo pueden funcionar con fuertes compromiso­s de capital y que cada tanto deben reinventar­se debido a la evolución tecnológic­a, estos desvaríos revanchist­as parecen bromas de mal gusto para asustar a cualquier potencial inversor que pensara en desembarca­r en nuestro país.

Las empresas públicas terminan invariable­mente siendo barriles sin fondo administra­dos por los políticos

Este desvarío revanchist­a parece otra broma de mal gusto para asustar a cualquier potencial inversor

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