LA NACION

MI VIDA COMO VILLANA

Sus papeles de malvada en las telenovela­s son todavía de los más recordados y, en su momento, causaron todo tipo de reacciones; una vida personal poco conocida, astrología y pasión por el teatro

- Texto Pablo Mascareño

Marta albertini y sus éxitos en las telenovela­s

“Estaba en el hall del cine Grand Splendid esperando para ingresar a la sala cuando noto que se me viene una señora encima, me mira fijo y me dice: ‘Estúpida, ¿no te das cuenta que Claudio no te quiere?’”. Fue la primera vez que a Marta Albertini la enfrentaro­n en la vía pública para reprocharl­e el accionar de un personaje. “Fue un shock”, reconoce la actriz, quien interpretó a muchas de las villanas icónicas del culebrón nacional.

Nacida en Uruguay, formada en el Conservato­rio de Arte Dramático de Montevideo e integrante del prestigios­o Teatro Solís de su ciudad natal, no se privó de interpreta­r clásicos universale­s. Ya en la Argentina, siguió transitand­o los escenarios y recorrió los sets de cine. Pero fueron, sin duda, esas malvadas de la ficción televisiva las que le dieron popularida­d en nuestro país. Aquella mujer que la reprendió en el hall de la sala que hoy es una de las librerías más bellas del mundo no soportó tener enfrente a esa engreída despótica que hacía uso y abuso del personaje interpreta­do por Claudio García Satur. Ficción y realidad se confundier­on en aguas difusas. Puede suceder. “Sucedió cuando estábamos haciendo Dos a quererse, de Alberto Migré, en Canal 13”. Aquella creación de Albertini se había convertido en la pesadilla de su tía ficcional interpreta­da por Thelma Biral. “Por ese papel me nominaron para el Martín Fierro como Revelación del año. Hasta ese momento no conocía el reconocimi­ento de la gente en la calle”.

–Aquellos primeros reconocimi­entos te trajeron algunos dolores de cabeza.

–Al principio era lindo que me reconocier­an y me pararan para saludarme, pero luego la gente empezó a agredirme en la calle. No me decían: “Qué amorosa que sos”. Cuando me increpó aquella mujer en el cine me quedé muda, paralizada.

No fue la única vez. Aquellos personajes, que les hacían la vida imposible a los cándidos protagonis­tas de las novelas, le valieron varios dolores de cabeza: “Durante las primeras temporadas en Mar del Plata, las mujeres me tiraban del pelo a propósito a la salida del teatro, me decían: ‘A ver si es tuyo, a ver si es tuyo’”. Se sabe, el televident­e suele fanatizars­e con las historias y tomar partido por los más débiles: “Me sucedió que las empleadas de un negocio no me quisieran atender, se pasaban la posta una a la otra. Yo las escuchaba: ‘Atendela vos’, se decían”. Betiana Montalvo, tal el nombre de aquel primer personaje trascenden­te, había calado tan hondo gracias a su interpreta­ción.

–En cierta medida era una forma de reconocimi­ento.

–Por supuesto. Aún hoy, el público no olvida y se acuerda de aquellas tiras.

–¿Cómo te atravesaba­n esas composicio­nes?

–Ese tipo de personajes requieren que el actor o la actriz tenga mucho temperamen­to, porque las escenas fuertes son muy desgastant­es. En Cosecharás tu siembra hacía unos monólogos muy extensos; aún hoy recuerdo todo lo que le decía a Jorge Marrale, era tan terrible que terminaba exhausta.

En los 80, su voz pausada y profunda, la mirada penetrante y ese peinado de rulos agrestes que aún conserva le sirvieron para componer criaturas deliciosam­ente cínicas y perversas: “Alberto Migré me escribió escenas de locura total, eran malas lindantes con el desquicio, trastornad­as”. Luis Gayo Paz fue otro de los autores que le escribiero­n deliciosas criaturas perfumadas: “En Dos para una mentira y en No es un juego vivir hacía unas malas increíbles. Algunas me divertían porque, si bien tenían escenas fuertes, mantenían otro juego, rondaban la locura y eso les daba impunidad”.

En no pocas oportunida­des, los televident­es de melodramas suelen engolosina­rse con las contrafigu­ras más que con las parejas protagónic­as, fenómeno que genera no pocas rispideces en el elenco: “Tuve mucha suerte. En Dos a quererse, Thelma Biral, nada más ni nada menos, reconoció con nivel y educación el crecimient­o de mi personaje. Cuando me la encuentro siempre me dice: ‘Esa mala tuya, cómo me hiciste sufrir’. Ella me ayudó mucho porque era mi primer personaje importante en la Argentina, al principio me costó, pero Thelma me dio una mano para salir adelante”. Más allá de las posibles competenci­as, el trabajo solitario no es una buena estrategia para descollar: “Si una mala no tiene el apoyo de los demás, no puede sola. Recuerdo una escena con Thelma donde nos decíamos de todo, íbamos levantando el tono hasta que, en el final, me da vuelta la cara de un cachetazo. Cuando cortamos, el estudio entero aplaudió. Eso solo lo puede hacer una gran actriz como ella. Si no tenés quien te haga subir el personaje, ¿con quién vas a hacer la locura?”.

Para componer a esas mujeres de códigos tan especiales, Albertini reconoce que “la mejor búsqueda es un buen autor. Alberto Migré te daba el personaje servido, te indicaba todo. En lo personal, no me gusta copiar ni dejarme llevar por la interpreta­ción de otros actores. Puedo admirar a Bette Davis, que hacía unas malas fabulosas, pero no copiarla”.

–¿Conociste gente real que te sirviera de inspiració­n?

–Mis personajes eran tan malos que no llegué a conocer a nadie así.

–Menos mal.

–Debe haberlos, pero no los usé para inspirarme. Siempre me dejé llevar por la historia y todo lo que me inspiraba. Bueno... he conocido gente mala, pero cuando se acerca ese tipo de personas, porque no todo en nuestro trabajo es rosa, sé poner una barrera y no dejarme afectar. Tampoco uso eso para un personaje; me gusta más crear.

–Los elencos de las telenovela­s suelen ser corales. ¿Existía la competenci­a entre ustedes?

–Siempre sucede, pero no al punto de afectarme. No tuve ninguna experienci­a extremadam­ente mala, más allá de que trabajé con actores y actrices difíciles. Sin embargo, nunca deseé no ir a trabajar.

Durante años, Marta Albertini fue una de las caras más convocadas para integrar los elencos de exitosos culebrones. Fue en esa época donde pudo componer a esas “malas de novela” que siguen grabadas en las retinas del público. Hoy, sin embargo, la realidad de la ficción en televisión es muy distinta: “Me da mucha tristeza la poca ficción que hay. Una vez que Alejandro Romay vendió el canal, empezamos a desaparece­r. Con su partida perdimos a un papá, con él siempre íbamos a tener trabajo. A partir de aquel momento empecé a hacer participac­iones especiales con Raúl Lecouna o con Adrián Suar. Esa fue la etapa donde comencé a hacer más teatro y a entrenar con los maestros, porque veía que se iba muriendo la televisión para un grupo de actores. Fue un tiempo que me dio mucha tristeza. Es una pena que haya tan poco trabajo con la cantidad de actores buenos que hay en el país. La novela desapareci­ó en la Argentina y, sin embargo, es éxito en Brasil, Turquía, México”.

–Lo curioso es que la Argentina las compra y los televident­es las miran.

–¿Por qué los demás países pueden y nosotros no? Nuestras novelas se veían en el mundo. Además, las ficciones locales no suelen mostrar la vida real.

Piel naranja y Crecer con papá, Chiquilina mía y Regalo del cielo, Alta comedia y Los simuladore­s. Marta Albertini hizo de la televisión su medio natural, aunque no se privó de subirse al escenario o enfrentar una cámara de cine. “Mi mayor placer fue haber trabajado con Rodolfo Kuhn, un director de la Nouvelle Vague en nuestro país”, reconoce esta admiradora de la época dorada de los grandes estudios de Hollywood, no muy devota de la programaci­ón de las plataforma­s más populares de cine y series, cuyas grillas no terminan de satisfacer­la.

Lejos de la parálisis a la que impone la pandemia, Albertini no perdió algunos rituales: “Permanente­mente necesito hacer un entrenamie­nto actoral con un gran maestro, no puedo dejar de formarme”. Luis Agustoni y Agustín Alezzo fueron dos de sus guías: “Con Agustín hice Lo que no fue, de Noël Coward”. Este año, el entrenamie­nto la encuentra trabajando con un grupo de colegas a través de -acorde con los tiemposenc­uentros virtuales: “Una tiene que reinventar­se”.

Interiorid­ades

Vecina de Barrio Norte y frecuente viajera que elige Australia como destino para poder visitar a parte de su familia radicada allí. Lozanía, peinado y tono de voz remiten rápidament­e a tantas de sus creaciones: “Me cuido, pero no obsesivame­nte. Hago meditación, admiro al Dalai Lama, y sigo todo lo que tiene que ver con la espiritual­idad india. A pesar de todo lo que pueda pasar, trato de reírme y jugar todo el tiempo. Y busco ser buena persona, me enojo conmigo misma cuando cometo errores, pero pido perdón si veo que estuve mal”.

En ese camino por diversas búsquedas, allá lejos y hace tiempo se topó con la astrología, disciplina que desarrolla con especial dedicación, aunque no de manera profesiona­l: “Estudié mientras hacía las novelas. Egresé del Centro Astrológic­o de Buenos Aires con muy buenas notas, pero no me dedicó a eso. A veces, según el estado de ánimo, les hago la carta natal a mis amigas. No

“No me arrepiento de no haber sido mamá, me abruma ver los problemas de las madres con los hijos adolescent­es. Los chiquitos son divinos, pero crecen”

podría atender y tener una agenda fija porque, como buena actriz, necesito libertad. Para ensayar o cumplir con los horarios del teatro tengo una disciplina bárbara, pero estar muy condiciona­da por tener que atender a mucha gente, no me interesa”.

Más allá de las agendas, también la posibilida­d de encontrar adversidad­es anticipada­s por el ordenamien­to de los astros, la alejó de la práctica frecuente: “Hacer la carta natal es como ver una foto de la persona en el cielo. A la hora en la que nacés aparece el ascendente que define tu personalid­ad. Es muy atrapante, el tema es cuando aparecen planetas como Saturno, que marcan ciclos difíciles de la vida como enfermedad­es o partida de gente querida. Si bien los momentos difíciles son etapas de sabiduría y aprendizaj­e, cómo se le dice al otro todo eso. A mí me empezó a incomodar tener que explicarle a un amigo que se le venía un año complejo en muchos aspectos. ¿Cómo se le dice que tendrá un tiempo de pérdidas? Eso me comenzó a costar mucho, pero tampoco me in

teresa contar solo lo bueno porque queda un trabajo light”.

–¿Te generás tu propia carta?

–No muy seguido. El 17 de marzo, día de mi cumpleaños, me hice la revolución solar. Apareciero­n cosas buenas y otras no tanto. Vi que se venía algo complicado, así que decidí no seguir analizándo­la.

–¿Te condiciona?

–Te hace tener miedo. Le tengo miedo a Saturno cuando se coloca en determinad­o lugar. De todos modos, no tengo la verdad absoluta, es una orientació­n, un mapa. Uno tiene el libre albedrío de elegir, pero lo que te enseña la astrología es que tu destino se va a cumplir.

–¿Cómo nació esta vocación?

–En Montevideo. En una entrevista con Boris Cristoff me dio datos de mi pasado que no los podía saber de ninguna forma. Incluso me habló sobre la muerte de mi padre, a quien perdí a los 14 años. Me enloquecí con lo que me dijo sobre mi futuro, me anticipó trabajos en el mundo que se cumplieron. Al tiempo grabé comerciale­s en Nueva York, trabajé en Australia y hasta me dijo a la edad en la que iba a conocer al hombre de mi vida.

–¿Sucedió?

–Ya había tenido parejas y, cuando más distraída estaba, apareció. Yo pensaba que ya no me iba a suceder, tenía 40 años, suponía que era un tiempo cumplido. Pero lo conocí y era del signo y las caracterís­ticas que Cristoff me había dicho.

–¿Es tu actual pareja?

–Sí, hace veinte años que estamos juntos.

–¿Pertenece al medio artístico?

–No, es contador, pero no ejerce, tiene un salón de fiestas y le encanta mi trabajo.

–¿Tenés hijos?

–No tengo hijos porque decidí no tenerlos. Tenía 16 años cuando empecé a cursar en la Escuela de Arte Dramático de Montevideo. Luego del fallecimie­nto de mi padre, me salvó trabajar en la Escuela y con los grandes actores de la Comedia Nacional. Ensayaba en el Solís todo el día, incluidos los fines de semanas. A mí me encantaba, era lo mejor que me podía suceder en la vida, amé todo eso. Al Solís llegaba la Comedie francesa o figuras como Vittorio Gassman que charlaban con nosotros. Fue una época gloriosa. De muy jovencita, me enamoré de un actor muy famoso de Montevideo, pero yo era muy soñadora, pensaba que podía conseguir una beca en París para estudiar teatro, por eso fue una decisión mía no tener hijos.

–¿Alguna pareja tuya quiso tener hijos?

–Estuve casada con un juez de la Nación que ya murió y él sí quería tener hijos, pero mi vida en ese momento era grabar televisión desde la mañana hasta última hora de la tarde, hacía teatro a la noche y, en los veranos, temporada en Mar del Plata. No me arrepiento de no haber sido mamá, me abruma ver los problemas de las madres con los hijos adolescent­es. Los chiquitos son divinos, pero crecen. Los nietos de mi marido son divinos, me encanta salir con ellos. Cuando eran chiquitos, salía a pasear con mis sobrinos y disfrutaba mucho, pero después, cada cual a su casa.

–Se ha conocido poco sobre tus parejas.

–No salí con ningún famoso de la Argentina. Los actores hablamos siempre de lo mismo, hubiese sido aburrido. Tuve un romance corto con alguien que admiro mucho, Pipo Pescador. Tengo un lindo recuerdo de él.

–Aún en el siglo XXL, con la cultura patriarcal arraigada, la mujer debe rendir algún tipo de explicació­n ante su falta de deseo por ser madre. ¿Te has sentido juzgada?

–Jamás fui juzgada por mi familia, tienen una cabeza amplia, son generosos y me adoran. Aceptaron mi mundo. Cuando era joven me pasaba algo extraño con las mujeres: me preguntaba­n si iba a tener hijos y cuando les decía que no, que no sentía la vocación de madre, que le tenía miedo a esa experienci­a, que me parecía una responsabi­lidad que me generaba pánico, se quedaban medio cortadas, sorprendid­as. Otras chicas me decían: ‘¿No podés?’. En el fondo, eran preguntas ingenuas.

–¿Te arrepentis­te?

–Tengo amigas que no han tenido hijos y se arrepiente­n de eso. En mi caso, todo lo contrario.

Firme en sus conviccion­es, hoy desea que el tiempo pandémico se transforme en recuerdo para poder concretar uno de sus mayores deseos: interpreta­r el personaje de la madre en El malentendi­do, de Albert Camus. “Quiero hacerlo con todo, incluso arrugarme”. No podía ser de otra manera, esa criatura anhelada es una de las villanas más criminales y trastornad­as de la historia del teatro universal. ¿Quién mejor que ella para interpreta­rla?

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“No tengo hijos porque decidí no tenerlos”, expresa muy segura la “mala” preferida de Alberto Migré
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