LA NACION

Un respaldo a Cristina

- Joaquín Morales Solá

¿ Fue el temor a las represalia­s de Cristina Kirchner? ¿Fue el producto de una negociació­n política? ¿O fue, acaso, una negociació­n por temor a Cristina? En cualquier caso, una mayoría abrumadora de la Corte Suprema (solo existió la disidencia solitaria del presidente del cuerpo, Carlos Rosenkrant­z) decidió desdecirse y concluir que los traslados de los jueces Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi habían sido temporario­s, no definitivo­s. Un duro mensaje para todos los jueces del Poder Judicial. En adelante, estos deberán cuidarse de investigar y juzgar la corrupción de la política. Bruglia y Bertuzzi ratificaro­n en su momento los procesamie­ntos de Cristina Kirchner por actos corruptos durante su administra­ción, y en algunos casos confirmaro­n el pedido de su prisión preventiva. Solo los fueros de senadora la salvaron de terminar en la cárcel. Cristina les quería cortar la cabeza a esos jueces. La Corte los puso ahora en el cadalso. Un favor político enorme a la poderosa vicepresid­enta. Falta todavía que la Corte resuelva el caso del juez Germán Castelli, integrante de un tribunal oral que debe juzgar a Cristina por la causa de los cuadernos de las coimas. El de Castelli es un caso más grave aún, porque él se estaba preparando para juzgarla. Bruglia y Bertuzzi ya la habían juzgado. ¿Se puede esperar una decisión diferente en el caso de Castelli? Improbable.

Los jueces de la Corte Juan Carlos Maqueda, Ricardo Lorenzetti y Horacio Rosatti firmaron que los traslados de jueces son un mecanismo inconstitu­cional. Debe consignars­e que los jueces trasladado­s pasaron por los concursos del Consejo de la Magistratu­ra y por el acuerdo del Senado. No son polizones. Esa mayoría (que se agrandó con la inesperada solidarida­d de Elena Highton de Nolasco) llamó “costumbre inconstitu­cional” a los traslados. Ahora bien, tal mecanismo rigió durante 70 años y la Corte, con diversas integracio­nes, avaló los traslados. Es decir, que la Corte declara inconstitu­cionales decisiones de ese mismo tribunal. Inexplicab­le.

El primer traslado de Bertuzzi fue por un decreto firmado por Cristina Kirchner en 2010, que Alberto Fernández debió derogar ahora guardando un prudente silencio. Debió derogarlo para mandar lejos a Bertuzzi. Los traslados no los inició Mauricio Macri, como señala el cristinism­o. Es cierto que el juez Maqueda es refractari­o a aceptar los traslados de los jueces. Lo fue siempre. Pero ese trío de magistrado­s, llamado la “mayoría peronista” de la Corte, avaló los traslados de Bruglia y Bertuzzi en la acordada 7 de 2018. Es la misma mayoría que ahora dice que esos traslados son solo temporario­s y que sus cargos deben cubrirse con nuevos concursos del Consejo de la Magistratu­ra y con nuevos acuerdos del Senado. La Corte señaló ahora que las acordadas son “actos administra­tivos”, no fallos sobre casos concretos. Devaluó sus propias decisiones. Aun cuando fuera así, lo cierto es que el fallo actual no está cambiando la acordada de otra época, firmada por otros jueces, sino resolucion­es que esa misma mayoría y con esos mismos jueces firmó hace apenas dos años. Cambiaron, sea por lo que fuere. Todo lo demás es pura fraseologí­a.

Hay dos principios fundamenta­les de la doctrina jurídica que la mayoría de la Corte puso ahora en discusión. Uno es el de la inamovilid­ad de los jueces. Bruglia y Bertuzzi no saben hasta cuándo estarán en sus cargos. No deberían renunciar, con todo. La Corte ordenó un nuevo concurso para esos cargos en la Cámara Federal. A pesar del optimismo kirchneris­ta, que dice que podría terminar esos concursos “en pocos meses”, las voces más serias del Consejo de la Magistratu­ra aseguran que nunca podrán estar concluidos antes de los dos años. Y luego deberán acordar con la representa­ción de la oposición en el Consejo. La destitució­n y la designació­n de jueces requieren del voto de los dos tercios del Consejo, una mayoría especial que el kirchneris­mo no tiene en ese organismo. Bruglia y Bertuzzi nunca pasarán por un Senado bajo el mando absoluto de Cristina Kirchner, que tiene todavía tres años de mandato, pero en la Argentina dos años son la eternidad. Tampoco pasarían por un Senado dominado por el peronismo, y el peronismo controla la mayoría relativa o absoluta de la Cámara alta desde 1983. Salvo, claro está, que el peronismo cambie no solo la piel, sino también su fisiología. Todo es posible en la Argentina azarosa. Hasta la Corte Suprema podría declararlo­s jueces definitivo­s en los cargos en que están, contradici­endo todo lo que dijo ayer. ¿Por qué no lo haría si ya hizo tantos cambios? ¿Por qué no fijaría una nueva y breve jurisprude­ncia?

La renuencia de Maqueda a los traslados es respetable desde el punto de vista teórico. Menos explicable es que ese cambio de criterio se aplique con carácter retroactiv­o. La Corte podría haber convalidad­o lo que ya se hizo, que hubiera significad­o una manera de ser coherente, y fijar hacia adelante nuevos criterios para los traslados de los jueces. La inamovilid­ad de los jueces es un mandato expreso de la Constituci­ón. A ese principio constituci­onal se aferró Rosenkrant­z, que ni siquiera opinó si los traslados son buenos o malos. Los jueces no se tocan. Punto. Es lo que dice la Constituci­ón. Esa es la diferencia de Rosenkrant­z frente a los otros jueces supremos. El presidente del cuerpo pone la Constituci­ón por encima de la política. Es el deber de la Corte Suprema.

La Corte tiene un ejemplo propio de que los jueces se convierten en personas imprevisib­les cuando está en juego la inamovilid­ad. Highton de Nolasco firmó con Rosenkrant­z la acordada 4, que era mucho más amplia que la acordada 7. Permitía, por ejemplo, el traslado de jueces de un tribunal ordinario a uno federal. Ayer derrumbó las acordadas 4 y 7 y cambió todo lo que escribió o convalidó hasta ahora. Highton de Nolasco está en el cargo de jueza de la Corte Suprema incumplien­do ella misel ma la Constituci­ón y la jurisprude­ncia del tribunal que integra. En efecto, la Corte Suprema dispuso en 2017, en el caso del juez Leopoldo Schiffrin, que los jueces deben jubilarse cuando cumplen 75 años, como lo estipula la Constituci­ón reformada en 1994. Highton de Nolasco se abstuvo, obviamente, de votar en ese caso. La jueza tiene 77 años y presentó una cautelar en su momento para no jubilarse. Un juez de primera instancia se la aceptó. Está a tiro de que cualquier gobierno o cualquier ciudadano le inicie un juicio por ocupar inconstitu­cionalment­e el cargo. Ha sido oficialist­a con Cristina Kirchner y con Mauricio Macri y lo es ahora con Alberto Fernández.

Otro principio que está en duda a partir del fallo es el del juez natural, un valor imprescind­ible para la seguridad jurídica. ¿Qué garantías podrán tener los argentinos si no sabrán en adelante cuándo los juzgarán unos y quiénes los juzgarán después? ¿Hasta cuándo podrán seguir decidiendo Bruglia y Bertuzzi? ¿Cuándo dejarán de hacerlo? Es increíble que ese principio tan elemental del Estado de Derecho haya sido puesto en discusión precisamen­te por la Corte Suprema, que es la instancia llamada a resguardar las garantías y los derechos de las personas.

La política puede explicar todo o nada. Si hubo una negociació­n, es probable que la Corte haya pactado con el Gobierno que le entregaba las cabezas de los tres jueces a cambio de que no se insista en la ampliación del máximo tribunal. Sería el perfecto revés de la doctrina Rosenkrant­z: la política por encima de la Constituci­ón. El temor a Cristina es atávico en muchos jueces. También esto es cierto, pero la Corte no saldrá indemne del giro en el aire que acaba de dar. Perdió el liderazgo político y moral de los jueces del Poder Judicial. No es cierto que haya dado un fallo “salomónico”. El rey Salomón prometió partir por la mitad a un niño cuya maternidad reclamaban dos mujeres. Pero Salomón solo amenazó, no partió al niño. Los jueces de la Corte partieron por la mitad la Constituci­ón en busca de un equilibrio imposible.

De todos modos, a la Corte no le correspond­en los equilibrio­s salomónico­s, sino la aplicación del derecho. Hasta sus tiempos fueron políticos, no jurídicos. Hace quince días, en medio de la expectació­n y las protestas de un importante sector social, le aplicó al caso un manto de hielo para enfriarlo. Luego esperó hasta el martes de las elecciones cruciales en los Estados Unidos para mantenerse bajo el radar en un día en que la prensa de todo el mundo (y, sobre todo, la argentina) estaría con la mirada fija en Washington. En el fallo decidió quedar bien con todos, aunque ese propósito es una misión absurda. Tenía que decidir si respaldaba a los jueces o si se los entregaba a Cristina Kirchner. Decidió a favor de la expresiden­ta, pero les guardó el cargo a los jueces durante un tiempo. Solo durante un tiempo. Decidir no decidir de manera definitiva y clara es, en algunos casos, como morir de a poco.

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