Trump. La batalla final de un hombre obsesionado con ganar
Lo dejó todo en los últimos días, saltando frenéticamente del frío de Wisconsin al calor abrasador de Florida, empujado por la gran obsesión que definió su vida: ganar, sea como sea.
“Ganar es fácil. Perder nunca es fácil. No para mí, no lo es”, admitió Donald Trump, agotado y con los ojos hinchados, ayer, antes de que se empezaran a contar los votos de la que fue su segunda y última elección presidencial.
Donald J. Trump, de 74 años, comenzó a tejer su turbulento y sorprendente ascenso a la Casa Blanca con una mentira. En 2012, cuando Barack Obama buscaba su reelección, promovió incansablemente la teoría, falsa, de que Obama no había nacido en Estados Unidos. Para sus críticos, una evidencia de su racismo. “Una ‘fuente extremadamente creíble’ llamó a mi oficina y me dijo que el certificado de nacimiento de Barack Obama es un fraude”, tuiteó en agosto de ese año. No fue hasta cuando ya era el candidato presidencial republicano, cuatro años después, que reconoció la verdad.
Apenas bajó las escaleras mecánicas de la Torre Trump junto a su mujer, Melania, para anunciar su candidatura y dar su primer discurso, dejó una de sus frases más recordadas, que marcaría el tono de su campaña y su presidencia. “Cuando México manda a su gente, no manda lo mejor”, comenzó Trump. “Mandan gente que tiene muchos problemas y nos traen esos problemas con nosotros. Traen drogas, traen crimen, son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas”, lanzó.
Durante meses, políticos, estrategas y analistas se rieron de su candidatura. Nadie lo tomó en serio. Su falta de experiencia política, su pasado como magnate inmobiliario de Nueva York y estrella del reality El aprendiz, sus negocios fallidos o polémicos, y su vida personal, plasmada en la tapa de los tabloides neoyorquinos, rompían con el molde tradicional de los candidatos presidenciales. Trump se presentó como un empresario exitoso, y un gran gestor de acuerdos. Años después, una investigación de The New York Times sobre sus finanzas llegó a la conclusión de que, en realidad, “fue mucho más exitoso interpretando a un magnate en la tele que siendo uno en la vida real. Nunca admitió una derrota, y solo se disculpó cuando no tuvo más remedio.
Pocos vieron, al principio de su carrera política, que Trump había tocado una fibra en el país, y había comenzado a construir una coalición, su “mayoría silenciosa”, un movimiento de “hombres y mujeres olvidados” con quienes tejió un idilio a prueba de todo. Un culto, según sus críticos. Al final, Trump derrotó a 16 figuras republicanas –desde miembros de dinastías políticas, como Jeb Bush, a jóvenes estrellas como Marco Rubio o Ted Cruz– y se apropió del Partido Republicano, que primero trató de frenarlo, y después terminó arrodillado a sus pies. Al aceptar la nominación presidencial, en el verano boreal de 2016, dejó en claro que el protagonista de su historia sería él, y solo él. “Solo yo puedo arreglarlo”, dijo sobre el país en la convención que lo encumbró como candidato.
Su lenguaje incendiario y su mensaje en contra del establishment y el orden global quebraron con todas las tradiciones, normas y protocolos de la política de Estados Unidos. Trump prometió restaurar la grandeza del país, poner a “Estados Unidos primero”, reescribir los acuerdos comerciales del país, atenazar la inmigración y construir un muro con México, recuperar la industria perdida por la globalización, y “trabajos, trabajos, trabajos”. Su presidencia creó “datos alternativos”, agotó el término “fake news”, y ofreció guiños a supremacistas y conspiracionistas.
los escándalos lo acompañaron desde el principio. Desde que se lanzó a la política, 26 mujeres lo acusaron públicamente de acoso sexual. Una grabación difundida por The Washington Post dejó su voz diciendo que podía agarrar a las mujeres “por la c…”. Compró el silencio de una actriz porno, Stormy Daniels, quien dijo haber tenido un romance con él. la investigación por el Rusiagate fue una nube sobre su gobierno –y podría volver a acosarlo si deja la presidencia–, y el Ucraniagate lo llevó a un juicio político. Varios miembros de su círculo, incluido su abogado personal, Michael Cohen, terminaron en la Justicia.
Trump nunca aceptó que perdió el voto popular ante Hillary Clinton cuatro años atrás. Se cansó de decir que solo podía perder ante Joe Biden si los demócratas cometían fraude. Si pierde, y deja la presidencia, quizá nunca lo admita del todo: para él, no hay nada peor que ser un perdedor.