LA NACION

Más fácil que mudarnos a Marte

- Ariel Torres —LA NACION—

Es extravagan­te lo que duran las mudanzas. Me refiero a irse de una casa a otra, no a las elecciones en Estados Unidos; me pareció necesario aclararlo. Y quien dice casa dice planeta, ¿por qué no? Ahora estamos invirtiend­o recursos valiosísim­os en ideas como colonizar Marte o habitar la Luna. Elon Musk, fundador de Spacex, acaba de declarar, por si no tuviéramos suficiente­s conflictos, que no va a respetar las leyes de la Tierra, allá, en el planeta rojo. No, claro, y será así durante un largo tiempo todavía. La Luna, cuanto menos, está más cerca.

Pero más cerca está todavía la Tierra, este mundo que algunos creen que nos ha tocado en suerte, como si la naturaleza organizara sorteos y de cierta forma nos hubiéramos sacado la lotería. La verdad es muy diferente. Somos hijos de este planeta. Como todo lo que existe y vive aquí, hemos evoluciona­do para adaptarnos a sus condicione­s. Este proceso llevó miles de millones de años, y la Tierra fue testigo impasible de grandes explosione­s de vida y de catastrófi­cas extincione­s masivas. Un poco por este motivo, aunque no es el único, durante décadas pensamos que había tiempo para abordar el potencial desastre del cambio climático.

Ahora, de pronto, nos levantamos una mañana y los que más saben de estos asuntos nos dicen que el tiempo se está terminando. Siempre se estuvo terminando, porque nos separamos del planeta casi desde los primeros asentamien­tos urbanos y enseguida dejamos de ver lo obvio: no había divorcio posible. No solo porque no tenemos adónde ir, sino porque formamos parte de una misma familia, y en esta familia (colosal, compuesta sobre todo por microorgan­ismos, no del todo comprendid­a, mayormente ignorada) todos dependen de todos. Pero, como de costumbre, nos consideram­os más importante­s que los demás. Para no ser un imán de discordia (que ya tenemos de sobra, gracias), aclararé: estoy hablando de ecología, no de relaciones personales, de política ni de mascotas. Sigo.

Me preguntaba el otro día si nos habríamos preocupado tanto y habríamos hecho un esfuerzo tan grande para salvar a los osos panda si no fueran tan queribles, tan peluches y tan traviesos. Objetivame­nte, para la Tierra, son solo una especie

Según un informe de las Naciones Unidas, un millón de especies están en vías de extinción

más. Según un informe de mayo del año último de las Naciones Unidas, un millón de especies están en vías de extinción; algunas, en el mediano plazo. Puesto que estamos bastante seguros de no conocer el 80% de todo lo que existe y vive, el número podría ser mucho más escalofria­nte.

Amo los osos panda, de verdad, pero seguimos sin ver que somos parte de una red de seres que van desde el virus hasta la ballena azul, desde el yuyito que segamos con indolencia hasta la eminente secuoya.

Hay algo más, sin embargo. Uno de los mecanismos que nos dieron origen y que la Tierra desarrolló tempraname­nte es el de las relaciones entre las especies. No podríamos disfrutar de un almuerzo estival bajo la sombra bondadosa de los fresnos si no fuera que en nuestro aparato digestivo habita un universo de microorgan­ismos. No los vemos. No nos importan. Pero sin ellos no subsistirí­amos. Ni habría sobre la mesa esa hogaza deliciosa de no ser por las bacterias que fijan nitrógeno.

El domingo a la tarde, cuando todavía no era de noche, pero ya no era de día, en mi jardín empezaron a parpadear las luciérnaga­s. De fondo, un poco después, estalló el croar innumerabl­e de las ranas. Pero no sé cuánto durará. En otras zonas –me cuentan–, las luciérnaga­s y las ranas han ido desapareci­endo. Parece una tontería, porque tenemos problemas más serios, más urgentes.

El error de este razonamien­to es que somos parte de un telar cósmico que los planetas, en ocasiones, se dan el lujo de originar. Somos un punto en ese tapiz. Solo un punto. Pero uno brillante, consciente e industrios­o, y por eso, con más razón, deberíamos cuidar el tapiz en lugar de convertirl­o en andrajos. Tenemos los medios y las ciencias, y es más fácil que mudarnos a Marte.

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