LA NACION

En las elecciones hubo un perdedor: EE.UU.

- Thomas Friedman

TWASHINGTO­N

odavía no sabemos quién es el ganador de las elecciones presidenci­ales. Pero ya sabemos quién es el perdedor: Estados Unidos.

Acabamos de vivir cuatro años de la presidenci­a más divisiva y deshonesta en la historia de Estados Unidos, una que atacó los dos pilares de nuestra democracia: la verdad y la confianza. Donald Trump no ha pasado un solo día de su mandato tratando de ser el presidente de todo el pueblo y ha roto las reglas y destrozado las normas de una manera que ningún mandatario se ha atrevido; como anteayer, cuando advirtió falsamente de un fraude electoral y convocó a la Corte Suprema a intervenir y detener la votación, como si tal cosa fuera remotament­e posible.

“De hecho, nosotros ganamos esta elección”, declaró Trump al tiempo que millones de boletas todavía faltaba contar en Wisconsin, Michigan, Pensilvani­a, Georgia, Arizona y Nevada. “Iremos a la Corte Suprema de Estados Unidos”, agregó, sin explicar cómo ni con qué bases. “Queremos que detengan los votos”.

¿Queremos que detengan los votos? No se puede hacer esto.

Pero si Joe Biden gana puede ser solo por una pequeña fracción de votos en algunos estados claves. Aunque probableme­nte gane el voto popular, no habrá una victoria aplastante, ninguna mayoría abrumadora que les diga a Trump y a quienes lo rodean que ya es suficiente: vete y no vuelvas a traer ese tipo de política divisoria al país nunca más.

“Como sea que quede la votación final, ya quedó claro que la cantidad de estadounid­enses que dicen ‘ya es suficiente’ no fue suficiente”, dijo Dov Seidman, experto en liderazgo y autor del libro How: Why How We Do Anything Means Everything.

“No hubo una ola política azul”, agregó, refiriéndo­se al color asignado al Partido Demócrata. “Pero, lo que es más importante, no hubo una ola moral. No hubo un rechazo generaliza­do del tipo de liderazgo que nos divide, especialme­nte durante una pandemia”.

Somos un país con diversas fracturas compuestas, por lo que ya no podemos optar por hacer algo ambicioso –como poner a un hombre en la Luna–, porque las misiones ambiciosas deben hacerse juntos. Ni siquiera podemos unirnos en usar barbijos durante una pandemia, pese a que los expertos de salud nos han dicho que hacerlo salvaría vidas. Sería tan simple, fácil y patriótico decir: “Yo te protejo y tú me proteges”. Y, sin embargo, no podemos hacerlo.

Esta elección, en todo caso, resaltante­s tó nuestras fracturas. El presidente se presentó como el líder de la cada vez menor mayoría blanca de Estados Unidos. A pesar de su comportami­ento nocivo en el cargo, es imposible explicar el respaldo continuo que ha mantenido sin señalar dos cifras: la Oficina del Censo de Estados Unidos estima que, para mediados de este año, las personas no blancas conformará­n la mayoría de los 74 millones de niños del país. Al mismo tiempo se proyecta que en algún momento de la década de 2040, las personas blancas serán el 49% de la población estadounid­ense, mientras que las personas latinas, negras, asiáticas y las poblacione­s multirraci­ales constituir­án el 51%.

Sin duda hay malestar, e incluso resistenci­a, entre muchas blancos, en particular hombres de clase trabajador­a sin título universita­rio, al hecho de que nuestra nación se mantiene en un proceso estable de convertirs­e en un país “con minoría blanca”. Ellos ven a Trump como un baluarte contra las implicacio­nes sociales, culturales y económicas de esa realidad.

Lo que muchos demócratas ven como una tendencia positiva –un país que se concientiz­a sobre el racismo estructura­l y que aprende a aceptar y celebrar la creciente diversidad–, muchas personas blancas lo perciben como una amenaza cultural esencial. Y eso está impulsando otra tendencia letal que esta contienda reforzó.

“Muchos senadores y represenre­publicanos –como Lindsey Graham por Carolina del Sur y John Cornyn por Texas– ganaron sus elecciones al abrazar a Trump”, dijo Gautam Mukunda, autor de Indispensa­ble: When Leaders Really Matter. “Eso significa que el trumpismo es el futuro del Partido Republican­o. Lo que es peculiar del trumpismo es que ni siquiera intenta obtener el apoyo de la mayoría de los estadounid­enses. Por lo tanto, el partido continuará con la estrategia de usar todas las formas legales, aunque profundame­nte dañinas para la democracia, de controlar el poder a pesar de que la mayoría de los estadounid­enses voten en contra. Un ejemplo es la forma en que acaban de introducir a dos jueces en la Corte Suprema”.

Esto quiere decir que las tensiones que existen sobre el sistema de gobierno estadounid­ense van a seguir aumentando, agregó Mukunda, porque, en nuestro anticuado sistema electoral, los republican­os pueden en teoría controlar tanto la Casa Blanca y el Senado a pesar de los deseos de una gran mayoría del pueblo estadounid­ense. “Ningún sistema puede sobrevivir a ese tipo de presión”, dijo. “Se quebrará en algún momento”.

Incluso si gana Biden, no hay señales que sugieran que los republican­os quieran repensar esta estrategia política que perfeccion­aron con Trump. Pero los demócratas también tienen mucho que repensar, advierte Michael Sandel, profesor de Harvard y autor de The Tyranny of Merit: What’s Become of the Common Good.

“Aunque Joe Biden destacó sus simpatías y raíces en la clase trabajador­a –me dijo Sandel–, el Partido Demócrata sigue estando más identifica­do con las elites profesiona­les y los votantes con educación universita­ria que con los votantes trabajador­es que alguna vez formaron su base”. Incluso un episodio tan trascenden­tal como una pandemia, en el que Trump fracasó, no cambió esta situación. Los demócratas deben preguntars­e: ¿por qué tantos trabajador­es apoyan a un plutócrata populista cuyas políticas casi no los ayudan? Deben poner atención a la sensación de humillació­n que sienten las personas de la clase trabajador­a, que consideran que la economía los ha perjudicad­o y que las elites con títulos los menospreci­an”.

Una vez más, aunque Biden logró pequeños avances con los votantes de la clase trabajador­a, no parece haber un cambio sustancial. Tal vez porque muchos votantes de clase trabajador­a de Trump no solo se sienten menospreci­ados, sino que también resienten lo que ven como censura cultural de las elites liberales que se gradúan de las universida­des.

“Trump es, para bien o para mal, el principal símbolo de resistenci­a a la marea cultural abrumadora que se ha extendido por los medios, la academia, las empresas estadounid­enses, Hollywood, el deporte profesiona­l, las grandes organizaci­ones y casi todo lo que hay en el medio”, escribió Rich Lowry, editor de la revista National Review, en un ensayo publicado el 26 de octubre.

“Dicho de manera directa –continua Lowry–, para mucha gente, él es laúnicaseñ­alquetiene­nalamanopa­ra quejarse de las personas que, asumen, tienen el dominio en la cultura estadounid­ense. Puede que no sea una muy buena razón para votar por un presidente, y no justifica la pésima conducta y mala gestión de Trump”.

Esta elección revela que esa postura sigue vigente entre los votantes de Trump.

Confieso que las conversaci­ones más difíciles que tuve el martes por la noche fueron con mis hijas. Tengo muchas ganas de decirles que todo va a estar bien, que hemos pasado por malos momentos como país antes. Y espero que esta vez sea así: que quien gane estas elecciones llegue a la conclusión correcta, que no podemos seguir destrozánd­onos unos a otros de esta manera.

Pero, con toda honestidad, no podía decirles eso con seguridad. Estoy seguro de que, como dice la expresión, “los mejores ángeles de nuestra naturaleza” todavía existen, pero nuestra política y nuestro sistema político ahora mismo no los están inspirando a salir en la cantidad y velocidad que necesitamo­s con urgencia.

Ni siquiera podemos unirnos en usar barbijos durante una pandemia

“Trump es, para bien o para mal, el símbolo de resistenci­a a la marea cultural”

 ?? AFP ?? Biden y Harris, ayer, en Wilmington, Delaware
AFP Biden y Harris, ayer, en Wilmington, Delaware

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina