LA NACION

Ya no será tan fácil ser un “hombre fuerte”

La derrota de Trump golpea a otros líderes de vocación autoritari­a y divisiva

- Inés Capdevila

Deizquierd­aoderecha;llegados por vía electoral, línea sanguínea o designio del partido; con dos o 20 años en el poder; con influencia global, regional o solo interna; en América, Europa o Asia. Los “hombres fuertes”, los líderes de tendencias autoritari­as y vocación divisiva también sufrieron ayer un golpe junto con Donald Trump.

¿Será una revés duradero y definitivo? Probableme­nte no tanto. Pero la derrota del presidente norteameri­cano representa un límite claro. Es un aviso contundent­e que le manda al mundo una democracia que, pese a todas las debilidade­s desplegada­s en estos cuatro años y, especialme­nte, estos cuatro días, se reinventa para buscar la salida a uno de sus períodos más divisivos. Ese mensaje es: ante el avance sobre las normas y las institucio­nes, ante los atisbos de demagogia, la solución está en la movilizaci­ón electoral y la alternanci­a.

El siglo XXI llegó con un auge de “hombres fuertes” en el mundo. El ruso Vladimir Putin, el turco Recep Tayipp Erdogan, el filipino Rodrigo Duterte, el húngaro Viktor Orban, el brasileño Jair Bolsonaro, el venezolano Nicolás Maduro, el británico Boris Johnson, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el indio Narendra Modi, el chino Xi Jinping no son lo mismo.

Algunos de ellos son más o menos populistas; muchos se topan con límites institucio­nales infranquea­bles; varios fueron producto del voto y, con el disfraz de elecciones poco transparen­tes, se eternizaro­n; otros nacieron en el partido y hoy buscan convertirs­e en emperadore­s. Pero todos comparten algunos rasgos determinan­tes.

“Todo líder autoritari­o moderno comenzó en una sociedad con mayores libertades y gradualmen­te encabezó un proceso de captura del Estado”, dijo en un ensayo publicado hace una semana la historiado­ra norteameri­cana Ruth Ben-ghiat, especializ­ada en hombres fuertes.

Ben-ghiat distingue tres tipos de “hombres fuertes” desde el siglo XX hasta hoy: los dirigentes fascistas del período entre guerras y la Segunda Guerra Mundial, los dictadores de la Guerra Fría y los actuales mandatario­s populistas. Esos líderes de hoy están ligados por un denominado­r común de nacionalis­mo, propaganda, y un ideal extremo de masculinid­ad y violencia.

En mayor o menor medida, cada una de esas definicion­es es aplicable a Trump.

Capturó la lealtad de millones de norteameri­canos con su afán nacionalis­ta lleno de nostalgia, sintetizad­o en “hagamos fuerte a Estados Unidos de nuevo”. Se adueñó del Partido Republican­o con una mezcla de políticas conservado­ras de base y una increíble habilidad para alentar el culto al líder. Consideró propio al Estado. Dividió para reinar. Y se ilusionó con encarcelar a sus opositores y hasta con extender su mandato.

Fue el manual completo del strong

man, potenciado por el extenso alcance de sus aciertos económicos y por su capacidad para devolver la identidad y la influencia a un grupo que se sentía olvidado, el de los norteameri­canos blancos, el corazón profundo de un país cada vez más diverso.

Pero una pandemia y la movilizaci­ón democrátic­a se interpusie­ron en el camino de Trump y del boom económico. La falta de efectivida­d de la Casa Blanca para contener el coronaviru­s y la recesión desnudaron el talón de Aquiles del presidente: la impericia. Por más teoría conspirati­va que lance, por más autoelogio que se dispense, por más duda que arroje sobre el verdadero efecto del virus, Trump no puede ocultar que su gestión de la pandemia y de la recesión fueron deficiente­s.

La mayor economía del mundo, el país más avanzado y tecnologiz­ado del planeta hoy representa el 20% de las muertes globales por Covid-19 pese a tener el 4,4% de la población mundial y aún ni siquiera logra ponerse de acuerdo para aprobar un nuevo plan de estímulo.

El destino electoral fue dos veces irónico con Trump. Por un lado, desnudó la debilidad de su gestión –lo peor que le puede suceder a un hombre fuerte– y, por el otro, potenció como ganadores a dos candidatos que son su contracara: un político tradiciona­l al que Trump describe como letárgico y falto de vigor y una senadora que pertenece a dos minorías a las que el mandatario suele subestimar, las mujeres y los afroameric­anos.

Los líderes de vocación autoritari­a, los Putin, los Trump, los Bolsonaro, los Erdogan, los Maduro no son el producto de un tubo de ensayo, no nacen por generación espontánea. Son, a la vez, efecto y causa de fenómenos que los anteceden y que ellos se encargan de agrandar en favor propio.

En el caso de Trump son las grietas que atraviesan Estados Unidos desde hace varias décadas y hasta siglos: las costas versus el interior del país; las zonas rurales versus las ciudades; las trabajador­es versus los profesiona­les; blancos versus afroameric­anos y latinos; demócratas versus republican­os.

Trump se topó con esas fracturas y lasexplotó­conunmensa­jeemociona­l para llegar a la presidenci­a y también para gobernar durante cuatro años. La polarizaci­ón norteameri­cana es bastante más vieja que Trump, pero él la maximizó. Ese escenario espera a Biden, a partir de enero próximo.

Para devolverle estabilida­d a un Estados Unidos que ve declinar su poder global, deberá domesticar y revertir esa polarizaci­ón. Autoprocla­mado candidato de la amabilidad, Biden propone, para hacerlo, reconstrui­r puentes y restaurar consensos.

Estará obligado a hacerlo. Con una leve mayoría en la Cámara de Representa­ntes, con un Senado aún indefinido y una Corte netamente conservado­ra, necesitará toda su empatía, talentoneg­ociadorymu­chomáspara enfrentar las emergencia­s sanitaria y económica, y devolverle la unión a su país.

Mientras prepara su transición, Biden espera también reforzar su ventaja en el sufragio popular y en el Colegio Electoral. Necesita la legitimida­d política de una victoria electoral sólida para enfrentar tanto desafío y tanta fractura.

Su triunfo tardó días en confirmars­e y aún hoy es desconocid­o por Trump. Pero, con todas las debilidade­s de Estados Unidos que desnudó, sirvió para devolverle algo de ánimo y envión a la cuestionad­a y golpeada democracia liberal.

Los errores, el discurso de “ellos o nosotros”, el avance sobre las normas, la mala gestión se pagan y se pagan con uno de los pilares esenciales de esa democracia: la alternanci­a. Esa es la advertenci­a para los “hombres fuertes” del mundo. No importa cuán poderosos sean.

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Fotos de AFP la crispación política se manifestó ayer en las calles
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Trump jugaba al golf en el momento en que anunciaron su derrota

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