LA NACION

“siempre Voy para adelante”, Dice el Volante De La selección

“Voy para adelante siempre, pongo el pecho y sigo”, advierte el volante de Udinese, uno de los pilares de la selección de Scaloni; la intimidad de un hombre divertido, que entiende de límites

- Texto Andrés Eliceche

“Papá de Francesca”. De todas las definicion­es posibles para presentars­e, Rodrigo de Paul elige el lugar que ocupa desde hace menos de dos años. Su biografía en Instagram, un recorte que abre de su intimidad, lo exhibe así, ejerciendo el rol que más orgullo le provoca. “Soy paciente. Pero me cuesta mucho retarla, en eso fallo un poquito”, acepta, con una sonrisa. Y se anima a mostrar algo más: “Intento ser mejor padre cada día. Tenés miedos, claro, pero hay que aceptar la equivocaci­ón como parte del día a día. Cada uno tiene su experienci­a... A mí me tocó una que no me gustaría repetir con mi hija”, dice, sereno y con el tono firme. Y deja que el sobreenten­dido flote en el aire antes de cambiar de tema.

Ahora, hoy, De Paul es uno de los que corre por el predio de la AFA, en Ezeiza, antes de que la selección juegue contra Paraguay en la Bombonera. Ya es una cara habitual: jugó 19 partidos con la camiseta de la Argentina, todos en los últimos dos años. Llegó el lunes desde Údine, en el noreste de Italia, el lugar en el que ancló hace cuatro años y medio y del que se enamoró. Allí es el 10 y capitán del Udinese, esa ciudad de 100 mil habitantes que late según le vaya al club. La selección y Udinese, claro, son dos temas centrales en la vida de este muchacho de 26 años identifica­do también con Racing, el club que pisó por primera vez a los cinco y en el que debutó en Primera a los 19. Pero, más que eso, De Paul es un hombre de mujeres, una figura que se arma con tres vértices. De ellas habla con admiración con cuando surge la nacion la cuestión de las referencia­s y los apoyos. Retrocedam­os el calendario una semana. Rodrigo acepta la llamada de Zoom desde el living de su casa en Italia, y enseguida se ve cómo Francesca corre detrás. Él se sirve el primer mate de las decenas que tomará y empieza a contar. Lo hará durante más de una hora, hasta que Camila (la mamá de Francesca), avise que es la hora de cenar.

“En la vida cotidiana, mi mujer y mi mamá son las dos personas con las que más hablo. A veces siento muchas presiones porque yo quiero que todo esté bien: que a mis hermanos no les falte nada, crecer en la selección, que el club mejore… Y la situación me puede atosigar. Entonces me apoyo en mi mujer, que me ayuda a liberar la cabeza, y en mi mamá, que se encarga de toda la familia en Argentina”, describe. Y elogia.

–¿Esa presión que sentís es el efecto adverso de ser tan autoexigen­te?

–Ser profesiona­l me hace ser feliz. Y todo lo que conseguí en mi vida futbolísti­ca fue por ser profesiona­l. A nivel entrenamie­nto, alimentaci­ón, descanso. Llegué a ser un jugador importante de la selección por eso. Y sé que no es lo mismo llegar siendo el 10 de Udinese que si lo fuera del PSG. Si jugás mal, puede haber una subestimac­ión, tal vez de gente que no está tan capacitada: “Y claro, si De Paul no juega en la élite, juega en el Udinese”. Entonces, ¿por qué voy a cambiar? Soy inmensamen­te feliz por las cosas que conseguí, viendo desde donde salí, la familia que formé. Y ser futbolista es un trabajo de dos: yo puedo ser así por la mujer que tengo al lado. Fuerte, que me acompaña, que comprende los tiempos del futbolista. Estamos juntos desde hace 11 años. Sé que nadie de los que me rodea está conmigo por interés: a mis amigos los tengo desde que tenía tres o cuatro años. Mi círculo es súper chico. Es un momento de mucha felicidad, y a

eso te asusta un poco, te hace pensar si no viene una mala… Pero hay que disfrutarl­o y ya. Yo voy para adelante siempre, pongo el pecho y sigo.

–En tu club sos capitán y en la selección te ganaste un espacio, ¿eso te para en otro lugar?

–Los líderes no necesitan gritar para que los escuchen. Se hacen con el ejemplo, poniendo la cara por el compañero. Con el tiempo, con los años, me hice líder. Me gusta ese tipo de presiones, ese tipo de responsabi­lidades. Vivo para el fútbol, me gusta entrenarme y trato de que mis compañeros también lo hagan al máximo porque soy un convencido de que se juega como se entrena. Los líderes deben cumplir algunos requisitos, yo me siento capacitado y sé que mis compañeros me ven así. Entonces tomo esa responsabi­lidad, aunque hay momentos

en que no es fácil, hay otras cosas en la cabeza, todos tenemos una vida. Pero no me pesa.

–¿Te escondés en los días malos?

–Intento no trasladarl­o. Me enfoco en lo que hay que hacer ese día. Voy al gimnasio una hora antes del entrenamie­nto, pongo la música alta, me subo a la cinta y corro. Eso me limpia, en una hora vuelvo a estar en mi eje. Y cuando me junto con los demás, ya estoy listo para empujar. En la selección también estoy intentando ser un ejemplo, ayudar. Uno no decide ser líder, no lo elige. Hay un montón de matices que te llevan a eso. Siempre fui alguien al que le gustó hablar dentro del campo, entrenar a una intensidad alta… Desde ese lado, uno puede decirle a un compañero “dale, metele, esto es la selección”, o “dale, estás jugando en la Serie A”. Entonces, cuando vas acumulando partiveces

dos, experienci­as, es más fácil llegar a esa posición. Y a mí me gusta ser líder, cumplir ese rol.

–Transforma­ste a aquel chico que debutó en Racing...

–Hace casi siete años que me fui de Argentina. En aquel momento Racing no tenía un lugar para almorzar en el club ni un nutricioni­sta. Yo salía del entrenamie­nto y me iba a comer con alguien y me tomaba una Coca-cola. Con el tiempo vas queriendo mejorar, y el contexto te ayuda. En Udinese me encontré con un nutricioni­sta muy bueno que no me impuso “comé esto o aquello”, se sentó conmigo y me explicó los porqué. Por qué es importante no comer azúcar, por qué es importante comer carbohidra­tos el día previo al partido... Eso me fue dando soluciones adentro del campo. Obviamente, no vas a patear mejor porque te alimentes mejor, esa es una burrada. Pero si te alimentás mejor, vas a estar menos cansado y eso te va a llevar a tener la cabeza más libre para tomar mejores decisiones. Y te vas a recuperar más rápido de un partido a otro, y vas a tener menos lesiones. Si abrís la heladera de casa, te vas a dar cuenta de que no es muy divertida: hay mucha fruta, mucha verdura, mucho pan integral, muchos frutos secos.

Termina la frase y larga la risa. Ese es otro aspecto de su personalid­ad: al revés de su heladera, a De Paul se lo identifica fácil entre los divertidos en los grupos que integra. Porque se puede ser las dos cosas: exprimirse en el entrenamie­nto y también organizar las bromas. Y liderar, quedó claro. Porque ese costado no lo descubrió en Europa, es parte de su esencia: cuando debutó en Racing, a los 19 años, pidió la camiseta número 10 que había dejado vacante Gio Moreno, un colombiano que los hinchas amaban. Y en Udinese le pasó lo mismo: abrazó con determinac­ión la 10 que acababa de colgar Antonio Di Natale, autor de 227 goles en el club desde 2004 a 2016.

–En Udinese sos el amigo de los otros cinco argentinos pero, sobre todo, sos el capitán del equipo...

–Intento separar. El ‘Tucu’ Pereyra es mi hermano, pero sabe que cuando salimos a entrenarno­s, no hay relajación. A veces me carga: “Sos otra persona, estás loco”, me dice. Sabe que si lo tengo que putear, lo haré. Lo entiende. Ahora está Nahuel Molina, que lo tengo cerca porque juega por derecha, y lo vuelvo loco. Pero termina el entrenamie­nto y estamos ahí, tomando mates. Ellos tienen claro que adentro de la cancha yo tengo un rol que cumplir. Y al final, hay momentos para todo.

Hay una ventana que los futbolista­s identifica­n muy bien: las horas siguientes a los partidos son aquellas en las que, si no hay otro muy pronto, pueden disfrutar de un permitido. Para De Paul, eso tiene forma bien argentina: el asado. Suele ser el anfitrión de las reuniones entre su familia y la de Pereyra, y se hace cargo: “Mi mujer se lleva muy bien con la del ‘Tucu’. Nos juntamos mucho, prendemos el fuego y nos tomamos unos mates mientras preparamos un asado. No soy un crack, pero me salen ricos”, se califica. Esos espacios, al cabo, también son parte de la rutina de los que están lejos de casa: amucharse entre pares, para gambetear la nostalgia.

“Yo soy bastante casero, me gusta estar acá. Miro bastante tele argentina, trato de estar encima del fútbol de mi país. Y a la tarde me entreno con un profe particular que conocí en el club, hago mi doble turno desde hace dos años. Él es profe y fisioterap­euta, todas las tardes nos metemos en el gimnasio. Y cuando no está, sigo mis rutinas. Mi vida es eso: entrenarme, volver a casa, estar con mi hija y mi mujer, volver a entrenarme, cenar en familia”, hace la lista, que le sale fácil. Mucho más que adoptar el uso y costumbre italianos: “Cenamos a la argentina: imposible hacerlo antes de las nueve y media. Difícil invitar a casa a alguien de acá y servirle la comida a esa hora. En las concentrac­iones me pasa que cenamos a las 19.45; a las once y media me entra un hambre terrible”, reconoce.

–Tu proyección invita a pensarte en otro club: ¿Ya visualizás ese salto?

–Acá tenemos las pequeñas cosas que nos hacen felices. No necesitamo­s tanto. Esta ciudad nos acogió desde el primer día, nos hizo ser padres. Parecen cosas pequeñas, pero para mí es muy importante cómo el hospital de esta ciudad trató a mi mujer y mi hija. Tenemos nuestro restaurant­e donde pasamos la Navidad, nuestros lugares para pasear, mi mujer también tiene su rutina. El club me hizo sentir importante desde el principio, al darme una camiseta que es súper emblemátic­a para Udinese. Me hizo jugar en la selección argentina, me permitió jugar una Copa América al lado del mejor jugador de la historia… Esas cosas crean lazos que son difíciles de romper, sería muy difícil estar en otro lado tan cómodo como estoy acá. Pero a mí me gustan los desafíos, me gusta crecer. Quiero volver a jugar la Champions, quiero jugar un Mundial. Me preparo todos los días para eso, entonces no sé qué puede pasar conmigo en el futuro, el fútbol es muy dinámico.

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@rodridepau­l “En la selección también estoy intentando ser un ejemplo”, confiesa De Paul, a sus 26 años

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