LA NACION

Los muchos olvidos de Alberto Fernández

- Joaquín Morales Solá

Una imagen puede señalar una dirección de la política exterior o el compromiso con determinad­o sistema político. El lunes pasado, muchos televident­es vieron a Alberto Fernández acompañar a Evo Morales hasta la frontera misma entre la Argentina y Bolivia. La mayor parte de la marcha la hicieron sin tapabocas y sin la distancia entre personas que la medicina aconseja por la pandemia. El propio gobierno argentino promueve esas nuevas costumbres que su presidente insiste en desoír. El mal ejemplo es, a pesar de todo, lo que menos importa. Al final del trayecto, el presidente argentino levantó ambos brazos y le señaló a Evo Morales el camino hacia su país como quien dice que hasta ahí había protegido a un héroe o a un mártir. Hasta el teatro necesita que sus ficciones sean verosímile­s. Fue un teatro, casi una sobreactua­ción, pero no fue verosímil.

Evo Morales no es héroe ni mártir. Fue un presidente que manejó la economía con mucha más sensatez y sentido común que el kirchneris­mo argentino. Bolivia creció durante su mandato y vastos sectores sociales, antes postergado­s, se incorporar­on a la clase media. Muchas veces se diferenció públicamen­te de los Kirchner en decisiones económicas. La oportunida­d más recordada fue cuando Cristina Kirchner le expropió YPF a la petrolera Repsol. Pocos días después, Evo Morales, entonces presidente de Bolivia, posó en una foto con el presidente de Repsol, Antonio Brufau, para anunciar nuevos emprendimi­entos de la petrolera española en Bolivia. Un mensaje inequívoco a los inversores extranjero­s: él no era (¿no es?) como Cristina Kirchner.

Sin embargo, en algunas cosas sí son parecidos. El compromiso de Evo Morales con las institucio­nes de su país fue casi nulo. Se enfrentó con los medios periodísti­cos independie­ntes, con la Iglesia Católica y con no pocos sectores empresario­s. Todavía se discute en medios políticos internacio­nales, y entre intelectua­les, si lo que lo sacó del poder en noviembre de 2019 fue –o no– un golpe de Estado. Evo Morales se presentó a elecciones en ese año para un cuarto mandato como presidente cuando la Constituci­ón, pergeñada durante su propia presidenci­a, permite solo dos mandatos consecutiv­os. Había intentado legitimarl­o mediante un referéndum para que la sociedad aprobara la posibilida­d que la Constituci­ón le prohibía, pero terminó perdiéndol­o. Al final, lo habilitó como candidato una decisión del Tribunal Supremo, que decidió contra la Constituci­ón y contra el referéndum. Ese tribunal fue nombrado por Morales.

En las elecciones de octubre de 2019, un sorpresivo apagón creó un paréntesis de 24 horas en el escrutinio de los votos, justo cuando Evo Morales le llevaba una diferencia de menos de diez puntos a su principal contrincan­te, lo que lo obligaba a una segunda vuelta electoral. Cuando el escrutinio volvió, Evo Morales ya tenía una diferencia a su favor muy superior a los diez puntos, el margen necesario para eludir la segunda ronda. La oposición denunció que en ese tiempo sin conteo de votos se había urdido un fraude. En un durísimo documento, los observador­es de la OEA concluyero­n también en que había habido fraude. Las protestas sociales, que incluyeron el incendio de casas particular­es, se extendiero­n a lo largo de más de 20 días. Ya fuertement­e debilitado, Evo Morales fue abandonado por el cuerpo de élite de la policía que lo custodiaba. Entonces, el jefe de las Fuerzas Armadas le “sugirió” que renunciara cuanto antes a la presidenci­a, cosa que el entonces presidente boliviano hizo en el acto. Primero se exilió en México y luego en la Argentina.

El secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, no aceptó nunca que haya existido un golpe de Estado que lo derrocó a Evo Morales. “El golpe de Estado lo perpetró Morales con el fraude”, dijo. Quince países de la OEA, entre los que figuraban Estados Unidos, Brasil, Colombia y la Argentina, se negaron a llamar golpe de Estado a la caída de Evo Morales. Otros países, como México, Venezuela, Nicaragua y Cuba, calificaro­n al final de la presidenci­a de Evo como un golpe de Estado.

La informació­n que mayor disidencia provoca es la “sugerencia” de parte del jefe de las Fuerzas Armadas para que Morales renunciara. Era, a primera vista, la resurrecci­ón de los viejos golpes de Estado que felizmente habían quedado en la historia desde hacía más de 30 años. Pero sucede que, al revés de lo que ocurre en el resto de los países latinoamer­icanos, los militares bolivianos están habilitado­s por la Constituci­ón para hacer “sugerencia­s” que busquen la pacificaci­ón del país. Sea como fuere, lo cierto es que cuando Evo Morales renunció ya era un líder dramáticam­ente debilitado, que intentaba perpetuars­e en el poder contra las leyes de su país y contra importante­s sectores sociales que impedían esa grave transgresi­ón.

Evo Morales es un político antisistem­a, como lo es también su socia argentina, Cristina Kirchner. ¿Lo es también Alberto Fernández? Menos seguro es que lo sea el nuevo presidente boliviano, Luis Arce, que aunque pertenece al partido de Morales se diferencia implícitam­ente de este desde su primer discurso tras la victoria.

En rigor, ni Cristina ni Evo son únicos en el mundo como líderes que combaten el propio sistema que los aupó en el poder. El presidente norteameri­cano, Donald Trump, también es un político antisistem­a. Por el contrario, el presidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden, es una expresión cabal del sistema político norteameri­cano, que integró como senador nacional durante 35 años y como vicepresid­ente del país durante 8 años. El populismo no es una ideología; su esencia busca el enfrentami­ento de sectores sociales contra las institucio­nes del país. Evo Morales, Cristina Kirchner o Donald Trump militan en esa misma franja política.

Con todo, es cierto que Evo Morales tiene un discurso político marcado fuertement­e por el antinortea­mericanism­o. Asumió por primera vez la presidenci­a de su país enfrentado de manera frontal y abierta contra el entonces embajador norteameri­cano en Bolivia, Manuel Rocha. Nunca abandonarí­a la retórica contra Washington y su solidarida­d con el régimen chavista de Venezuela o con el de los Castro en Cuba. Aunque con políticas económicas muy distintas, los unió siempre a todos ellos el combate contra el sistema político, la polarizaci­ón binaria de la sociedad y la destrucció­n de las institucio­nes preexisten­tes.

Por eso, resulta contradict­oria la alegría del kirchneris­mo argentino por el triunfo de Biden en los Estados Unidos. Trump es mucho más indiferent­e que lo que será Biden frente a la vulneració­n de las libertades o a las agresiones a las institucio­nes de un sistema democrátic­o. Por otro lado, las prioridade­s de Washington en América Latina no cambiarán, aunque podrán cambiar las formas. Las prioridade­s serán Venezuela y Cuba. Biden ya dijo que el régimen de Venezuela no es una democracia. “Es una dictadura. Así de simple”, señaló el actual presidente electo. La única pregunta sin respuesta es qué hará Biden para modificar la crisis política, económica y humanitari­a que existe en Venezuela. Segurament­e no será la misma política de Trump, pero no diferirán las líneas centrales sobre los desastres que comete Maduro. La alegría del kirchneris­mo es prematura.

Alberto Fernández se olvidó de muchas cosas cuando acompañó a Evo Morales, sumisament­e en las imágenes, hasta la frontera con su país. Por olvidarse, se olvidó también de que tenía un encuentro con el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, provincia en la que el Presidente estaba para despedir a Morales. Tal vez haya sido un equilibro albertiano por no haberse encontrado con Milagro Sala, la eterna enemiga del gobernador jujeño, en prisión domiciliar­ia también en Jujuy. Sería un equilibrio desigual. Uno es el gobernador de una provincia; la otra es una líder social transgreso­ra y violenta, condenada a prisión por varias instancias de la Justicia. El Presidente pudo despedir a Evo Morales, si tanto quería mostrar su papel protector, en su despacho de la Casa de Gobierno o en la residencia presidenci­al de Olivos. Eligió, en cambio, el papel de un presidente que perdió la autoestima.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina