LA NACION

Una receta conocida que tumbó al gobierno y siembra dudas

- Ramiro Pellet Lastra

Si alguien puede dar testimonio de la famosa soledad del poder, ese es el expresiden­te Martín Vizcarra, expulsado del gobierno con un mecanismo usado en Perú hasta el cansancio, el juicio político.

Era una soledad en el sentido más llano posible: no contaba con bancada propia en el Congreso. Nadie que levantara la voz en su nombre en el recinto cuando la mano venía difícil. Con todos callados, Vizcarra cayó.

La destitució­n provocó protestas en varias ciudades del país. Afuera sí tenía compañía. Reunía más adhesiones en la calle que en el Congreso. Hace dos meses se había salvado de un primer juicio exprés, como el que marcó su final.

Esa vez, algunos críticos cambiaron de parecer en la semana previa y la votación se convirtió en un trámite. Como si destituir un presidente fuera cosa corriente.

Y lo es. Su antecesor, Pedro Pablo Kuczynski, renunció en 2018 cuando estaba a punto de ser destituido por este mismo sistema. Se fue horas antes de que lo echaran.

Como Vizcarra, Kuczynski precisó dos juicios en contra para salir del poder. Se había salvado en diciembre de 2017, arañando las fiestas de fin de año, casi un regalo navideño de la oposición legislativ­a, que tenía todo listo para expulsarlo de la mesa del poder y dejarlo abandonado en un rincón de la sala como un juguete viejo.

Igual que Kuczynski, sobre Vizcarra pesaban denuncias de corrupción, acusacione­s que estaban siendo investigad­as por la Fiscalía por supuestos cobros de coimas por obra pública en 2014, cuando era gobernador regional.

Entre los argumentos de sus detractore­s se mezcló de todo. Incluso la crisis del coronaviru­s, que dejó al país entre los más golpeados de América Latina e impactó de manera espectacul­ar en una economía

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