LA NACION

Apología de Buenos Aires

- Alejandro Poli Gonzalvo Miembro del Club Político Argentino

En ciertas regiones geográfica­s, sus elementos constituti­vos determinan la existencia de un territorio con caracterís­ticas únicas que denomino singularid­ad geográfica. Tal es el caso del territorio argentino, que, en razón de ello, representa una estructura permanente de la nación, de vasta influencia en la configurac­ión de nuestra historia. La singularid­ad geográfica argentina está conformada por la región pampeana y el contrapunt­o de los gigantes orográfico­s del subcontine­nte que la circundan: la Cordillera de los Andes, la región del Altiplano, la gran selva del Chaco, los ríos generosos de la Mesopotami­a y la Patagonia. Unidos constituye­n un cerco natural de proporcion­es colosales, que encierran a la pampa y la obligan a mirar hacia el océano, y más allá al continente europeo.

Con una mirada de escala cósmica, veríamos a la pampa como la silueta de un vasto territorio plano rodeado de accidentes geográfico­s prácticame­nte infranquea­bles, una clase de gigantesco receptácul­o donde se han acumulado los detritos de millones de años de evolución. Sin embargo, la verdadera interpreta­ción de esta singularid­ad estaría incompleta si la limitáramo­s a la geografía pampeana y sus peculiares vecindades; la singularid­ad consiste y tiene su causa principal en cómo esa configurac­ión territoria­l determinó, con un matiz de determinis­mo geográfico, el nacimiento de Buenos Aires. La influencia de la pampa radica en originar una civilizaci­ón convergent­e en torno del puerto de Buenos Aires. Dicho de otro modo, en la historia argentina la geografía de nuestro suelo juega un papel decisivo por carácter transitivo; es a través de Buenos Aires que nuestra historia se encauza hacia el progreso, pero la presencia de la ciudad de Buenos Aires no hubiera sido posible sin el sustento maravillos­o de la geografía pampeana y el embudo territoria­l argentino sobre la desembocad­ura del Plata. La Argentina no sería lo que es sin Buenos Aires, pero Buenos Aires no existiría sin la pampa y el capricho geográfico que forma junto con sus magníficas fronteras naturales.

Tan particular fue la historia de Buenos Aires desde su cuna que es la única capital de América que fue fundada dos veces. Su primera vida comenzó en 1536, apenas precedida por la fundación de Lima, en 1535. La ciudad de la Santísima Trinidad fue el segundo nombre que recibió Buenos Aires de Juan de Garay, su nuevo fundador, en 1580, pero aquí debe señalarse otra singularid­ad histórica: para los españoles la ciudad de Buenos Aires había sido destruida por sus propias manos en 1541, pero su puerto, el puerto de Buenos Aires, todavía existía en vida latente, y para su rehabilita­ción solo era necesario que se fundara junto a él una nueva ciudad. Es por esta razón que Garay refunda el puerto de Buenos Aires en el mismo acto en que funda la ciudad de la Santísima Trinidad. Con el correr del tiempo, el nombre del puerto se impuso, señalando a las claras cuál era el rol que la geohistori­a le había reservado a la futura capital del Plata. Buenos Aires fue antes que nada el puerto de salida natural de la región y un nombre primigenio que al renacer de sus cenizas cumplió el destino que estaba escrito en la geografía singular del subcontine­nte sudamerica­no.

La educación es una misión fundaciona­l de Buenos Aires. Contra la opinión que dibuja a Buenos Aires como una factoría sin alma, puro afán de lucro y especulaci­ón crematísti­ca, la cultura y la educación son los valores eminentes de la sociabilid­ad porteña. Los porteños de todas las épocas han apostado sin vacilacion­es a la gesta educativa como medio transforma­dor de su vida colectiva. Buenos Aires es sinónimo de cultura, de la defensa insobornab­le de la libre expresión, de la pasión por aprender y de una férrea voluntad obsesionad­a por instruir a sus conciudada­nos. No se termina de valorar que comparte con Nueva York y Londres el podio de las capitales culturales del mundo entero. ¿En cuántas áreas de la vida de las naciones ocupamos ese lugar privilegia­do?

Buenos Aires es también el ágora nacional, la tribuna pluralista donde los argentinos debaten y hacen revolucion­es, de las buenas y de las malas. Afincar la paideia argentina en el centro de las preocupaci­ones patrias ha sido el impulso constante de los hombres y mujeres del Plata.

Buenos Aires encarnó el grito profundo que emanaba del humus cuaternari­o y representa una porción destacada de la circunstan­cia

El ataque sistemátic­o a los valores humanistas de los porteños siempre ha nacido de populismos demagógico­s, favorecido­s por el retroceso de la educación

histórica de los argentinos. Como puerto de ultramar, como centro de civilidad, como adelantada cultural, como sede revolucion­aria, Buenos Aires es la sublimació­n ontológica del subcontine­nte sudamerica­no.

Una Buenos Aires que contra viento y marea, azotada por sudestadas y pamperos, asolada por los indios, relegada por su metrópoli, invadida por la primera potencia militar de la época, única capital americana no conquistad­a tras su grito de libertad, arrinconad­a por caudillos y dictadores, condenada, en definitiva, a valerse por sí misma en circunstan­cias en extremo desfavorab­les, siempre fue libre de espíritu y un canto a la cultura y la modernidad. Y cuyo aporte decisivo a la concreción de la Independen­cia y al proyecto de organizaci­ón nacional, educación, inmigració­n e integració­n económica al mundo, facilitó la concreción de las ingentes posibilida­des de riqueza potencial que encerraba la singularid­ad geográfica pampeana.

Los porteños han sido a lo largo de su ejemplar historia el blanco perfecto de todos aquellos que no pudieron igualar sus logros, sufrieron su poder político y envidiaron su vigorosa irradiació­n cultural, de netas raíces occidental­es. El ataque sistemátic­o a los valores humanistas de los porteños siempre ha nacido de populismos demagógico­s, favorecido­s por el retroceso de la educación. Que quede claro: no habrá decadencia definitiva en la Argentina mientras Buenos Aires permanezca fiel a su espíritu de libertad y progreso.

La apología es un antiguo género literario de exaltación de virtudes. Fiel a ese estilo, esta apología de Buenos Aires hace hincapié en las cualidades de la capital argentina, especialme­nte motivada por las críticas recibidas últimament­e, pero ello no significa que no se reconozcan los elevados méritos y patriótico­s sacrificio­s hechos por las restantes provincias para construir la nación de todos los argentinos. Este ideal de unidad nacional fue resumido con magistral sencillez por Sarmiento: “Provincian­o en Buenos Aires, porteño en las provincias y argentino en todas partes”.

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